WILEXIS
Y LOS TUPAMAROS DE CHÁVEZ
Jonatan
Alzuru Aponte
El
caso de Wilexis. Líder de una banda de delincuentes que ha desatado una guerra
contra el régimen, durante los últimos quince días, en Caracas. Tienen tal
organización y equipamiento militar que los aparatos represivos del despotismo,
FAES, Guardias Nacionales y la Policía unidos, no han podido controlarlo. En
meses recientes en otra población la Cota 905, el Coqui, alias de otro
delincuente, sucedió igual y tampoco lo lograron controlar.
Se
trata de ejércitos paramilitares (dígase organización civil, estructurada bajo
una lógica militar y que actúan con independencia de las fuerzas represivas del
estado) que controlan extensos sectores de la ciudad capital. Las bandas
paramilitares de delincuentes han sido estimuladas, organizadas, financiadas e
institucionalizadas como una práctica sistemática del ejercicio del poder por
parte del chavismo.
Para
demostrar la afirmación, que podría parecer increíble para cualquier político
del mundo o cualquier ciudadano, valga el documental distribuido en abril del
presente año en youtube, titulado: “Tupamaro: Guerrillas urbanas” del cineasta
argentino estadounidense Martín Andrés Markovits. El periodista y crítico de
cine argentino, Pablo Scholtz lo reseña en El Clarín (23 de abril 2020) como un
trabajo que no pretende convencer a nadie de lo que ya está convencido, con
respecto a la situación política venezolana y, por lo tanto, concluye podría
ser utilizado como propaganda o contra propaganda del chavismo. Es decir, le da
un valor de objetividad al trabajo. De allí su importancia para pensar
sociológicamente lo que sucede.
Antes
de adentrarme en el fondo de lo que me interesa mostrar, digamos una palabra en
el ámbito estrictamente cinematográfico. Es un trabajo que se centra en un
personaje Alberto Chino Carías, quien es presentado como el jefe de los Tupamaros
en el 23 de enero de Caracas y quien dirigió la policía de la ciudad capital
durante el gobierno de Chávez, cuando fue Alcalde Juan Barreto. Debemos
destacar que en todo el documental hay una sola manipulación audiovisual y
aunque son minutos es capital dentro de la trama, cuando relata los
acontecimientos del 11 y 14 de abril de 2002.
Según
el documental no fue el General Baduel y las Fuerzas Armadas, junto a las
organizaciones civiles (la llamada unión cívico-militar) quienes enfrentaron el
golpe de estado de Carmona para restituir a Chávez, sino los colectivos armados.
¿Por
qué está narrativa? La reescritura de la historia es importante para el
despotismo, porque el líder de la restitución de Chávez, reconocido por el
propio presidente en su momento, el General Baduel, así como otros generales, coroneles
y mayores, posteriormente, se distanciaron de Chávez o de Maduro. De allí que
le es vital para el despotismo borrarlos de la historia.
Consustanciado
con ese mensaje, el cineasta manipula descaradamente, cuando ilustra el
argumento dado por sus entrevistados, colocando las imágenes del Puente Llaguno
del 11 de abril, el día cuando el Ministro de la Defensa Lucas Rincón, dijo que
Chávez había renunciado, como si fuese el 13 o el 14 de abril de ese año, con
la finalidad de mostrar a civiles disparando y darle crédito a la ficción
construida.
La
ficción narrativa del documental tiene una intencionalidad específica, legitimar
internacionalmente, para los sectores alineados en la izquierda, la política de
creación de los cuerpos paramilitares en los sectores populares. Ahora bien, lo
que nos muestra el documental es que no es solo una organización política, sino
una manera de vivir impuesta en los sectores populares que es lo grueso del
trabajo y es esto último lo que me interesa mostrar, porque Wilexis y El Coqui entre otros, son producto de tal
ejercicio del poder.
La
justificación de la creación de la organización política social de los
Tupamaros, según el documental, antes de Chávez era la impunidad de la policía.
De allí que surgió para combatir el hampa y el narcotráfico en la comunidad. Llegado
Chávez al poder, le entrega el control del barrio al líder de la organización.
