miércoles, 24 de febrero de 2016

OPINIÓN PÚBLICA Y POLÍTICA REAL



OPINIÓN PÚBLICA Y LA POLÍTICA REAL
@jonatanalzuru67
Dedicado a todos los que adversan a Nicolás Maduro.
Los que participamos en las redes sociales o en los medios de comunicación de masa, desde el intelectual más brillante hasta una joven adolescente, que emite su opinión, en cualquiera de los tonos, agresivo, con templanza, bien redactado o atropelladamente, acertada o fuera de tiesto… Todas esas opiniones, si no están articuladas a movimientos sociales o políticos, siempre, siempre, son mensajes en botellas lanzados al mar. Por lo tanto, no tienen consecuencias inmediatas en la toma de decisiones de los políticos; de allí que no inciden, directamente, en la política en ninguna de las esferas, nacionales o parroquiales.
Una extraordinaria opinión en las redes sociales o en los medios de comunicación, para quien la emite, a lo sumo, le genera adhesiones circunstanciales de quien la conoce, hasta que realice una opinión considerada desacertada o destemplada. La adhesión o no, a la opinión no genera efectos políticos, si sus lectores, receptores, no están articulados a organizaciones políticas. Y, aún así, que quien la reciba se convenza de la opinión y la desee articular porque es militante o dirigente de un partido o movimiento político, la dinámica interna de la organización lo conduce -dígase, sus debates-  a considerarla, dependiendo de la conveniencia, en el mejor de los casos. De allí que molestarse o alegrarse por una opinión política de un participante de las redes o de los medios -que puede ser natural-  debe tenerse claridad, conciencia del alcance de esa opinión en términos de los desarrollos prácticos de las políticas.
Una opinión, en el ámbito público, de un político de liderazgo nacional o parroquial, siempre, siempre, tiene efectos buenos o malos, con costos o beneficios, no solo al interior de su organización sino en el desarrollo de la política del grupo a quien lidera, bien sea nacional o parroquial; y, también en las reacciones de quienes lo adversan, interna o externamente. Porque, justamente, al ser líder, su opinión genera prácticas, comportamientos, formas de relacionarse con los otros. Si su opinión no genera efectos prácticos, simplemente no es un líder ni nacional ni parroquial.
La importancia de la opinión pública para el político es que la puede utilizar (son instrumentos de trabajo), al igual que las encuestas, para analizar no solo sus prácticas sino de las acciones de sus adversarios. Su habilidad consiste en discernir dentro de los millones de mensajes lanzados al mar, cuáles le son útiles y cuáles no. De allí que un buen político lee prensa o está atento a las redes sociales (contrata analistas del discurso en los massmedia) de los autores que él considera pertinente, sobre todo, de quiénes lo critican para evaluar las razones y los por qué. De  los análisis, aunado a otras variables, los debates internos, externos, encuestas, opinión de asesores, discierne y mantendrá su táctica o la varía, dentro de su estrategia general de trabajo.
La solicitud a quien opina en el ámbito público, para que se transforme en político, dígase que ejecute lo que opina, es errada. Porque la política es una práctica que requiere no solo de formación teórica, de análisis, sino y sobre todo, de prácticas, de acciones que le dan experiencia. Es una vocación que requiere de experiencia, de trabajo práctico en organizaciones políticas.
Los que opinamos, somos ciudadanos afectados, por las decisiones de los políticos, bien o mal. Y podemos dar cuenta de sus efectos. Es como un paciente que padezca las malas prácticas de un doctor y no pueda dar su opinión, sobre él, porque no estudió medicina o no pueda expresar las bondades de un médico que lo curó bien por no saber de medicina. A diferencia de la opinión hacia el médico que sus beneficios o costos son individuales (y los beneficios colectivos son limitados a un sector de la población); para el político la opinión pública es un instrumento de trabajo que le genera utilidad individual y al actuar en consecuencia, maximiza las utilidades colectivas.
El médico se formó en la teoría y en la práctica, ésa no es una virtud, es la condición mínima de su vocación. La condición mínima del político nacional o parroquial es recorrer calles, promover ideas, organizar en función de lo que él considera que debe hacerse, en todos los sentidos, para confrontar a otro,  aliarse en una circunstancia, mejorar una zona, una alcaldía, un país y al hacer esto siempre pone en riesgo su propio ser: ése es su trabajo, su vocación, su oficio.
