miércoles, 30 de julio de 2014

BOCETO (5) TERREMOTO O DE LA TERREDAD



BOCETOS DE MI PAÍS (5)
Terremoto de la tierra o se trata de la terredad
-          ¿Terremoto de la tierra? ¿Acaso es broma? ¿Acaso, dices algo con la expresión la redondez del círculo? ¡Es una tautología! una expresión redundante, ¿Qué complementa ese añadido inútil “de la tierra”?, no predica, no añade nada al vocablo terremoto. Porque terremoto siempre es un movimiento, es un desplazamiento, de la tierra. Tú lo sabes muy bien. ¿Por qué usaste esa expresión? Imagino que para ti tendría algún sentido que no veo, no logro captar, me parece inútil y carente de valor literario…
-          Sí… quizás la palabra corpórea… terremoto de la tierra corpórea… No… quizás; tampoco… no sé; cuando se usa la metáfora tierra con respecto al ethos… No sé… la expresión caería dentro de tu misma crítica…
Se abrazó al silencio por un par de segundo, respiró profundo y dijo, correcta por lo demás…
-          ¿Entonces?
-          Bueno, -se expresó como un niño intentando pedir perdón, como un viejo triste- a veces, una tautología es una forma del silencio frente a la curiosa sorpresa que produce la contemplación del acontecer; silencio como asombro en su aparecer, como manifestación… La verdad, no sé… no quiero ser enfático… quizás debí usar a Montejo: Terremoto de la terredad… 
Buscó una silla y se dejó caer.
Cuando usé la expresión pensaba en un doble movimiento, un doble sismo que alude a dos tipos de terrenos… Se suele decir hubo un terremoto y se menciona el lugar… Terremoto en la tierra del fuego o el terremoto de Japón… No sé… pensé algo así como un terremoto de las estructuras institucionales y un movimiento sísmico de las prácticas sociales, donde lo vital era el sismo en esas prácticas intersubjetivas que existen entre dos nadas, esas dos acotaciones de la existencia, el antes de nacer y lo posterior al último aliento, como esa tierra… No sé… Terremoto institucional, terremoto de prácticas… no son coincidentes, son desgarramientos distintos, gritos del cuerpo distintos, aunque pueden coincidir y cuando sucede eso, el asunto es una pérdida de la seguridad ontológica, quiero decir, la pérdida de las posibilidades mínimas de certidumbre en la interacción con el otro. Es la orfandad.
-          Me gustaría que me colocaras ejemplos, que me explicaras para ver si comprendo tu intencionalidad discursiva…
-          El caso Watergate en Norteamérica, fue un momento de conmoción de las estructuras políticas norteamericana, lo que flotaba era la podredumbre del poder institucionalizado, se removió el sistema institucional; sin embargo, la configuración y la dinámica de la cotidianidad del norteamericano promedio, el espíritu, aunque resentido por la conmoción siguió articulándose en su devenir… Incluso, te lo expreso con otro ejemplo, en escenarios peores, en la guerra; piensa en Japón y en el sufrimiento de ese pueblo, la pérdida de su seguridad, arropada con el horror de la muerte; cuando Hiroshima y Nagasaki; Sí… la bomba, esa metáfora de la desuhumanización de la humanidad, como lo expresaban los amigos de Frankfurt… la desintegración social de ese pueblo fue brutal; sin embargo, lo que recoge bellamente Akira Kurosawa, en sus películas, es la danza del ethos japonés rehaciéndose, las reapropiaciones del propio acervo cultural que, aún en ese terremoto existencial que provocó la experiencia de la bomba, permanece; allí había una tierra fértil ancestral que emergió, una tierra no afectada por el terremoto, un saber difusamente compartido que se transformó, transfiguró -aún interpelándolo y arrinconado entre los márgenes, era el pivote-, como unas muletas, para caminar en el mundo.

Cuando usé la imagen terremoto de la tierra, intentaba ubicar, un tipo de tierra especial que ha sido afectada, la de los hábitos, las costumbres, las formas de percibir a la otredad y de percibir al propio cuerpo, propiamente, la tierra de la lengua, del lenguaje. Esa lengua del cuerpo que fue arrojado a la orfandad, en medio del desierto, a la intemperie, arrojado hacia la muerte… Quizás Heidegger ayuda, explica mejor este asunto… Quizás, la expresión que usé no fue una imagen feliz, creo que fue profundamente infeliz, pero por ahora, asúmela provisionalmente, me ayuda a pensar y para mí eso es suficiente… sí, un terremoto de la tierra corpórea, un terremoto de la terredad… Habitamos, experimentamos, ahora, en este tiempo, el terremoto de la terredad… Terremoto… Terremoto… Como le sucedió a Alemania… perdón… pero… No sé… No. Ellos tenían un pasado ilustrado, su romanticismo alemán… No, la comparación no es buena, porque es distinta, no hay posibilidad para los análisis comparativos, siempre tan indigestos… No sé….

¿Sabes? –Dijo con una voz acurrucada entre sus dientes- a veces suelo pensar que Nosotros… No-So-Tros, los que habitamos este pedazo de tierra, en este esdrújulo continente, somos los seres más desvalidos, no tenemos el acervo de la cultura Maya, ni Azteca, ni Inca y carecemos de la pretensión europeísta de nuestros hermanos sureños que de alguna manera los salva, porque se sienten los hijos bastardos de una cultura milenaria… Nosotros, somos recolectores, buscadores de oro, perlas, diamantes y, para colmo de males, de juguetes vencidos; padecemos, además, la peste del olvido como la narró García Márquez; no tenemos castillos ni pirámides ni siquiera ruinas para cuidar ni admirar; cuando se olvida no se tiene el timón para andar, la experiencia son derivas y naufragios… ¿Sabes?... tal vez… lo arrasado de nuestra piel, eran carpas de mineros que simulaban siluetas de pueblos… No sé…

(Quedó pensativo, ausente, como buscando asir, en su interior, aquello que no sabía, ni siquiera sentía que podía tener la voluntad de saberlo y mucho menos expresarlo; por un momento deseó pintar o ejecutar un instrumento, tal vez una cítara… Se refugió en su nicho, en el baño, donde solía descubrir el tiempo de su cuerpo entre las heces. Abrió abigarradamente el Diario de Castillo Zapata, para leerse, como ubicando, en el laberinto de aquellos garabatos, a su propio cuerpo. “6 de septiembre. Todos estos intentos de entender al país, de escribir a propósito de lo que para nosotros es una confusión que no sabemos o no tenemos la energía para entender, resultan, al final desvaídos, llenos de lugares comunes, suenan a cosa mal digerida, a falsedad. Tendríamos que tener la virtud de un Renard para sintetizar y decir en tres aforismos contundentes lo que tenemos que decir, si es que en realidad tenemos algo que decir. Lo colocó a un lado como nadando en su desnudez. De pronto, con acritud cínica, recordó el aforismo de Nietzsche en la Gaya Ciencia: ¿Qué importancia tiene un libro que ni siquiera nos aleja de los libros?... Pensó que la maldición de los Tratados de Rafael es que nos alejan de las bibliotecas, para sumergirnos en la mierda, en el ajustado segundo, cuando sentía cómo el agua limpiaba los residuos de su cuerpo. Desprendido del tiempo, copió en su memoria, como queriendo tatuar la enseñanza, en sus vísceras, con las palabras del poeta: El diario como campo de maniobras para darle vueltas y ejercitar la posibilidad de decir, por esos caminos, algo que contribuya a mantener un punto de arraigo en medio de la debacle moral, la desesperanza y la confusión: ese punto de arraigo es la poesía, por paradójico que parezca. Soltó el libro y lo acomodó en la biblioteca, que parecía un santuario encima de la poceta, sutil y húmeda, junto a Borges, Cortázar, Cadenas, Rojas Guardia, María Calcaño, Miguel Márquez, Montejo… el gran Eugenio, pensó, como queriendo atrapar la eticidad del cuaderno de Blas Coll, para hacerlo lluvia en los jardines de sus amigos…)
-          ¿Seguimos conversando?
-          No. Es tarde. Es la hora de mi siesta.

