sábado, 31 de octubre de 2015

CONVERSACIÓN DE CAFÉ.



CONVERSACIÓN DE CAFÉ
Jonatan Alzuru Aponte
A Enzo Del Bufalo.

-          ¿Por qué no hablas?
-          Porque no quiero persuadir, ni convencer y mucho menos, polemizar.
-          Es importante tu palabra.
-          Sí. Siempre y cuando trate del tema que tú quieres y digas lo que deseas; además, eso sí, de la forma como lo deseas.
-          ¡No! Por favor, habla de lo que tú quieras.
-          Lo que yo deseo es hablar de lo que hago; de ello he hablado. Ahora, estoy de regreso, me incorporo a un espacio donde no puedo hacer nada. Entonces, no puedo hablar de lo que hago, puesto que no hay nada que hacer.
-          Pero tú das clase; y...
-          Las clases son mi espacio para el performance de lo que hago. Allí explico lo que hago. Pero allí no se puede hacer. Es una experiencia como resultado de un hacer. Es una comunidad de diálogo de lo que hizo el maestro que entusiasma, seduce, estimula al discípulo a su hacer.
-          Pero… ¿es un asunto de dinero…?
-          Ojalá fuese solo de dinero. Hay una voluntad de aniquilamiento, en el mejor de los casos, contra sí mismo. Es una estrella que sigue mostrando su luz, pero dejó de existir hace años; hace rato que se extinguió, porque construyó la bomba y se la incrustó entre sus vísceras.
-          Pero se lucha contra el gobierno y tal vez....
-          Sí, lo sé. Y es justo. Jamás me había sentido tan explotado. Hace unos días recordé los Manuscritos económicos filosóficos de Carlos Marx y  pensé en el trabajo enajenado. El enajenado es incapaz de percibir cuando lo explotan y, por el contrario, ama al amo que le da de comer mientras lo esclaviza. Allí yo soy radical; estoy absolutamente de acuerdo contigo, en su importancia. Pero, y te pido por última vez que me escuches, porque no volveré hablar; porque te amo, te suplico que me escuches. Yo no hablo de eso. No me interesa aunque sé de su importancia; es que yo no quiero hablar de asuntos importantes. ¡No me entiendes! Me parece que lo importante es nimio en mi circunstancia; Lo estúpido, pasajero y baladí es mi asunto. Trato de asuntos sin importancia.  Tal vez… no lo sé, estamos en la misma circunstancia, aunque no lo sepas… solo tal vez.
-          ¿No es  vital, la condición económica?
-          Hay guerra cuando hay soldados y generales. Pero no hay ni generales ni soldados en mi espacio. Ojalá se hiciera la guerra o se construyera la paz, dos acciones opuestas pero que conforman momentos del vivir, prácticas constitutivas de la subjetividad. Pero esas prácticas no existen. Son simulacros.  Acá no hay sujeto; por lo tanto, no hay ni guerra ni paz.
-          No entiendo.
-          Pensando tanto en el otro, nos olvidamos de nosotros mismos. Se negó con tanta fuerza al otro que terminamos negándonos a nosotros mismos. Quien vive de la negación del otro, se hace esclavo de su negación. Es un muerto que camina. Hegel no era venezolano, sino alemán; es una verdad de perogrullo, pero marca unas distancias… desde el idioma hasta la época.
-          ¿Y?
-          La afirmación de sí, pasa por amar lo que nos constituye, nuestros deseos. Más aún,  no es tanto lo que se desea sino la voluntad de desearlo que se manifiesta en prácticas diversas.  Pero no hay deseos. Es la tierra de Ilóm. Recuerdas aquello del Gaspar Ilóm deja que a la tierra de Ilóm le chamusquen la ramazón de las pestañas con las quemas que ponen la luna color de hormiga vieja… Allí está el análisis científico del asunto.
-          Eres pesimista.
-          Ni optimista ni pesimista, me hago cargo de lo que acontece. Y quizás para tu gusto –que para hablar franco, me sabe a un bledo- tergiverso lo que acontece como toda fotografía; que siempre es una versión, porque no existen los hechos sino interpretaciones de acontecimientos en pugnas; y en este caso, la versión dominante es que estamos vivos y luchando;  y eso funciona... como toda ficción, para bien o para mal. Pero yo estoy… habito en otro mundo; la otra versión me es indiferente; yo habito la tierra de Ilóm, como quien fue a buscar a un tal Pedro Páramo; esa versión, en la que habito, me la cuento a mí mismo, aunque me chamusque las pestañas.
-          ¿Qué acontece?
-          La crónica de una muerte de un muerto anunciada por un muerto. Es Comala. El pueblo de fantasmas, distópico, descrito por Juan Rulfo.
-          ¿Quién será el difunto?
-          Los difuntos están transitando por las calles, beben ron y hacen bellos discursos.
-          Hablas como en metáfora, críptico. Típico de un filósofo.