Esto significa, según sus propias palabras, que en ese sector no existe otra
ley que la impuesta por los Tupamaros.
La seguridad y los beneficios sociales de la comunidad son dirigidos por
la organización. A los narcotraficantes le avisan que se retiren de la zona, de
no hacerlo los matan. Quien robe en la zona, está sentenciado a muerte.
Los
entrevistados en la comunidad describen al líder como el Robin Hood; porque
manifiestan sus necesidades y ellos lo resuelven. No saben cómo consiguen los
bienes, pero eso no es importante, porque ellos dotan de medicina, alimentos,
casas, a la comunidad. Decomisan la droga, por ejemplo, y la distribuyen a otro
sector. El experimento social al darle resultado, porque mantenían el control
del barrio, lo institucionalizan en la ciudad capital al nombrar al jefe de la
organización como el director de la policía de Caracas, quien replicará la
experiencia en los barrios restantes de la capital.
Pasado
los años de esa práctica sistemática, Wilexis fue nombrado por el Alcalde
Rangel Ávalos, hijo de quien fue vicepresidente de la República y mentor de
Chávez, José Vicente Rangel, Como el comisionado de paz del barrio más grande
de Venezuela y uno de los más violentos de América Latina, Petare. Los trabajos
periodísticos recientes al entrevistar a los miembros de la comunidad, recogen
una percepción idéntica sobre Wilexis y su organización que los entrevistados
en el documental antes citado. Incluso, han realizado manifestaciones públicas,
cacerolazos, concentraciones en su defensa. Y tal cual como aparece en el
documental, cuando el jefe de los paramilitares pretende actuar sin la
bendición del déspota, lo acusan de delincuente y que está en conexión con la
CIA. Se lo hicieron al Chino Carías y actualmente es la acusación de Maduro a
Wilexis.
Más de
veinte años habituados a esa práctica se generan consecuencias sociales; hay un inmenso sector de la población
venezolana y una generación entre los más pobres que no conocen otra forma de
vida. Pero quien crea o considere que eso se ha limitado a los barrios y no nos
ha configurado como sociedad en la actualidad no tiene conciencia del deterioro
ético, social y político que padecemos, con independencia al sector o tendencia
política, formación educativa o a la clase social que pertenezca.
Para
muestra dos ejemplos que tienen la intención de cachetearnos como pueblo, como
venezolanos e invitarnos a reflexionar, descarnadamente, en las actuales
circunstancias. La descomposición ética, la desesperación social, la ausencia
de pensamiento y práctica política con consistencia (con independencia a las
formas de lucha que se asuma, violenta o no), se manifiesta traslúcida en:
(a) los
apoyos de todos los sectores en las redes sociales a Wilexis, porque se está
enfrentando a Maduro; Independiente que la cuenta de twitter sea o no del
delincuente, eso es insignificante. Lo grave, la mierda espiritual que nos
constituye se manifiesta en los apoyos a él o al déspota, es lo mismo.
(b) Que el
asesor del Presidente de la Asamblea Nacional, públicamente, manifieste que
exploró como una posibilidad política pagarle a un mercenario, sea bajo las
condiciones que sea y con las cláusulas que se les ocurra, para que nos ayude a
confrontar al déspota es exactamente lo mismo, ética, sociológica y
políticamente que pedirle a Wilexis que nos libere de la esclavitud que vivimos
los venezolanos.
Lo
que nos está sucediendo como sociedad es muchísimo más grave que decidir una
forma de lucha. El dilema de lo que nos está sucediendo no estriba en definir la
violencia o no como ruta o la alianza internacional o no. Tampoco el asunto
reside en una declaración ridícula: pregúntale a otro que yo no fui…
Mirémonos,
detengámonos a pensar, en qué nos hemos convertido, tú, él, ella y yo. Si no reflexionamos individual, comunitaria e
institucionalmente, social y políticamente; si no tomamos conciencia de nuestro
cuerpo y cómo el cáncer social nos está consumiendo… Seguiremos siendo esclavos
y en el mejor de los casos, cambiaremos a un mercenario por otro.
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