Se fue despacio. Entre murmullos, como un rumor de un cántico chamánico se escuchaba una aguada melodía gregoriana, que se dejaba deslucir por los versículos del libro de Zacarías: Gime, ciprés, que ha caído el cedro, han talado los árboles poderosos; giman, encinas de Basán, que ha caído la selva impenetrable. Escuchen: gimen los pastores porque han arrasado sus pastos; escuchen: rugen los leones, porque han arrasado la arboleda del Jordán. (Zac, 11, 2-3)

PD. A manera de citas para el silencio o como crema hidratante…

El contenido de una conversación es reconocimiento del pasado, como si fuera nuestra juventud y nuestra vejez ante el campo en ruinas de nuestro espíritu. Jamás hemos llegado a ver el campo de esta silenciosa batalla que enfrenta al yo con el padre. Sólo notamos lo que hemos destrozado y levantado sin saber. La conversación es lamentación de una grandeza perdida.” (Walter Benjamin, 1993, La metafísica de la juventud, 99)

“La dispersión del lenguaje está ligada, en efecto, de un modo fundamental, a este acontecimiento arqueológico que puede designarse por la desaparición del discurso. El reencontrar en un espacio único el gran juego del lenguaje, podría formar muy bien a la vez un lazo decisivo hacia una forma de pensamiento del todo nueva o encerrar en sí mismo un modo de saber constituido en el siglo precedente.” (Michel Foucault, 1997, Las palabras y las cosas, 299)

Caracas, 31 de julio de 2013
Jonatan Alzuru Aponte

BOCETO (4) EL ASUNTO DEL CULTIVO

BOCETOS DE MI PAÍS (4)
El asunto del cultivo
Kant inicia su famoso libro, Crítica de la razón práctica, estableciendo dos ámbitos del hacer. Lo que llama Máximas como aquellas reglas prácticas que son consideradas por las personas y las utiliza como valederas para el ejercicio de su voluntad y aquellas Leyes Prácticas que se asumen que son valederas para toda persona, para todo sujeto racional. Esos dos ámbitos se configuran en las personas en sus interacciones con los otros, aunque no sea consciente de ellas, de las reglas o de las leyes, pero sus conductas responden a la apropiación de esa vivencia educativa que se inicia en el nacimiento y culmina con la muerte.
El sistema vital se configura por los hábitos, las costumbres, la relación con las organizaciones humanas -lo que Hartmut Kliemt llama instituciones sociales (Kliemt, 1986, Las instituciones morales)-, donde se habita; en nuestra época, global y localmente. El cuerpo se hace por la práctica y las costumbres. El cuerpo se configura como ethos; palabra griega que alude de manera simultánea al carácter y a las costumbres, hábitos de las comunidades a las que se pertenece, reitero, en nuestra época, global y localmente o para usar el neologismo de Ulrich Beck, nuestro ethos se configura glocalizadamente. “Este ethos no es un mero adiestramiento o una acomodación, y no tiene nada que ver con el conformismo de la mala conciencia, sino que precisamente es afirmado por la phrónesis, la racionalidad responsable; advertencia: allí donde uno posee esta racionalidad. No es un don natural. Uno se reconoce en el intercambio con sus iguales, en la vida en común, en la sociedad y en el Estado, en las convicciones y en las decisiones comunes, y eso no es en absoluto conformismo, sino que es lo que integra justamente la dignidad de la conciencia y de las convicciones humanas. (Gadamer, 1993, Elogio de la Teoría, 65-66)
El pensar sobre estas prácticas, del hacer de nuestros cuerpos en lo cotidiano, desde Aristóteles es propiamente el terreno del pensar político. Ese pensar político es lo que la tradición ha llamado una filosofía de la praxis; siendo el asunto del gobernar, precisamente, la columna vertebral de dicho pensar. Gobernar en su doble ámbito como gobierno de sí mismo y como gobierno de los otros.
Y el asunto del gobernar es el centro neurálgico, porque la autocomprensión de ese ethos,  la autocomprensión de nuestras prácticas, de lo que hacemos, la autocomprensión  de nosotros, donde transcurre nuestra vida, es una práctica, la autocomprensión, cuya vocación, horizonte, es apropiarnos de nuestra cultura. Expresado en una idea: El amasijo práctico lo autocomprendemos con el vocablo cultura. Término que alude desde Cicerón al cultivo del hombre, símil de la agrimensura, del cultivo de la tierra, del esfuerzo del hombre por sembrar y cosechar su cuerpo de una manera que se considera útil para vivir con los otros y que por eso mismo, se acrecienta cuando ese arte de sembrar y cosechar se comparte con los otros, porque cada individuo al apropiarse de la experiencia, no la reitera automáticamente sino que la recrea, incorpora su propio acervo que se configura en su tránsito de vida; nutre, aporta con su saber práctico, en el compartir con los otro, modalidades del sembrar y cosechar; la riqueza es el encuentro de experiencias diversas que se funden y configuran nuevas experiencias.
La manera de sembrar, la pericia en el trato con esa tierra que es el cuerpo es la sabiduría práctica, la phrónesis, la virtud por excelencia de la política, que siempre se enriquece con la participación de ese otro diferente. Ese saber práctico es otra manera de aludir al asunto del arte de gobernarse y gobernar que se inicia en la tierra familiar, cruzada por múltiples tierras glocalizadas.
Cuando Rafael Castillo Zapata, se interroga por el asunto de cómo hacerle frente a la desintegración de nuestra cultura, no está aludiendo, solamente, al asunto burocrático de quién dirige una institución, una alcaldía, una diputación o la gerencia de algún poder público. La interpelación que podríamos titularla, Venezuela como problema, supone la percepción de un desgarramiento, un terremoto de la tierra corpórea, una fractura del ethos que nos constituye. Es una metáfora que apunta a una desdichada existencia, a un cuerpo roto y, de manera simultánea, la interpelación es una invitación a responsabilizarse frente al mal tiempo de la cosecha, responsabilizarse frente a prácticas erráticas de cómo cultivar, de cómo cultivarnos, glocalizadamente.
Se trata de colocarnos frente al espejo y mirar nuestras propias roturas con la intención de tejernos de nuevo. Ese nuevo tejido siempre tendrá las marcas deshilachadas de su pasado; conservará las huellas de su tránsito, pero será distinto. No es un pasado que vuelve, sino una nueva aventura por hacer. Es una creación que aun no existe, pero que no tiene un punto inaugural, sino que se monta en el devenir como recreación. Es la apuesta de vida frente a la desdicha.
Caracas, 30 de julio de 2013
Jonatan Alzuru Aponte