-          Quizás, no lo sé. No estoy seguro a quién te refieres con ese nombre que identifica una práctica. El filósofo, no el profesor, vive para desarrollar su instinto. Solo hace una mueca para señalar el agua y ya. Seguramente ríe y sigue caminando. Cuando arde la casa no hace un discurso, no se interroga por el ser, ni indaga en las causas primeras; llama a los bomberos. El filósofo es quien tiene una interrogación como obsesión y no piensa en nada más sino en su obsesión, pero no deja de comerse un bocado de pan y bebe vino y vuelve a sus andanzas con ligereza obsesiva; con la misma liviandad que es capaz de dar latigazos a los hombres, para sacarlos fuera de sí, como a los mercaderes del templo; es aquél que toma agua como un camello, brinca como mono, piensa como pereza y corre como chita. Y yo, por el contrario, lo que hago es darte una palabra repetida, porque me la exiges, porque te quiero, aunque sé que no tengo nada que decir. No me refugio en el silencio, es  mi terremoto. Tú me dirás.
-          ¿Cómo interpretas todo este torbellino político?
-          No quiero seguir repitiéndome;  ya te lo he dicho.
-          Tal vez, no sé… podrías ser más específico, pienso publicar la conversación.
-          Un personaje del exquisito drama, publicado en 1992, titulado “La genealogía de la subjetividad”, escrito por el extraordinario narrador venezolano Enzo Del Bufalo, lanza una sentencia que quizás resume todo lo que yo pueda decir. Afirma: “(…) el dolor y la culpa siguen siendo instrumentos constituyentes de la memoria social; aunque, en sustitución de los antiguos, instaura sus propios sistemas de crueldad y terror para seguir inscribiendo en la carne viva los signos de la subjetividad.”
-          No entiendo.
-          Yo lo creo  importante, para…
-          Enzo no es narrador, es economista. Permíteme corregirte.
-          La mayor obra de ficción narrativa, entregada en fascículos, del occidente moderno es aquello que se llama Teoría Económica. Los idiotas, aquellos que no piensan en el bien común, viven atados, religados, místicamente, a sus abstracciones; creyéndose que caminan sobre el agua, mientras se fagocitan en la tierra. Enzo narra la eficacia de esa ficción en las prácticas sociales. Es un gran novelista.
-          ¿Acaso desvalorizas…?
-          No. La ficción es poderosa. Las cruzadas, los rescates de los lugares santos, durante el siglo XX que, por cierto, ese siglo no termina de morir en nuestro continente, están  marcados por el sino de esa ficción y de forma enajenada, como unos locos en un sueño que no saben que sueñan, el hombre se hizo ser en la abstracción, se hicieron como angelitos; por eso han florecido los infiernos. Esa enemistad profunda consigo mismo. La ficción es eficaz, puede conducirte a la princesa encantada o a las manos del lobo. La inocencia es creer que la ficción es la verdad y que se está en la verdad y no en la ficción o viceversa; allí empieza el terrorismo de lo abstracto.
-          Cada vez entiendo menos lo que hablas.
-          Porque cada vez piensas grueso, en grande, en abstracto.
En el espacio microfísico, en la alcoba, en el aula de clase, en la comunidad donde habitas con tus vecinos, es donde se inicia y culmina el aniquilamiento del cuerpo.  Pero también es el ámbito de la subversión contra el Dios de la Razón que se materializa en el poder del libro como rector de la vida cotidiana. El mercado y la revolución, el liberalismo y el socialismo, son los frutos del barco guiado por los libros. Pero, como para ti, ese mundo pequeño, trivial y sin importancia, como la alcoba, el aula, los vecinos, está explicado; y ya tus razones son las suficientes, entonces, dejas de interesarte. Te ocupas del estado como debe ocuparse un político de oficio, pero sin el oficio, ni la vocación; sino renegando de esa práctica mientras la ejerces como un simulacro; pero pidiendo respeto, exigiendo respeto,  -y te lo digo en clave de trabalenguas- simultáneamente, por lo que haces que no deseas hacer. Más aún, molestándote por aquellos que no respetan tu hacer que no es otra práctica, sino hacer lo que no deseas hacer, pero que tienes que hacer aunque no tengas pericia ni vocación y detestes a todos aquellos cuya vocación y oficio es lo que tú haces sin querer. Pero se entiende. No ves alternativa; por eso tu asumes responsablemente, la irresponsabilidad de jugar al como si; pero cínicamente lo haces, como quien juega a la ruleta rusa pero sin balas… De allí que tú asunto es conocer el gobierno de los otros y no el gobierno de ti, porque eso está claro y transparente y por ello eres indiferente.
-          Ahora, pareces un predicador.
-          Te predico, entonces, una sentencia Nietzscheana, la número ochenta, que la encontrarás, en ese libro proscrito, Más allá del bien y del mal; dice el santo o el demonio alemán, es irrelevante el calificativo en nuestro caso: Una cosa que queda explicada deja de interesarnos. ¿Qué quería decir aquél dios que aconsejaba: ¡Conócete a ti mismo!? ¿Acaso esto significaba: ¡Deja de interesarte a ti mismo! ¡Vuélvete objetivo!? - ¿Y Sócrates? ¿Y el hombre científico?
-          ¿Qué me quieres decir?
-          Yo no. Ya lo dijo Nietzsche. Simplemente repito el aforismo. Pero para comprenderlo, para  interpretarlo, tienes que rumiar como una vaca. Tomemos el café e inundémonos de silencio.
Caracas, 30 de octubre 2015.