lunes, 4 de mayo de 2015

EL DISLATE DE PRESENTAR LA FILOSOFÍA



EL DISLATE DE PRESENTAR LA FILOSOFÍA
Jonatan Alzuru Aponte (03-5-2015)
Era de tarde. Un sol inclemente. Estaba en su biblioteca llamada Babel. Al parecer, con el nombre, quería hacerle un homenaje al creador de las bibliotecas. Sentando en su escritorio, labrado en madera al estilo Luis XV, encontró el enigmático libro, La filosofía en Borges, descuidado e impúdico en uno de sus bordes. Su autor fue un profesor muy famoso quién se caracterizaba por descoyuntar a sus interlocutores en la prensa nacional. Siendo estudiante escuchó su voz, la del pensador Nuño, sin entender por qué reían los asistentes a la conferencia que se dictaba en el aula 217 de la Escuela de Filosofía de aquella Universidad; ésa, la que siguió el rigor medievalista de entender como su destino a los libros y a las bibliotecas; donde la vida, no el vocablo vida sino la vida, era un concepto, una palabra como el ser, una curiosidad más del laboratorio del pensar y nada más…  el término vida solo era escuchado, a veces, cuando por fortuna, una contingencia deslizaba la palabra vida en alguna página extraviada de algún oscuro tratado de filosofía alemana. Desde aquél entonces, sabía que algún día tenía que enfrentarse con aquella risa, la del ponente Nuño y la de los estudiantes y profesores asistentes a la conferencia en el aula 217. La risa como destino, como desafío, como descuadre de la diferencia y la repetición.
El libro La Filosofía en Borges de Juan Nuño, resaltaba en la mesa porque era de una exquisita extravagancia. Valga una curiosidad bibliográfica o de dislate político tal vez; el libro fue impreso en un extraño país, donde todos estaban profundamente educados y no existía ni un ser humano sin saber leer y escribir, pero jamás habían visto una hoja de papel; quizás por su afán ecológico eran incapaces de cortar un árbol para producirlo; porque en ese mundo, en ese país extraño, nada de la tierra era considerado como materia prima para producir; o, tal vez, precisamente, por lo contrario, porque detestaban profundamente a la naturaleza y era indigno extraer algún producto de ella; aunque algunos inquisidores hablaban de la brujería de los poderosos en la transformación de un tal oro negro en billetes verdes que por arte de magia nadie es capaz de tener ni de mirar, porque según dicen, era un privilegio de los poderosos, de los magos alquimistas, poseer aquellos papeles verdes, que era el único tipo de papel existente en el país extraño que ninguno de sus mortales veía; dicen que, al parecer, la secta dirigente consideraba pecado tan solo ver, oler o sentir el oro negro o el papel verde. De allí lo extravagante o el dislate político de la edición de un libro en aquel país. Lo cierto del caso es que el libro estaba allí y fue publicado en ese país, donde no existía el papel, y donde emulaban, hombres y mujeres, todos, como un coro de ángeles, a la pequeña Venecia del siglo XV, porque su nombre era su destino.
Vio el libro y resonó aquella escena cuando tenía veinte años escasos, cuando no entendió la risa que provocaban las palabras de Juan Nuño y recordó que no tuvo la dicha ni la desdicha de participar en sus clases y sabía, además, que su destino era cumplir la Maldición de Tántalo. Estaba destinado atrapar lo inatrapable, comerse aquel manjar, imposible de asir.