lunes, 28 de julio de 2014

EL ASUNTO DE LA IDENTIDAD

BOCETOS DE MI PAÍS (3)
EL ASUNTO DE LA IDENTIDAD
La apuesta por el disenso es de hecho un desafío a los modos normalizados del pensar. Es una manera francamente arriesgada de retar a los circuitos ordinarios de reproducción de los discursos dominantes. (Rigoberto Lanz, 2000, El discurso posmoderno: Crítica de la razón escéptica, 112)
-          ¿Por qué piensas en metáforas la política?
-          Porque la política es un ejercicio que intenta responder de forma práctica a la pregunta, ¿Cómo vivir juntos? ¿Cómo vivir en común entre personas que piensan diferentes? Vivir diferente significa tener ideales, concepciones, formas de educar, reflexionar, comprender y, en general, formas de experimentar la vida que se imagina como deseable de manera distinta, diversa, no coincidentes, en disenso…  
Frente a esa diversidad, la metáfora es un tipo de comunicación que abre horizontes comprensivos y quizás puede penetrar la porosidad de imaginarios diversos, de los diferentes; y dentro de los sentidos de la metáfora se pueden crear puntos de encuentros, de identificaciones y zonas de disensos, de desacuerdos, compartiendo, de forma simultánea, un mismo horizonte metafórico….
-          ¿Puedes colocarme un ejemplo?
-          El sociólogo Zygmunt Bauman ha brindado una metáfora, la modernidad liquida, para la comprensión de cómo se configuran las relaciones intersubjetivas en nuestra época y esa caracterización lo ha conducido a otra metáfora, a  una propuesta educativa que le llama educación liquida… La tesis central del autor es que él aborda nuestra época a partir de, te leo: “… una versión privatizada de la modernidad, en la que el peso de la construcción de pautas y la responsabilidad del fracaso caen primordialmente sobre los hombros del individuo… Sigue diciendo el autor: Sería imprudente negar o menospreciar el profundo cambio que el advenimiento de la modernidad fluida ha impuesto a la condición humana… ha cambiado la condición humana de modo radical y exige repensar los viejos conceptos que solían enmarcar su discurso narrativo. Como zombis, esos conceptos están hoy vivo y muertos al mismo tiempo. La pregunta es si su resurrección –aun en una nueva forma o encarnación- es factible; o si no lo  es, cómo disponer para ellos de un funeral y una sepultura decentes. (Bauman, 2000/2002: 13-14)
-          Déjame ver si sigo el curso de tu pensamiento… Usas a Bauman porque él coloca la responsabilidad en los hombros de los individuos. Sostiene que así como los líquidos somos los seres humanos en la condición actual, uno sabe que ocupan un lugar pero al derramarlos, esto significaría, en sus acciones, uno no sabe predecir hacia dónde y cómo se moverán, así es nuestro presente… pero ese mismo individuo está configurándose en una cultura de la velocidad, sin entrenarse para hacerse… entonces se requiere una educación liquida…. Bueno… creo yo, que tú me colocas ese ejemplo para pensar a Venezuela… has prometido hablar de la desintegración de la cultura democrática… e incluso dijiste que ibas a centrarte en la oposición… ese enlace con Bauman no lo entiendo, no lo veo todavía, a propósito de tu objetivo…
-          Sin lugar a duda, creo que uno de los asuntos del por qué nos desintegramos es por nuestra manía moderna de englobar a las personas en conceptos. Esa manía de hacer conjuntos y pensar que todo aquél dentro de la clasificación es lo mismo. “Los opositores son…” “los chavistas son…” “Los nini son…” Ese tipo de razonar es errado y conduce a prácticas cotidianas desacertadas…  Cada quien es cada quien… y tienen algunas identificaciones con otros, pero eso no lo transforma en una equivalencia… Ese razonamiento que se funda en un concepto como el de la identidad implica colocar en un mismo conjunto, con las mismas responsabilidades, a una persona, por ejemplo, profundamente chavista, sea por la razón que sea, que vive en un barrio o en una urbanización, junto a un corrupto boliburgués quien ha manejado los recursos del estado a su antojo…. Las dos personas de nuestro ejemplo tienen identificaciones políticas, pero no son una identidad… Si las percibes como una identidad y tu eres opositor, entonces, no tienes nada que conversar… por el contrario, si comprendes que quien tiene una responsabilidad pública debe responder por sus acciones y el otro, quien no tiene responsabilidad pública o muy poca, tan sólo su voto, lo que tiene es una identificación en un área de su comprensión, pero que quizás tiene identificaciones con otros sectores, en otras áreas, que puede comulgar contigo, en sus carencias económicas, sociales, en su religiosidad, en sus gustos musicales, poéticos… podrás tener unos puentes dialógicos en unas esferas y no en otras… No te desintegras ni tampoco te integras, sino que tienes identificaciones en unos ámbitos y en ellos puedes construir, hacer cosas comunes y en otras no…
Coloca cualquier conjunto y a cualquier persona y verás que es una ridiculez colocar el sistema de equivalencia… El concepto de identidad como instrumento de percepción de lo social, es un concepto sólido, tiene unos límites perfectamente definidos y, por lo tanto, la reacción frente a eso, es de conjunto… Tal forma de pensar conduce a una elaboración de juicios generales abstractos, pero con implicaciones prácticas durísimas, de ruptura y fractura social, de desintegración.
Por el contrario, identificaciones es un vocablo que permite comprender al otro en sus multiplicidades… Cada uno de nosotros tiene múltiples identificaciones; por las identificaciones religiosas, deportivas, culturales, políticas, no se podría configurar ninguna identidad. No hay identidad. Nos desintegramos cuando percibimos al otro como una identidad al que nos oponemos y eso implica que dejes de percibir una multiplicidad de identificaciones que te permitirían interaccionar con el otro. Lo que te digo no sólo alude al ámbito de las prácticas políticas, sino a cualquier práctica de nuestra subjetividad… El concepto de identidad está unido, asociado, a la noción de consenso, otro concepto zombi…
-          Espera un momento. ¿Entonces consideras que la desintegración es un asunto de concepción entre identidad vs identificación?
-          Los acuerdos y desacuerdos en nuestras prácticas cotidianas se derivan de las interpretaciones que realizamos de las acciones nuestras o las de otros. Tenemos un afán de buscar un consenso sólido para oponernos al poder, entonces, intentamos que el otro coincida en todo, que se configure como una identidad… Al no visualizarlo como una identidad, perteneciente a nuestro conjunto, entonces, lo colocamos fuera y nos oponemos… quiénes se perciben como idénticos se imaginan, falsamente, que todo sujeto dentro de su conjunto tiene consenso con ideas, valores, emociones, etc… la única posibilidad de tal acción es anular las múltiples identificaciones que conducen a los disensos y maximizar, únicamente, aquello consensual. Pero, como en la práctica se manifiestan la diversidad de identificaciones, entonces, el primer impulso es a romper con ese otro, dogmáticamente… No veo esto como un asunto monocausal, más bien describo una práctica habitual… Si accionamos desde las identificaciones, los consensos son accidentales, no es lo fundamental… La riqueza está en la diversidad y eso supone rescatar los disensos como elementos constituyentes para el accionar social y político. La identidad es un concepto zombi, igual que el consenso, igual que la noción de partidos políticos…
-          ¿Crees que variando el aparataje conceptual podemos transformar lo real?
-          Lo que llamas aparataje conceptual no es otra cosa que la manera y forma de mirar nuestra vida, el instrumental que utilizamos para actuar. De suyo, si problematizamos nuestra mirada, si indagamos en cómo vemos, cómo analizamos, cómo valoramos, obviamente, nuestras prácticas varían. Piensa en la paradoja de luchar por un mundo plural, pero todo aquél que se mueva en función de ese horizonte debe pensar y actuar como uno… ¿De qué pluralidad se habla?...
-          No sé qué decirte… estas iniciando tu reflexión en un orden epistemológico donde todavía no veo, no comprendo con exactitud, la importancia para nuestra coyuntura actual, para la real política.
-          Tal vez… Piénsate frente a un libro, frente a un autor… no somos una identidad… a veces comulgamos de unas maneras y en otro tiempo, lo hacemos de otra… pero eso potencia nuestra lectura de ese libro, de ese autor… si fuésemos una identidad, nuestra lectura, la interpretación, se paraliza en la primera lectura de una vez y para siempre… Leyendo el diario de Alejandro Sebastiani Verlezza, Derivas, encontré un ejemplo traslúcido de lo que te digo, a propósito de su relación con Cioran, te leo: Volver a Cioran. Cuando lo leí por primera vez llegué a pensar que todo era verdad. Hoy estoy ante un humorista: una risa pestilente, cáustica, seria, brota de sus libros. Su desencanto no me toca como antes. Qué vuelta. Me siento inmune ante su desesperación… (Sebastiani, 2013:111) Alejandro se percibe como no idéntico a sí mismo, es capaz de mirarse en la distancia, de sorprenderse con él mismo, de cómo lee en esta nueva circunstancia al autor. Si hubiese escrito un ensayo cuando lo sentía como una verdad y luego otro, cuando lo sentía como humorista, tendrías dos ensayos que si le quitases los nombres, tal vez se podría pensar que eran dos personas distintas… Quizás encontrarías elementos comunes, interpretaciones coincidentes, pero percibirías profundas distancias, disensos… son como dos Yo de Alejandro… lo que Eugenio Montejo llamaba Heterónimos, porque efectivamente, a cada ensayo le podrías colocar un autor distinto, siendo el mismo… Alejandro no es una identidad como lector… sus prácticas de lectura lo conducen a diversas identificaciones con el autor… Las diversas identificaciones dependen de múltiples factores, sus cursos de lecturas, sus relaciones de amistad y amorosas de esos momentos, las formas cómo leía al país, en fin, una multiplicidad de factores inatrapables… lo que podemos dar cuenta es de las prácticas que se manifestaron en los ensayos… Cada ensayo sería como el movimiento, líquido de la subjetividad de Alejandro… percibirlo en clave de identidad, supondría evaluarlo como un sólido… Te opondrías a él si no comulga con tu identidad o lo incorporarías a un conjunto, a tu conjunto si comulga contigo, pero dejarías adentro o afuera al otro Alejandro que también es él… Tal vez, ahora no veas una relación con la práctica política, pero trata de digerir el asunto… piénsalo con detalle…. La identidad es un concepto… las identificaciones son prácticas intersubjetivas… seguimos otro día, estoy cansado…
Caracas, 28 de julio de 2014
Jonatan Alzuru Aponte

