sábado, 1 de noviembre de 2014

CALENTAMIENTO, EDUCACIÓN Y LEY UNIVERSITARIA



Amigos/amigas, ayer culminó la intervención exquisita de nuestro amigo José Colmenares. Queremos agradecer el bello gesto del profesor, el detalle, de regalarles a los participantes un CD con las obras completas de Foucault, como parte de una política de distribución de la información para nutrir las discusiones. El jueves 7 de noviembre continuará el calentamiento, en la Casa de los Gobernadores de Mérida, con la participación del querido Pedro Alzuru. El Dr. Pedro es profesor jubilado de la ULA, fue director del Doctorado en Filosofía, del Centro de Investigaciones Estéticas y de la Galería La Otra Banda. Discípulo de Mario Perniola y Michel Maffesoli, con una extensa obra publicada; de una delicada y rigurosa formación en el pensamiento contemporáneo, ha dedicado varios trabajos, ensayos y seminarios a la obra de Michel Foucault. Es un honor su participación e incorporación en este esfuerzo colectivo.
Como parte del calentamiento -para los sendos seminarios sobre Lanz y Foucault que se realizarán a finales de noviembre e inicio de diciembre en Mérida- en la plataforma de internet, les invito a leer a continuación dos artículos de Rigoberto Lanz, a propósito de la Ley de Educación Superior, publicados en El Nacional, en la columna A Tres Manos, en dos momentos del mismo año, enero y noviembre del 2011.
UNIVERSIDAD: PROPONGO
Rigoberto Lanz (A Tres Manos, enero 2011)
“...hay una contradicción lógicamente insuperable
en la realización de mi reforma. Uno no puede reformar
las instituciones sin haber reformado previamente los espíritus;
pero tampoco podemos reformar los espíritus sin haber
reformado previamente las instituciones”.
EDGAR MORIN: Mon Chemin, p. 272

    Que saquemos de la discusión lo que no puede—o no debe—formar parte de una Ley de Estudios Universitarios. Queremos discutir de todo, pero sólo algunos asuntos son pertinentes. Hay demasiada materia legislada (y por legislar) Mejor es concentrarse al máximo en pocos asuntos esenciales. Hay otras vías para atender cuestiones operacionales y de gestión (reglamentos, etc.)
    Que no nos empeñemos en “ganar” la discusión. Se sabe que finalmente en el texto se dirán unas cosas y no otras, que nada de eso es inocente, que todo está cargado de presuposiciones, intereses y convicciones. Una Ley no es la suma de todo eso. Tampoco un simple forcejeo burocrático para  inclinar una votación a favor o en contra. Gente de carne y hueso hará su trabajo de “traducir” lo que el debate refleja. Ese no es un asunto “neutro” ni de mera técnica legislativa. Que nadie se pase de listo queriendo engatusar al otro.
    Que hagamos el máximo esfuerzo—de verdad—para que el clima de debate no derrape en trifulca. Las pasiones y los arrebatos son parte de una cierta idiosincrasia. Ese no es el problema. El asunto se complica cuando las ideas están sustituidas por los gruñidos. Ello ocurre con mucha facilidad, por eso hay que ejercer una acción deliberada y firme en este terreno.
    Que sepamos distinguir la discusión verdadera de los falsos debates. Mucha gente está pendiente principalmente del protagonismo mediático sacando cuentas politiqueras. No tienen ideas que promover pero sí intereses políticos que interponer. Al mismo tiempo,  hay gente de variados  sectores que tienen cosas de decir, no importa si son amigos o enemigos del gobierno. Hay que poner atención en aquellos interlocutores válidos que piensan de modo diferente.
    Que los fundamentalismos se queden en el ámbito privado de cada operador. No hay nada que pueda encararse desde posturas dogmáticas o bajo la óptica de un voluntarismo maximalista. La política funciona de otra manera. Las diferencias, conflictos y antagonismos existen previamente. No hace falta que se produzca un debate sobre la universidad para que nos enteremos que existen profundas divergencias. Esa disparidad de enfoques no va a desaparecer porque hagamos una discusión civilizada. Expresar un punto de vista es muy importante. Pero que cada quien asuma responsablemente los límites de este debate, es decir, que no se maneje la ingenuidad de que “todo estará representado”.
    Que desdramaticemos esta discusión y coloquemos en parámetros manejables y discernibles lo que en verdad está en juego. Una ley no es una revolución (por muy radical que parezca) El mundo no se acaba si el texto dice esto o aquello. No digo que todo da igual. Digo sí que apliquemos una cierta dosis de realismo en medio de las naturales y saludables aspiraciones utópicas.
    Que la universidad que resulta de la aplicación de una nueva Ley estará sometida a una larga transición en donde se  juega en verdad lo que cambia y lo que parece que cambia. No hay que empeñarse pues en un acto único. El mejor camino es posicionar un clima constituyente que ponga en tensión todos los días cada práctica y cada discurso. Ese no es un asunto parlamentario sino el ejercicio efectivo de una soberanía instituyente que dota de  nuevos contenidos el quehacer del mundo académico.
    Que logremos desmontar la lógica corporativa en la que cada sector ya tiene su agenda, sus demandas y sus pautas de negociación. Es clarísimo que la universidad no es una comunidad de “iguales”. Sería pura demagogia creerse en serio que es lo mismo un obrero, un empleado, un estudiante o un investigador. Preciso será visualizar un espacio común más allá de los intereses pragmáticos.
    Hacerlo bien no es imposible...intentemos que esta vez funcione.
      UNIVERSIDAD: LAS PROFESIONES MANDAN
Rigoberto Lanz (A Tres Manos, 6/11/2011)
Cuando menos una norma tiene chance de ser respetada,
más nos obstinamos  en reafirmarla”.
ZYGMUNT BAUMAN: L´ethique a-t-elle une chance dans un monde de consomateurs? p.42