Abrió con rigor milimétrico, suave y estrictamente disciplinado, el libro, y en la hoja señalada había una nota amarillenta, escrita quizás por el editor o tal vez por el propio Nuño, jugando una vez más con las imposibilidades de lo real que decía: Cumplo con el deber de informarle que debe presentar el texto que tiene entre sus manos siguiendo la recomendación de Pierre Menard, como usted sabe, él afirmaba que “censurar y alabar son operaciones sentimentales que nada tiene que ver con la crítica.” Debe afinar su ojo con precisión y  aclarar, lo que dijo el autor de la Filosofía -(quisiera decirles que eso me extrañó en la nota; no decía el autor de La Filosofía en Borges, sino de la Filosofía, en mayúscula; tal vez fue un olvido, pero también… no sé… o tal vez es una posibilidad para mostrar que aún cuando todo está dicho siempre es posible crear, porque el autor de la nota de inmediato citó un fragmento de Nuño a propósito de Borges… ese estilo me hizo sospechar que quizás fue Borges el autor de aquella cita, porque Juan Nuño era un filósofo y, por lo tanto, incapaz de jugar con las temáticas filosóficas como si fuesen un cuento de Borges; la otra posibilidad era que la hija o el editor hubiesen intervenido el libro de Nuño, para que quien lo leyese no encontraran al frío epistemólogo sino al novelista, al exquisito creador de ficciones filosófica y el autor de la nota, entonces, la hija de Nuño o el editor, citaban del libro, en su nota, precisamente, lo que ellos habían insertado en el ensayo del filósofo al mejor estilo de la hermana de Nietzsche con el libro póstumo, la Voluntad de Poder, que se le atribuye al pensador alemán… Esa posibilidad, que me gustaba por lo deliafiallesca, la descarté de inmediato; porque un amigo bibliotecario, contrastó la edición con la mexicana y la española y, efectivamente, Nuño había escrito eso que citaba  quien escribió la nota en la hoja amarillenta… Asunto que generará un gran problema a los estudiosos de la crítica filosófica o literaria; porque aquella cita que aparecía en la nota, y era fidedigna del autor Juan Nuño, implicaba que el libro dejaba de pertenecer de forma inmediata al conjunto de libros configurado por críticos, filósofos, pensadores que escriben sobre creadores; la cita excluía al libro de esa categoría; porque a partir de ella, de la cita, el libro, más bien, se transformaba en una narración donde su autor era un creador que interviene la creación de otro creador, para configurar su propio mundo… pero no les distraigo porque la nota dentro del texto es el mandato de mi vida y en realidad es lo que debo comunicar)- Repito, la nota decía: Debe afinar su ojo con precisión y  aclarar lo que dijo el autor de la Filosofía; de inmediato el autor de la nota cita al libro de Nuño: “De ahí que hablar es incurrir en tautologías… Indefectiblemente, el relato de Borges sobre la Biblioteca, y aún este pobre comentario, se encuentran en la Biblioteca de Babel” (p.89)
Borges describe una biblioteca que contiene su ficción y Nuño se sabe dentro de aquél universo “y aún este pobre comentario, se encuentran en la Biblioteca de Babel”, por ello sabe que su comentario es pobre, porque no puede decir nada que no esté dicho y sin embargo lo realiza porque que cabe la posibilidad, quizás remota, pero posibilidad al fin y al cabo, que la obra de Borges y su comentario copulen como un evento prescindible, como el Quijote de Cervantes para Menard… y… desde esta perspectiva, lo que escribe Nuño es una ficción atrapada en otra ficción… pero…
Siempre hay un pero… Nuño está dentro y fuera de la biblioteca, sostengo yo, a pesar del criterio del autor, porque él tenía el don reservado a los dioses, el de la ubicuidad; da cuenta de la biblioteca desde adentro, experimentándola; y desde afuera, contemplándola… de allí que es imaginable que fuese él quien escribiera la nota, el mandato dentro del libro que me obliga a presentarlo; porque en su libro no se limita al juego epistemológico de explicar las condiciones, posibilidades y límites de lo escrito por Borges, sino que elige la ficción como otra posibilidad de su propia existencia, de la función de su discurso y la nota bien cabría en ese juego de ficción.
El primer mandato era presentar el libro sin afirmar nada nuevo.  En segundo lugar, no podía ni juzgar ni alabar. Pero la nota no quedaba allí, sino continuaba de la manera siguiente: Estimado amigo –cuando leí aquella palabra, amigo, quedé paralizado porque efectivamente no fui amigo de Nuño, porque la única vez que lo vi no entendía lo que hablaba,  ni por qué reían los que estaban a mi alrededor; incluso, aquella vez dudé que estuviese hablando español, o quizás quería decir, castellano o venezolano… sabía que eran palabras, me sonaban iguales a otras, pero juntadas y expresadas con el énfasis en las diéresis y en  los silencios de los puntos y coma,  me condujeron a pensar o quizás a imaginar que lo que hablaba era griego o latín o una jerga de un romancero español del siglo XVIII… por otra parte, Borges no ha sido amigo mío ni siquiera en los sueños, porque soy del Caribe y mi hablar es ligero y tengo la lengua llena de escorpiones como me dijo el poeta Márquez; además, me bautizó Marco Aurelio y con el único que soñé fue con Aristóteles; tales razonamiento me condujeron a una explicación común pero loable, yo era amigo del editor y fue él quien me dejó las pautas para la presentación del libro en aquella hoja amarillenta. La certidumbre es la condición de la ataraxia. Me tranquilicé. Seguí leyendo.