miércoles, 23 de julio de 2014

BOCETOS DE MI PAÍS (2)



BOCETOS DE MI PAÍS (2)
I
DESARTICULACIÓN DEL CUERPO
Hay días que suceden como antes
Dos café y
el inicio de la mañana
Recorro una calle limpia, cristalina
 carteles de mi memoria
Ellas,              danzan un baile esquizofrénico
Me pierdo
en los recovecos de mis ausencias
Y,
a veces,
una raíz de palma me cobija como antes,
como cuando todavía jugaba con pinceles y acuarelas
Me distraigo en cualquier biblioteca triste para recordar,
¿cómo leía los aguafuertes de mis ancestros?
Hay días
que me suceden como ahora
Donde no hay calles ni aguaceros, ni cobija, ni café,
  una palabra honda, cíclica, me aturde
barros de pupilas fétidas…
desencuentros de rinocerontes ocres, verde oliva
Araguaney inmóvil en un desierto de mar… así, en el umbral preciso de tu ausencia, quiero hablarte, sonreírte, decirte, afanosa, rigurosa, ondulada y exquisitamente,
que te quiero…
Hay días que no suceden, paralíticos e indigestos de palabras, corren tras una bandera como huérfanos de patria…
La soledad, otra experiencia de la guerra, ahíta de sueños nauseabundos, corroe el milímetro exacto del infierno…
Hay días que me visto lento… como si sufriera una profunda arterioesclerosis del alma, restregada en el chiquero de mi piel; son esos días que no suelo mirarme al espejo, porque soy capaz,
porque soy incapaz,
porque no lo sé, porque no entiendo, porque…  
porque me muero….
II
No pudo precisar de qué trataba la cultura democrática; atragantado estaba, por un aguacate de sufrimientos… Lloraba en una esquina, porque dos hermanos huyeron…
Jonatan Alzuru Aponte
Caracas, 23 de julio de 2014

BOCETOS DE MI PAÍS (1)

BOCETOS DE MI PAÍS

PRIMERA PARTE
El diario de Rafael Castillo Zapata me acompaña. Cada tomo lo leo y releo. Ha sido una aventura impresionante porque me conduce, de distintas formas y de maneras diversas, a mirarme. Me interpela duramente. Se pregunta el poeta: ¿Cómo hacerle frente a la desintegración actual de nuestra cultura democrática? (Castillo Zapata, 2013, Tentación de Escribir: 140) Esa pregunta ha recorrido mi mente en los dos últimos meses del año. La siento esencial, brutalmente esencial. Vital para el compromiso conmigo mismo. Urgente para mí hacer. Necesaria para mirar. La pregunta supone de suyo una voluntad de oponerse a lo dado. En ella está implícito el sentido pleno de la crítica, tal como la conceptualizó Adorno y Horkheimer, como negación de lo existente y, de manera simultánea, como apuesta ética, estética y política por un mundo otro.
Quizás un teórico faramallero empiece con una disquisición sobre la muerte de las utopías y lo innecesario que es una postulación de un mundo otro, es decir, de otras maneras de vivir… Pero rápidamente le salgo al paso, sosteniendo que el despliegue práctico de la vida supone siempre una voluntad deseante, desde asuntos elementales, fisiológicos, “esta comida no me gusta, cómo hago para comer divino…” ese comer divino es un horizonte que siempre puede colocarse en un más allá, porque siempre el deseo se hace más exigente, pero es un horizonte realizable y en la medida de su realización surge un nuevo horizonte, es el movimiento de la realización práctica de un cuerpo deseante que sólo se paraliza con la muerte. En ese mismo sentido podemos pensar nuestro país y desear un país otro, un país más divino, más agradable de habitar.
Pensar el país abstractamente no es mi vocación, no entiendo eso, no siento eso, ni me interesa pensar de esa forma… Pensar nuestro país, implica para mí, pensarme. Pensarme en mis prácticas diarias. Pensarme en mis prácticas diarias implica, reflexionar a propósito de los encuentros y desencuentros con los otros. Otros que son seres concretos, amigos, conocidos o con ejecuciones políticas que afectan mi cotidianidad o con actores sociales que aún cuando no los conozca personalmente, sus vidas influyen en mí porque son responsable de la cosa pública, ese espacio tierra de nadie, porque a nadie le pertenece, pero que es de todos, porque a todos nos pertenece, dígase, el espacio público, que por sus lógicas y formas afectan, para bien o para mal, nuestra cotidianidad. 
El inicio de pensarme es dar cuenta de mis prácticas, muy elementales hasta los desarrollos teóricos que pueda parir en algún momento, aunque hayan sido paridos en el continente viejo europeo, a comienzos del mundo medieval, pero es parido por mí porque los traigo a cuento para mi vivencia, los escribo y los leo de manera distinta, quizás al estilo de Pierre Menard, ese otro escritor del Quijote de Jorge Luis Borges; sirva esa metáfora para ilustrar a qué aludo.
De lo anterior se desprende que pensar la expresión desintegrar el país, se traduce, para mí, en mis desintegraciones concretas…  en las fracturas, roturas y huecos que siento y vivo. Mis asuntos desde el cual inicio la reflexión de mis fracturas y desintegraciones no son relevantes para muchos, sobre todo… quizás… para los teóricos de la economía política o para los sociólogos y filósofos cuya pretensión es la comprensión de las relaciones intersubjetivas a partir del culto a conceptos, categorías y grandes relatos, aunque se llamen posmodernos y comulguen con Lyotard, porque para ellos, tales nimiedades, son explicables por las teorías del mercado o por la explicación de la lucha de intereses macroeconómica -que no dejan de ser cierto y tener un valor hermenéutico importante- pero, para mí se trata de la relación conmigo mismo… porque sólo en la comprensión de la relación conmigo mismo es que puedo tener un mínimo de sistema de referencia para la comprensión de esa otredad que llamo país como una metáfora.
El supuesto lógico de tal formulación es porque lo que más puedo conocer en esta vida es mi propia vida e indagando en ella, desde mis fragilidades y potencialidades es que puedo mirar y comprender al otro que es lo más cercano y lo más lejano que puedo aprehender, aunque conviva con esos otros las veinticuatro horas al día.
Yo no le pido a nadie que asuma mi estilo y forma de pensar, simplemente intento explicarme, me interesa explicarme porque quiero insertarme, lanzarme, zambullirme, a todo riesgo, en la interpelación que he pensado en estos meses… ¿Cómo le hago frente a la desintegración de Venezuela?...
Obviamente, la sola voluntad de escribir esto, supone un inicio de cómo le hago frente… pero ese asunto tendrá cabida en un apartado exclusivo para ello… antes de iniciar mi respuesta quisiera afirmar que gran parte de mi aproximación será en intentar comprender la pregunta… Quién piense que elaboraré un manual, pierde su tiempo en leerme. No me lea.
Considero que una de las tragedias que padecemos en esta condición epocal marcada por la velocidad infinita del cambio tecnológico, mediático, es la abundancia infinita de información en las redes, en nuestros aparatos y, por eso mismo, el zapping, el cambio de canal, el salto de una noticia a otra, rápida, sin digestión… Por lo tanto, el hábito es leer casi titulares, mientras más conciso mejor, si es una imagen muchísimo mejor, para saltar a otra cosa, a otra idea, a otra información, a otra imagen… perdiéndose la práctica de digerir, reflexionar y discernir sobre aquello que consumo.
Ese clima cultural de nuestra época globalizada, es un extraordinario terreno para quien detenta el poder y se ocupa exclusivamente de cómo mantener el poder… porque una de sus formas prácticas es producir y producir informaciones cada día, una tras otra, locas, impactantes, agresivas, ridículas, inconsistentes, peligrosas, serísimas, como una forma de indigestar sin que el consumidor sepa cómo ni por qué, pero además, minimiza la capacidad para retener, guarda, acumular en la memoria, porque cada día es otro evento…  Frente a eso que no podemos modificarlo, porque es lo que acontece como condición epocal y como forma del ejercicio del poder, yo apuesto por un pensar lento, como un ajedrecista de esa manera enfrento lo dado… para actuar cuando convenga como un basquetbolista, tejiendo las jugadas a partir de planificaciones contingentes, marcadas por una estrategia general, como el que plantea un director técnico a su equipo, ejercitadas como los futbolistas que cada quien sabe su posición, que contingentemente pueden asumir otra posición e incluso improvisar, pero luego vuelven a su posición inicial dentro de la estrategia general diseñada con estudio y lentitud… ese esquema de trabajo cooperativo es una cultura que se practica, se configura, se forma…  pero antes se estudia, se piensa y reflexiona… 
Metafóricamente he expresado cómo entiendo la pregunta y cómo la iré abordando. Quien quiera leerme, tendrá que leer… Gran parte de la miopía que conduce a esta fractura prolongada sistemática y acelerada en que vivimos es por una falta de lectura… Lectura de un gran libro, la experiencia vivida…la reflexión sobre nuestras prácticas es un arte de joyero…
La actitud más fácil para no pensar lento, como ajedrecista, son dos actitudes que unidas son una bomba contra nosotros mismos, para seguir hundiéndonos en el fango. La primera, los otros, todos son traidores o los otros son culpable de la situación. La segunda, yo siempre hago lo correcto, no tengo fallas y si no sale mi jugada siempre es responsabilidad de los otros o del equipo contrario o de los ineptos del mismo equipo, pero yo soy infalible… Tal razonamiento tiene efectos en múltiples niveles, paraliza, genera acciones desarticulas, fractura, agota en acciones ineficientes, imposibilita la formación de equipos, maximiza el nivel de incertidumbre, por lo tanto, de angustia y siempre la alternativa es pensar en acciones rápidas que conduzcan a lo que se desea pero siempre tropieza con las mismas dificultades y cada día las derrotas aumentan como un tsunami… Nos derrotamos a nosotros mismos por no pensar lento, no tener práctica de discernimiento y creer que se hace cuando se actúa no importa con qué fin o cómo se hace. La lógica del tareísmo, de hacer tareas lo más rápido posible, es un ritmo de catástrofe.
Un pensar lento, un leer con detalle las prácticas supone en primer lugar un cuidado de sí, un mirarse, para comprender los errores no de otros, sino de uno mismo, ponerse crudamente frente al espejo y observar las prácticas estúpidas que cometemos e igualmente valorar con ajustado criterio aquellas acciones y prácticas exitosas…  supone mirarse para ubicarse en el lugar desde dónde se piensa que es el mejor lugar para actuar, porque se tiene pericia para ello… desde qué lugar se piensa… cuáles fracturas son constituyentes de tu cuerpo….
Desde horizonte, expresado grosso modo, inicio otro capítulo de este diario político, cuyo nombre tendrá “Bocetos de mi país”, cuyo objeto no estará referido a las acciones del gobierno, ni a las contingencias, sino fundamentalmente, a quienes tenemos una posición contraria al poder.
El asunto de la fractura, que tiene múltiples aristas, intentaré, en lo posible, abordarla, interpelarla y comprenderla, a partir de la fractura de quiénes nos oponemos… ¿Por qué nos fracturamos? ¿De qué fractura hablo? ¿De qué niveles son las fracturas y desintegraciones? Y, obviamente, mi metodología será iniciar el proceso reflexivo a partir de mis propias fracturas. Esto lo haré lentamente, por entregas, para compartirlo en la red…
Jonatan Alzuru Aponte
Caracas, 18 de julio de 2014