En Venezuela hemos tenido ejemplos muy práctico de qué sucede cuando alguien que opina y su razonamiento es acertado o aceptado por una comunidad y, de inmediato, cree, erróneamente, que tiene la pericia para dirigir la política nacional; eso ha sido ha sido un  verdadero desastre, aunque tengan buenas intenciones, eso no está en discusión; empresarios, dueños de medios, comunicadores sociales hasta militares, los costos no han sido solo para los venezolanos, sino para sus vidas privadas.
Los errores en decisiones para un político de vocación, son una fuente inagotable de aprendizaje; quizás muchísimo más que sus aciertos. Porque la política es una práctica como el deporte; el entrenarse evaluando el error pasado y trabajando en él, maximiza sus victorias.
Quien se dedique a estudiar no a las teorías, sino las biografías, específicamente, la forma cómo políticos que consolidaron poder y lo conservaron por un tiempo, para bien o para mal (en este estudio específico lo relevante es cómo consiguió y consolidó el poder; no cómo lo usó en el tiempo; ésa es otra discusión), cómo tomaron decisiones durante su vida, de personajes tan disímiles, como Lenin, Gandhi, Mandela, Chávez, Obama, Fidel, Hitler, Bolívar, Churchill o Napoleón, entre otros, podrá percatarse cómo le sacaron provecho práctico a los errores. Aprendieron, de sus errores, para articular, consolidar y acrecentar su poder. Y, si tiene entrenamiento el lector, para extraer lo idéntico en lo diverso, podrá configurar máximas de acción que han sido comunes, dentro de esa multiplicidad de personajes con ideologías distintas y de contextos históricos diversos.
Justamente, por ese tipo de análisis, es que Nicolás Maquiavelo,  su obra (y fundamentalmente El Príncipe), ha sido capital para el desarrollo de las prácticas políticas de izquierda y de derecha en el mundo moderno. Es una lectura obligatoria para cualquier político parroquial o nacional. Para expresarlo con estricta precisión: el gran teórico del conservadurismo norteamericano Leo Strauss, escribió el texto “Meditaciones sobre Maquiavelo”, en su instituto se formaron los principales asesores y políticos que han conducido la política de EEUU y todavía, están en las esferas del poder. Del lado de la izquierda, un filósofo con militancia política que tuvo una gran influencia en los partidos latinoamericanos de izquierda, desde finales de los sesenta, quizás, hasta la actualidad, a través de su discípula, la intelectual chilena, Marta Harnecker,  Louis Althusser, escribió el texto “Maquiavelo y nosotros” y su admiración era tal, que en su último escrito, “El porvenir es largo” considera que  la obra de Maquiavelo, tenía muchísimo que dar en el ámbitos de las prácticas políticas para los siglos venideros.
Venezuela está viviendo una situación sumamente delicada para todo el pueblo. Un dirigente, que piensa en sí mismo, en esta circunstancia, es aquel que coopera con el otro, para salir de la crisis, ¿Dije bien? Vuelva leer la afirmación que recién hice. Quien cree que pensar en sí mismo es actuar en solitario, en esta circunstancia específica, está cavando su propia tumba política; ni siquiera sabe pensar en sí mismo.
El argumento de mi afirmación se soporta en lo siguiente: Lo que está en juego, en esta circunstancia, es la vida misma de la nación; la paz o la guerra, dígase, una violencia armada maximizada. En una guerra nadie está exento de morir o en un golpe de estado,  como lo han advertido, diversos y opuestos, dirigentes políticos.  La condición mínima para la paz democrática y el desarrollo económico y social, es la vida. De allí que pensar en sí mismo, significa resguardar la  vida, en lo posible; y ello supone, la construcción de alianzas para la paz, mínimamente, posible…
Apostar por la vida (dígase contra todo golpe de estado), en la actual circunstancia, requiere pactar y respetar los acuerdos. Solidificar, consolidar y acrecentar las alianzas, con el objetivo, clarísimo, de minimizar, al extremo, el poder de económico y de fuego de quienes están atrincherados en el gobierno, para poder desplazarlos. Luego, será otra la historia.

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