Estimado amigo, su labor en la presentación del libro es mostrarle a los asistentes que usted no dirá nada nuevo, no alabará ni juzgará como recomienda Menard y justamente allí estará la diferencia; fundamente su afirmación en la proposición del creador de La Filosofía… otra vez eso del creador de la filosofía; ahora pensaba en el irresponsable del editor con esa nota… el muy incapaz no dice el creador de la Filosofía en Borges, sino el creador de la Filosofía… ¡Coño! Dije… casi con la performatividad de la interjección del pueblo Vasco amamantado en Higuerote, si leen esta nota los alemanes seguro cogen tremenda arrechera, porque tanto esfuerzo que hizo Kant, Hegel, Schopenhauer, Nietzsche, Heidegger… para escribir notas a pie de páginas de los presocráticos o de los griegos en general, siendo bondadosos con el pueblo de Hitler y Habermas… y éste, el irresponsable editor, en estos chaparrales, escribe esos dislates, como que Nuño es el creador de la Filosofía, dando posibilidad a los incautos lectores a imaginar… que es posible pensar en el lenguaje deformado del latín, en esta cosa que le llaman el idioma de Cervantes; porque si así fuese… entonces… si es posible pensar es posible crear y tal vez, quizás, solo tal vez, cabría la remota posibilidad que Nuño fuese el creador de la Filosofía… ¡No!...¡Por Dios!… Me bañé con agua fría, como recomendaba el manual de psiquiatría de comienzos de siglo.
Horas después seguí leyendo la nota, releí nuevamente el inicio del párrafo que me perturbó: Estimado amigo, su labor en la presentación del libro es mostrarle a los asistente que usted no dirá nada nuevo, no alabará ni juzgará como recomienda Menard y justamente allí estará la diferencia; fundamente su afirmación en la proposición del creador de La Filosofía donde afirma que, cita, cita a Juan Nuño, sí a Juan Nuño, al filósofo, repito donde afirma que: “aun dentro de la más ajustada y exacta repetición (tautología literaria), es posible escribir precisamente lo mismo sin incurrir en el pecado reiterativo… Decir lo mismo, esto es, asumir plenamente la condición tautológica del lenguaje en general y, en particular, de nuestra cultura, para decirlo de manera tal que resulte distinto.” (p. 95-97) Finalmente, le sugiero que se esfuerce por realizar lo que hice. Fui yo quien le indicó a la baronesa la influencia de Nietzsche en la obra del señor Menard; obviamente, Borges al escribir su cuento no tuvo alternativa que manifestarlo y Nuño de reiterarlo. Lo hicieron porque ambos están condenados en la caverna; de allí que los autores hispanos, de alguna manera, participen del antiplatonismo nietzscheano siendo platónicos. Fíjese bien, el creador de la Filosofía describe al argentino como si fuese un reflejo de sí y el creador de Ficciones procura no nombrar al madrileño Nuño -que se refugió en un país cuya vocación era volverse premoderno, aceleradamente, por el puro gusto de llevarle la contraria al tiempo- pero sus rostros se confunden en cada letra, se desdibujan y configuran en otros… Ambos pensadores habitan la caverna y, por lo tanto, están “resignado -como escribe el novelista, es decir, el filósofo-  a morar entre la decadencia sensorial.” (p. 162) De allí que el filósofo Borges y el literato Nuño, lo que relatan no es otra cosa que la condición humana, demasiado humana, de vivir.
Lo más plausible de la nota, en la hoja amarillenta, es que culmina con dos citas consecutivas, sin ninguna idea, oración  o párrafo que las ligue. Están las citas sin religar; la primera tomada de la Filosofía en Borges de Juan Nuño: “No es que haya nada que agradecer a la perspicacia del comentarista el logro de un nuevo matiz, la captación de alguna idea difícilmente perceptible…” (p. 256) y la segunda de Otras Inquisiciones de Jorge Luis Borges: “Tal es, en palabras de su inventor, la doctrina idealista. Comprenderla es fácil; lo difícil es pensar dentro de sus límites.”
A veces, suelen añadir, casi al vuelo de pájaro, quienes cuentan la anécdota del presentador del libro La filosofía en Borges de Juan Nuño y el impacto que tuvo al leer la nota que le ordenaba presentarlo, que no realizó la prescripción después de leerla. Más bien, pidió asilo en una ermita y permanece en silencio; otros dicen que llegó a la Feria del libro, vio a la muchedumbre y salió corriendo y lo atraparon en Macuto, cerca del lugar donde alguna vez había un castillete, y está en Bárbula, imitando a un tal Armando Reverón; algunos afirman que está buscando una caverna a las orillas del río Guaire, otros dicen que nunca leyó el libro y se hizo monje tibetano. La otra versión, quizás la más fantástica e inverosímil, la escuché por boca de mi abuela Palmenia de Aponte, quien afirmaba, con acento yaracuyano, que el muérgano se presentó en la Feria del libro, un domingo cualquiera, tal vez un tres de mayo, no hizo la presentación y leyó la nota amarillenta; haciendo una narración, como si él fuese el autor de aquel relato. 

Nota: El texto fue leído el 3 de mayo de 2015, en la Feria del libro que se realiza en la Plaza Altamira de Caracas, como presentación del libro "La Filosofía en Borges" de Juan Nuño, editado por Bid & Co.