martes, 15 de julio de 2014

FRAGMENTOS PARA UN CUENTO DE TERESA




FRAGMENTOS PARA UN CUENTO DE TERESA[1]
A Teresa Mulet
ENTRE CANDILEJAS Y TERESA
Salí chamuscado de sonrisa ausente. Los ojos de Calvero, derretidos en la danza de Teresa, conmovieron cada centímetro de mi cuerpo.
Teresa leía un fragmento de palabras ahogadas, por palabras reiteradas; como un mar obstinado que resiste al reposo.
Cada sonido era una silueta, un boceto de alguien que alguna vez caminó distraído en una calle, quizás iba pensando en la noche, en esa noche de luna llena; quizás, meditaba sobre el gas que le quitaría la vida un par de años después, cuando agotado su cuerpo sintiera la ausencia del baile; quizás no terminó de pensar porque se hizo silueta esa misma tarde, un dibujo más, una línea ahogada, una sobre otra, como haciendo el amor, encimados, uno tras otro, como una orgía que estalla en un punto blanco donde todos se hacen máquinas registradoras. Blanco sobre negro.
Las líneas nítidas, con un ansia de perfección agotadora, recorrían minuciosamente el contorno de ese alguien nunca mencionado. Se hizo silencio. La muerte es matemática. No hay duda de su presencia. Está en el borde de cada registro.
Ella, con su inocente candor, la hizo dinámica, se movían las líneas, hasta me reía de tantos muertos apilados, uno tras otros. Una línea se confunde con otra y el infinito levantamiento se funde a ritmo del tristísimo Schumann. Era divertido el movimiento. Se hacía un punto blanco, con millones de líneas blancas, eran  una asfixia milenaria de siluetas sin cuerpo, millones de nombres sin rostros, como líneas pulcras y vacías. Era un bolero de siluetas, cantado a media voz y sin la luz acuesta.
Ella leía y yo pensaba en Teresa que soñaba con brindarle una sonrisa al payaso que no supo el día que dejaron de reírse.
Quizás un trago, un sorbo de licor, puede ser el detonante para el humor, así pensaba, cuando escribía el autorretrato de una cultura que olvidó la risa. Teresa bailaba con palabras, hacía un tapiz en los huecos de los dientes, para escarbar las miserias; líneas blancas que se fugan como palabras inconexas.
Teresa bailaba un fragmento de su vida, le dedicaba cada gesto al maestro, a su amante, quien la recogió el día que pensaba suicidarse. Ella, sigue suicidándose, pensé, en cada silueta, en cada boceto fundido;  Él, decidió morirse en el teatro, observando la danza del amor imposible.
EL TEATRO
Recordó, con una mudez canónica en su vientre, aquél pasaje de Nietzsche en su Gaya Ciencia:
Tal vez nuestro presente ofrece el más asombrosos contraste: en todas partes  veo, en la vida y en el teatro y no menos que en todo cuanto se escribe, la satisfacción en todos los toscos estallidos y gestos de la pasión –actualmente se exige una cierta convención de lo pasional, ¡Y no de la pasión misma! A pesar de eso, en último término se llegará a la pasión, y nuestra decadencia tendrá una ferocidad genuina, y no sólo una ferocidad y rebeldía de las formas. (Nietzsche, 1999, págs. 59, frg. 47)
NO QUIERO RE
Me resisto a sentarme entre desechos. No soporto ninguna belleza que me invite a sentarme entre desechos. Lo sé, la ecología, el amor a la naturaleza, es light, lo políticamente correcto.
El sentir verde es como estar a la moda, como quien modela un diseño de Versace en la alfombra roja. Pero hay días que no soporto un basurero, aunque se sirva con buen vino en una galería acomodada y no sea tóxico y no huela mal y hasta es bellísimo, como dice la mamá de la niñita que quiere comprarse un puf, para la salita de la esquina, donde tiene la serigrafía carísima de Soto y el lienzo del repetido y reiterado Trompis que no debe faltar en el teatro de una casa decente y acomodada. 
Hay días que amanezco con el reciclaje dándome asco. Odio las botellitas de agua; ésas que guardo, religiosamente, los días sábados, para bañarme el domingo.
Ese día, desde el alba, tenía el cuchillo preparado para desquitarme;  para agenciar toda mi furia en aquel mueble transparente que dulcísimamente gritaba, una y otra vez: debemos vivir juntando los desechos y transformándolos en la decoración perfecta de la vida.
Si supieran que esto de re-usar la historia, de revivirla, me hace sentir entre condones y toallas sanitarias usadas, almacenadas – (en un baúl mutilado de polillas)-, cargadas de sudores añejados, sueños perfumados de almizcle y cloro,  excitaciones virginales, flor de loto hermosa y de sangres que aliviaron un embarazo precoz o con la sonrisa lúdica, alegre, porque es el rastro de una feminidad floreciente, pero ahora… como una funeraria fétida, se impone. Sus fantasmas, olores, hongos nauseabundos y gusanos, me persiguen por doquier. Ni siquiera he podido aniquilarlos en mis sueños.
Saqué el cuchillo con la delicadeza de un chaguaramo derrotado; así, lentamente, asfixiando cada milímetro del tiempo, como un bostezo arrugado, triste; pero Teresa inundó de palabras aquel templo. Me arrebató los sentidos, me fui quedando sordo con tanto sonido escrito. Me temblaban las piernas.
Un filósofo es alguien que da sentido sin pasión, lógica uno, lógica dos, lógica simbólica. Pero esa loca hablaba de la vida y yo quería hundirle un cuchillo y rasgar como niño aquél homenaje a la miseria… El amor es una barricada de mierda, me dijo con humor la joven escritora Delia Arismendi; pensé en ella freudianamente, como quien dice. Sigilosamente, abrí mi maletín porque era decente tener maletín y en medio del suplicio, leí un fragmento de aquella niña que me desnudó al tiro, como dicen los chilenos, en medio de la plaza, ubicada en la soledad infame de mi cuerpo:
Me dio una coñaza tremenda, patadas en la cara y en la barriga. ¿Tú sabes que los dientes de adelante fue él quien me los voló?, pues sí, de un puñetazo cuando amenacé con contarle a la esposa. Te hubieses divertido con ese espectáculo en el hotel, la gente salió de los cuartos a ver qué pasaba, y yo le gritaba ¡SE LO VOY A CONTAR A TU MUJER! ¡YO TE AMO! [Sí, mi vida, estaba tan loco como para amenazar a un policía] y yo de rodillas, llorando, con la bata abierta, y todos en ese hotel con las bolas duras, viéndome la mercancía. Todo eso pasaba en el pasillo frente a la recepción del hotel. El maldito se dio la vuelta y me agarró del pelo, arrastrándome por el piso, dándome patadas en la cara, mi vida, y después me dio una patada tan fuerte en los huevos que me cagué encima, maldita sea, ahí mismo estaba cagado. Sentí la pistola en la frente. Pensé, sí, hasta aquí llegó esta belleza llena de mierda, pero la viejita que atendía la recepción me jaló y metió detrás del mostrador. De puta quería irme a donde estaba él, entonces la vieja me metió un coñazo, cerró el puño, apuntó bien y me dejó tendido en el suelo. Salió y le dijo al desgraciado ese que se fuera, que no quería problemas. Bueno, más bien se lo rogó. Pobrecita, medio recuerdo que estaba temblando. No sé cómo se fue así nada más. No lo vi