    Desde hace ya mucho hemos planteado el asunto crucial de una pérdida de sentido del ámbito universitario como espacio de creación de saberes. En su lugar se ha impuesto imperceptiblemente la idea de una universidad consagradacasiexclusivamente a la docencia, es decir, a transferir habilidades y destrezas sobre campos profesionales. Esto último, para colmo, tampoco es que se haga con mucho brillo. Todo parece indicar que allí también el monopolio de la acreditación profesional está condenado a mediano plazo (cada vez hay más agencias de formación, mecanismos de acceso al conocimiento y maneras de aprender para el trabajo que no pasarán por estas vetustas instituciones)
    El texto de la Ley de Educación Universitaria está montado sobre una idea de universidad bastante anacrónica: enseñar profesiones. Ese lugar común está instalado en la izquierda y en la derecha. Funciona como imagen de lo que obviamente se hace en las universidades: dar clases. Hace rato ya que se perdió el rastro del espacio académico como lugar de creación de conocimiento, como ámbito de aquilatamiento de la conciencia crítica, como ágora de una cultura democrática siempre en discusión, como un inmenso laboratorio de experimentación intelectual donde lo que cuenta es la capacidad para inventar. Todo este ideario se fue arrinconando con el tiempo hasta  llegar a este tremedal en el que el reparto disciplinario es lo que cuenta. Las alusiones retóricas a la “investigación” y a la “extensión” funcionan como  cobertura discursiva de una realidad que va por otro lado. Desafortunadamente la Ley está impregnada de esta imagen. Toda la apelación al acceso y a la democratización está montada en el supuesto de esa universidad que recibe a todos para obtener un título.
    Allí entran en implosión dos supuestos simultáneamente: la creencia de que la universidad “forma” para el mercado laboral (cuando en verdad el mundo del trabajo va por otro lado) y la otra creencia según la cual la universidad está hecha para que “los muchachos estudien” (cuando en verdad esta debería ser una función accesoria del mundo académico) Así las cosas, el legislador no ve más allá de esta imagen deprimida de  lo que significa esa idea de universidad, por ello aparece tan mal planteado el asunto de la producción de saberes y sus implicaciones en todo el tinglado de la nueva organización. El asunto de fondo es plantearse lo que significa otro modo de pensar; si se toma en serio lo que significa el paradigma transcomplejo, entonces las consecuencias en el terreno jurídico tienen que ser explícitas, visibles.
    Ya es un avance que la taxonomía disciplinaria que se repartía el territorio universitario en “Facultades” y “Escuelas” esté deliberadamente suplantada. Pero me temo que esos fantasmas regresen por la puerta trasera y se cuelen de nuevo en gazapos y ambigüedades. Me parece claro que la cuestión de lo que estamos entendiendo por universidad está gravitando fuertemente en lo que termina plasmado en cada artículo de la Ley. Esa visión de la universidad “formadora de profesionales” es una poderosa caricatura que está en los tuétanos del ciudadano común, también en legisladores que no tienen experticia en estos complejos asuntos (quiero recordarles que en estos campos hay Maestrías, Doctorados y Post-Doctorados que en algo ayudarían)
    El pensamiento conservador también está en la izquierda. En nombre de la “revolución bolivariana” hay disparates teóricos a granel. Eso ha ocurrido así en todas partes del mundo. Nada de raro tiene entonces que a propósito de la Ley de Educación Universitaria aparezcan estos residuos ideológicos.
    Una Ley no elimina un debate que es permanente y sobre el que no hay mucho margen para el consenso. Lo que ocurre es que hay una gran diferencia entre un texto de opinión de cualquier persona y un texto que es Ley de la República. De allí los cuidados y precauciones que debemos tener. Los buenos argumentos (Habermas) sirven para tratar esos desacuerdos. (Rigoberto Lanz, 2011)

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