irse, pero lo imaginé tambaleándose, con la pistola en la mano gritando Te voy a matar puto maricón. Esa viejita fue mi salvación. Me cuidó y llevó al hospital. Allá dijo que yo era su sobrino, y me habían atracado. No le creyeron mucho, pero igual me atendieron. ¿Los dientes? Una millonada. La viejita dijo que no tenía dinero para mis dientes y claro, al principio me puse triste, pues yo antes estaba más flaca y con unos dientes lindos, derechitos. Después me acostumbré. Los hombres dicen que les encanta así, sin dientes. Cuando sienten la encía tocándoles la verga, se vuelven locos. En parte se lo agradezco al desgraciado ése, y ojalá lo tuviese al frente para hacerle una buena mamada. Al tipo lo volví a ver. Pasaron tres meses y regresé a su casa para arreglarle el pelo a la mujer. Se puso nervioso al verme, pero mi cielo, con esa coñacera en el hotel me olvidé de las amenazas de contarle a la mujer, normal, fui a hacer mi trabajo, aunque en el fondo acepté ir porque tenía la esperanza de verlo. Entonces los escuché discutir en el cuarto. Decía que estaba harto de los maricones en su casa y otro poco de mierda. Ella regresó, qué pesar, toda avergonzada porque yo había escuchado la pelea. Está jodido en el trabajo, no le pares, tú sabes cómo son los hombres. Pues claro que sé cómo son y lo que les gusta, respondí, y nos echamos a reír. Le pinté esas mechas más bellas, rojo rojo. A los meses, cuando ella volvió a llamar porque necesitaba que la peinara para ir al matrimonio de una prima, dije que había tenido un accidente y tenía las manos quemadas, ja ja ja, la pobre se lo creyó, se puso triste. Para esa casa no volví más, tú sabes, me alejé, y no por miedo, sino porque me hacía daño, es más, todavía me duele acordarme del policía. Todavía se me corta la voz, ¿escuchas?” (Delia Arismendi, Barricada, 2013)
Nadie en la sala entendió mi gesto. Yo tampoco, porque lo único que deseaba era hundir el cuchillo y salir corriendo. Huyendo cobarde como conejo… como soy. Pero no lo hice. Decentemente lo que atisbé fue entonar el canto de lectura. No tuve el valor de mi instinto porque no es de buena costumbre apuñalar a una obra de arte. Sonreí con agrado y me tomé el vino y me dijeron bravo por ese cuento. Les dije que no era mío. Que me encanta leer cuentos de otros. Ese fragmento era de un cuento de una joven escritora que no conocía, que residía en Mérida y tenía papá y él era un superhombre y ella se llama Delia Arismendi y todos rieron celebrando mi ocurrencia. Nos divertimos a ratos, como Calvero en Candilejas.
A mis espaldas escuché la voz de Teresa que decía: Las palabras son unos frascos vacíos, plásticos de agua ausente… y nos sentamos en ellas.
La abracé. Me dispuse a llorar para no matarla, porque era verdaderamente ridículo cometer un asesinato en galería; quizás era chic, una noticia artísticamente interesante, digna para presentarse en medio de tantas muertes sin relevancia; precisa, mejor dicho, preciosa para copar titulares en los periódicos de las esquina. Casi imaginé el titular: Profesor de filosofía enloqueció y mató a la artista, justo el día de la inauguración, en medio de la galería. Imaginé el chismorreo de farándula apropiado para estos casos, sexo y droga. Algún que otro trágico sería capaz de inventar una vaina como el reciclaje de la muerte. Pero preferí llorar, porque seguramente, algún inspector del orden dibujaba nuestros cuerpos con cintas blancas en el piso y yo no quería ser parte de una obra de arte que todos miraran con asco comprensivo, entre rones y nicotinas.
Ella entendió. Me dije ilusionado. ¡Era clarísimo que había entendido! Ella me miró como a un perro muerto y esa es la señal perfecta de la comunicación artística. Seguramente, rediseña todo, recicla todo, reordena todo… Seguramente mañana le clavará un puñal, en la próxima parada, en el próximo túnel de Buenos Aires, Caracas o México, lo hace.  Y me sentí aliviado, como si de mi espalda el mundo se hubiese bajado. Al llegar a la casa y revisar cada uno de mis gestos, entré en pánico. Mi razonamiento apodíctico era equivocado. Ella tendría que rehacer su obra y yo odio el reciclaje. No entendió bien lo quise decir, estaba seguro que no lo había entendido, porque con exactitud milimétrica ella le introducirá un cuchillo y quizás lo deje abierto y quizás los niños se lleven las botellitas de agua y transformen la galería en un gran basurero, porque todos empezarían a jugar con las botellas y los adultos, perfumados y bien peinados, serían los primeros en lanzarse, en esa piscina de botellas, porque el arte tiene esa vaina que contagia de niño a los maricones adultos, pero eso no sería delicado, no sería ella…  
Yo no supe expresar, por el llanto bobalicón, lo que quería decir, seguramente leyó mi sonrisa en una clave distinta o tal vez mis ojos reflejaron el bendito inconsciente que siempre nos hace una mala pasada.  Si entendió lo que con seguridad yo sabía que había entendido, entonces, dejaría de estar ella en la obra. Mi hipótesis era perfecta y sería mi obra lo que haría y yo no quiero eso y no deseo que se recicle, que se haga distinta con peroles viejos… Menos mal que todavía no he llegado a la casa, menos mal que no la abrazo todavía, menos mal que no me he dispuesto al llanto, ni siquiera he sacado el cuento de Delia del maletín.
Estoy aturdido entre palabras, son un repique incesante de catedral que desespera por feligreses en un pueblo huérfano, araguato afónico, en el borde estricto, del desierto.
La veo acercarse. Viene sonriendo, entre amigos. No le tengo confianza a ninguno. A ninguno conozco, pero tienen cara de sabios, de bibliotecas, de críticos, esa especie de científico que carga un bisturí para dar cuenta del deber. Me está doliendo el estómago de puro susto, las ganas de orinar es como una catarata de pánico. Saludó a Erika, quien no necesitaba un trago para desnudarse. Lo vio de reojo y como un gesto simple y sin importancia, preguntó: ¿Qué tal la obra? Bonita. Hasta luego. Gracias por invitarme.
EN EL CASTILLO
Lectura en el castillo de Castillo Zapata:
25 de mayo.
(…)
Un artista ejerce la política en su obra, con su obra; no ocupando un cargo burocrático en la administración del Estado, o militando en un partido. Un artista contribuye a que la política cumpla su cometido de hacer posible la relación entre los diversos, la relación entre los originalmente a-políticos.
Gallegos era político cuando escribía sus ensayos de juventud, cuando escribió Doña Bárbara; el acceso a la presidencia de la república resulta una cuestión circunstancial y accesoria. La potencia política de su intervención está en su obra, en sus ideas y no en sus acciones burocráticas despachando memoranda y decretos. Su acción política es una acción estética: su manera de actuar políticamente es tratando de interpretar el mundo desde la ficción para ofrecer a sus conciudadanos razones para sostener la convivencia, razones para mantener la relación entre diversos que hace posible la nación, que hace posible la existencia de una polis. Por eso se convierte en modelo para jóvenes de Contrapunto: se elogia no porque sea presidente de la república, sino porque ha proporcionado razones, ideales, orientaciones (es decir, sentido) a los diversos para sentirse unidos, para vivir en el entre-nos de la relación que hace posible la nación. Este es el efecto político de Gallegos: el efecto político de su actividad intelectual. (Castillo Zapata, 2013, págs. 197-198)
LA OBRA
La fotografía debía hacerse donde se hacen las fotografías, en los talleres. Un taller es una calle tejida de miradas. Un muro solitario que pide a grito inmortalizarse, como aquél grafiti de Julio Cortázar. Una pared es un ojo que grita  a mí también me duele. Allí, casi por descuido, me inundaron las caras reiteradas de los afiches, de aquellos que prometen una vida buena. Estaban uno tras otro, techo y paredes como queriendo atormentar mi existencia. Eran rojos, verdes, azules, amarillos, todos eran uno, aunque gritaban diferencia. Estaban ausentes los diversos, los que transitan a diario, los ordinarios, los órficos que se hacen número cada viernes, como una semana santa interminable.
Nelson, casi, pidió disculpa por aquella grosería. Era una grosera experiencia del consumo. Algunos idiotas le llaman política. Tenían rostro y nombre y consignas. Eran los mismos que inundan las autopistas y las paredes, comprimidos en un punto, en un diminuto espacio, donde están los rosales, en el cementerio. La voz de Teresa estaba ahogada entre tanto estiércol. No dije nada para no comprometer a los presentes. Desesperado quería conseguir su palabra reiterada, para que me golpeara yunque, martillo, clavo… Su voz diminuta gritaba que eran frascos vacíos, botellitas de agua de reciclaje, pero que nadie quería exhibir en una casa decente.
EN UN NOVIEMBRE CUALQUIERA
Ese día estábamos contentos porque creíamos que habíamos pasado la materia. A mí, realmente, me gusta la ingeniería. Eso de hacer cosas, de crear, ingeniar… por eso estudié sistemas. Bueno tres semestre nomás. La pasé verdaderamente bien. Yo pensé que unas cervezas rápidas en el camino, podrían aliviar el trago amargo de matemáticas, eso le dije a Erik y a Edgar, después que salimos del examen. Teníamos tres días estudiando full. La verdad yo salí bien ese día, segurísimo, porque desde chamo me la llevaba bien con los números y los límites y las derivadas y luego los integrales dobles y triples se me hacían pan comido. Recuerdo que lo primero que les dije cuando nos montamos en el carrito era que debíamos celebrar otro día, pero unas frías siempre son buenas pal camino, las muchachas reían. Lo recuerdo como si fuera hoy. Lástima que ninguno vino, porque al parecer están con Tere en otra exposición. Yo decidí venir cuando supe que andabas en busca de nuestros pasos. Yo no sé si ella entabló algún tipo de comunicación con ellos. Creo que no comprenden todavía la importancia del diálogo o siguen traumatizado por aquella experiencia. Bueno, ese día habíamos presentado matemática, como yo tenía carro me ofrecí para darles la cola. Lo había hecho en otras oportunidades. Además, estábamos embochinchados, casi era un tres pa tres, pero la verdad… era una relación que se estaba cosechando con una profunda amistad.
Vi una alcabala cerca del bloque uno, pero qué va me dije, esos tipos tenían capucha, parecían más bien unos Bin Laden devaluados cobrando peaje, y yo le había echado demasiada bola a la vida para que me palearan unos pendejos; así que no atendí la voz de alto y apreté la chola. Tuvimos mala leche porque sólo escuchamos una primera detonación y luego fue una lluvia de plomo que nos cayó encima. Yo lo que sentí fue un frío infinito en la espalda y el grito de todos amasados en una sola voz como si estuviésemos entrando, amontonados, en el infierno. Nos quisieron vestir de delincuentes, pero pronto se supo todo y de un lado quedaron ellas tres heridas y nosotros quedamos estampillados en el corsita, muertos de a bola… Ni a Erik ni a Edgar le gusta hablar de la masacre del 27 de noviembre, porque dicen que todo el mundo piensa en el golpe de estado y no en la muertes del barrio Kennedy, en Caricuao; pero yo les insisto en la fecha porque es como mi emblema. Es una manera de protestar, porque aún en este mundo es posible la protesta y ahora que tenemos una médium que da cuenta de nosotros desde unos cuantos años, la cosa agarra fuerza. El recuerdo es un tormento y quizás por allí está el comienzo.
¿Sabes una cosa? Tere no sabe lo que hizo cuando empezó a dibujarnos. No es como ella piensa que somos un número, que no tenemos rostros, que estamos repetidos o que nos fundimos en blanco. Para nada. Uno siempre guarda su individualidad, ni siquiera con la muerte somos intercambiables, siempre permanecemos en el recuerdo de alguien, por más malo que seas, siempre hay una vieja o un niño que te llora. Hasta una mínima mueca, puede trascender el tiempo. Y en ese detalle es la compuerta de la represa de lo que fuimos, lo que somos, porque permanecemos. Cuando tropezaste conmigo y me viste así de a poquito, con esa reverencia de silencio, decidí hablarte. Yo no sé si hago bien, porque puedes quedar como ella, con mi silueta en sus orines. ¿Sabes? Uno aquí va perdiendo la memoria, eso también es verdad, pero esos coño policías me mataron antes de tiempo, yo iba hacer un ingeniero de sistema, te lo juro; incluso en algunos rincones de Comala comentan la vaina.
Bueno lo único que te pido es que le digas a todos que cuando vean las siluetas, piensen en cada uno de nosotros, que nos hablen, que nos traten con cariño que no somos piezas de museos; más bien el museo está en la calle… porque te digo una vaina, hay muertes lindas, incluso aquí se celebran. Pero esas, las dibujadas por Tere, las que miras, esas no; aquí llora hasta dios cuando llega un fin de semana y cuando ella hace una exposición porque somos su proyecto, aunque lo único que proyectamos es un vacío hondo, un hueco crujiente en las entrañas… sin órganos.
Yo no sé qué vas hacer tú, pero te suplico que me beses para sentir un último calor aunque te crean loco; recuerda: besar una silueta es el gesto más lindo que pueda existir, no es necrofilia, es amor fati… Además desde Jesús de Nazareth o desde Simón Rodríguez, como quieras, se sabe que los locos y los niños dicen las verdades y un artista es un niño loco. Gracias por escucharme, te amo.
CALVERO
Postrado, en aquella camilla improvisada, encarceló los párpados para oler el baile de Teresa. Isadora Duncan era Teresa, el éxtasis salvífico de su desnudez le provocó el placer de una mudez eterna, segundo antes, hizo el Conjuro de Medianoche que le enseñó Miguel Márquez, desprevenido.
Algún día
No levantaré los párpados
Con  miedo, ni asustado
Me volveré a ti
Para espantar tú sombra.
Serás pasado, olvido,
Sílabas de Polvo
En el recuerdo

CENIZAS
Íngrima, entre fantasmas vociferantes, acurrucada en una canción de Discépalo, tomó los Cuatro Cuartetos de Eliot, hizo su oración en voz alta, como para recordarse que seguía existiendo:
Ceniza en la manga de un viejo
Es toda la ceniza que dejan las rosas quemadas.
Polvo suspendido en el aire
Marca el lugar donde terminó una historia.
Polvo inhalado fue una casa-
El muro, el friso y el ratón.
La muerte de la esperanza y la desesperanza,
                Esta es la muerte del aire.
 EL SILENCIO DE TERESA
Las sinfonías de Mahler. Ritmo de nostalgia precisa. Campana de su respiración. Sabía lo imposible del deseo. Pero la maldición de Tántalo le doblegó su mirada en aquel altar. El altar del bolero de Juan Gustavo Cobo Borda. Sintió en su vientre la mirada de la culpa acariciándole los vellos. La culpa es una cruz de hierro con rostro de María Lionza, pensó, sigilosamente, tarareando aquella canción de Javier Solis o Felipe Pirela, a esas alturas del ron ya ni siquiera recordaba quien la interpretaba.
Ese bolero es mío
desde el comienzo al final
no importa quién lo haya hecho
es mi historia y es real

Ese bolero es mío
porque su letra soy yo
es tragedia que yo vivo
y que sólo sabe Dios

Lo hicieron a mi medida
yo serví de inspiración
y su música sentida
se clavó en mi corazón

Ese bolero es mío
por un derecho casual
porque yo soy el motivo
de su tema pasional

Lo hicieron a mi medida
yo serví de inspiración
y su música sentida
se clavó en mi corazón
Ese bolero es mío
por un derecho casual
porque yo soy el motivo
de su tema pasional
Seguía tarareando, haciendo cantar al viento, mientras guardaba el joyero, la caja desahuciada, para sellar el cadáver de su memoria. Quería olvidarse de su llegada. Olvidarse de todas y cada una de las elecciones que había hecho; una tras otra, una tras otra, decisión por decisión, los diques enmohecidos que clausuraron aquel amor.
La vida no es una suma, pero cómo  añoramos que dos y dos sean cuatro, se dijo así misma cuando escuchó la llegada de su Teresa. Sí, su Teresa. Ella, Teresa, no sabía del amor cosechado por la otra Teresa. Ella la había pensado en silencio, la había acariciado, le había roto su anillo de fidelidad en una noche de copas sin su presencia, la había despertado en cualquier día de junio o febrero para contarle una historia inútil o mostrarle un discurso que no empieza ni termina, a media luz y con el diplomático haciéndole compañía…
Pero Teresa era una línea recta. Asumía su elección con pasión y no pensaba ni quería pensar siquiera, por un momento, en la posibilidad remota de amar a otra mujer. Se había guardado para el amor imposible; había abonado su cuerpo con la majestad del silencio. Pero ese día la vio hermosa en medio de su cansancio. Ese día se olvidó de sus cuentas y del rosario y de las velas cuando sintió el canto de Teresa en sus entrepiernas, pero no dijo nada porque ella era decente y su timidez era más terrible que su risa. Estaban en Roma y eso era importante. Roma era como el boulevard del Cementerio, termina con las flores y el desfile de huesos. Ambas pensaron una mándala de quizás, para ocultar sus deseos. Teresa tenía dos años amasándolo en un juego solitario, como quien juega con la muerte. Teresa, la otra, lo advirtió aquél día cuando el canto se refugió en su vagina. Fue un momento fugaz, quizás hasta imprudente, por eso recogió sus manos en el estuche de su cuerpo y la invitó a internarse en las catacumbas de su ego. Allí no descubrió el cuerpo de su Teresa, su hallazgo fue descubrir su cuerpo descuartizado, no en la tumbas de Adriano a las orillas del Tiber, sino en la Cripta de los 4000 esqueletos… Entró en el laberinto de sí misma, desdoblándose en los huesos de tantos amores perdidos. Aquel espejo de su vida conmovió todas y cada una de sus menstruaciones y ya el arte, como siempre, era una cadena innumerable de pasiones muertas, como el día que se encontró con Teresa… y no pudo decirle que la amaba.
LA MUERTE DE  TERESA
Abrió despacito aquél pasaje de Milan Kundera, la quinta parte, titulada, La levedad y el peso. Lo tenía subrayado antes de pensar en aquello. Sentía una asfixia, como si dios estuviese ahogado de nostalgia. Lo leyó de forma reiterada, tal vez, para provocarse aquella idea obsesiva; tal vez, para que cobrara cuerpo aquella imagen, como un terremoto de hígados y excrementos.
Teresa había vuelto a dormirse pero él no podía conciliar el sueño. Se imaginaba su muerte. Está muerta y tiene pesadillas; pero como está muerta él no puede despertarla. Sí, eso es la muerte: Teresa duerme, tiene pesadillas, pero él no puede despertarla. (Kundera, 1993, pág. 234)
Una frágil niña de nácar, colgada en un madero en cruz; su vientre rasgado por rinocerontes verdes que, tímidos y delicadísimos, asoman sus lenguas, saboreando el ombligo lacerado por culebras que yacen como enrredaderas entre sus pies. Y, encima de la cabeza, la causa de su condena, escrita en latín, griego y arameo: Es teresa, reina del silencio.





[1] Intervención presentada en el X Simposio Internacional de Estética,  Mérida, julio 2014. Se trata de una reflexión de lo que acontece en Venezuela, de lo que me acontece en mi vida cotidiana, en clave de ficción, a partir de tres muestras de la artista plástica Teresa Mulet, a saber: “Cada-ver- es. Cada- vez- más”; “En Re” y “Palabras Silentes.”