sábado, 9 de septiembre de 2017

OJALÁ

OJALÁ
Jonatan Alzuru Aponte

Ojalá que la cúpula de CLACSO (El Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales) fuesen intelectuales de izquierda, tuviesen una mirada materialista tanto de la historia como de las realidades latinoamericanas y, sobre todo,  la venezolana; y no, como lo son, unos conservadores de un idealismo trasnochado cargado de conceptos que se desvanecen en el aire, a favor de la explotación del pueblo venezolano.

Ojalá es un documental biográfico de producción cubano-española, realizado en el 2012, donde se reconstruye la vida del cantautor cubano Silvio Rodríguez, uno de los fundadores de la Nueva Trova Cubana. En él, Silvio Rodríguez para graficar  cómo las condiciones materiales de existencia pueden transformar las visiones del mundo “de manera peligrosa”, sobre todo, para aquellos artistas que como él, que son íconos de la revolución. Coloca un ejemplo muy práctico. Relataba cómo fue el impacto de pasar  en la vida diaria, de esperar a que llegue el agua y cuando llega calentarla para bañarse con una olla,  hasta abrir la regadera en un hotel y sentir el agua caliente; en la entrevista dice el trovador,  que a partir de allí puede comprenderse lo que le puede suceder a un artista; la intención en el documental era  mostrar la fortaleza que deben tener los revolucionarios para asumir la vida en la patria, bloqueada por décadas, y no transformarse en un traidor que busca aguas calientes en otras tierras.

El gobierno de Maduro comprendió bien esa lección del pueblo cubano, fundado en aquella premisa de Marx que las condiciones materiales de existencia determinan la conciencia social. De allí que se dedicó a transformar las condiciones materiales del pueblo. Pero no nos escudemos en abstracciones; valga un botón de la vida diaria de los venezolanos. Venezuela es unos de los países del continente con más riqueza hídrica, teniendo una de las plantas hidroeléctricas, en una época, más moderna de América Latina, el Guri con capacidad para dar energía a otros pueblos. Los servicios de agua y luz están en manos del gobierno; no tienen competencia privada, ni es posible que los traidores vendidos al imperialismo yanqui decidan sobre ella, ni la perturben de forma permanente durante cuatros años; sin contar con la cantidad de represas existentes en todo el país.  Los explotadores del pueblo, transformaron a Venezuela, sin embargo,  en cuatro años en un país que pareciera que fuese limítrofe con el desierto del Sahara.

Los que viven, por ejemplo, en la ciudad capital, en los Chaguaramos, en sus colinas, muy cerca de la Universidad Central de Venezuela, zona que antiguamente formaba parte clase media, habitada por profesionales, pequeños y medianos empresarios, nos habituamos a la práctica que describe Silvio Rodríguez, un racionamiento de agua permanente, puedes abrir el grifo dos días a la semana, del resto estas en el Sahara. Aunado a esa práctica social, se suma la crisis alimentaria y de medicamentos, provocada de forma exprofesa al expropiar industrias, haciendas productivas, cadenas de supermercados y arruinarlos; eso ha tenido por objeto que la población se transforme en aquello que aprendió el joven Marx de su maestro Hegel, en esclavos, cuya fórmula de existencia la resume el filósofo del idealismo en alemán en: “Dormir, vivir, ser funcionarios”. Lo que Marx llamó el trabajo enajenado. Trabajar para vivir en una condición material mínima, muy semejante a la existencia de los animales que no son capaces de transformar el entorno sino que se adaptan, para alimentarse, guarecerse de las tempestades hasta morir. Y, como bien saben los explotadores del poder transformador del ejercicio intelectual, entonces, acompañan esa trasformación de las condiciones materiales de existencia con una política sistemática para arruinar a los centros de producción del conocimiento, proletarizándolos, un profesor universitario gana entre 15 y 20 dólares mensuales. Obviamente, esa política de proletarización de la clase media, conduce a las clases bajas a una transformación galopante en marginales, lo que Marx llamaba el lumpen que dentro de la teoría de Marx estaban imposibilitados para cualquier transformación social.

Ojalá que los científicos sociales de la cúpula de CLACSO, salieran de sus acomodados y antisépticos laboratorios abarrotados de papel, letra y de  aldea global; ojalá se despeguen del televisor y sus canales TvSur o CNN y decidieran dar un paseo no como investigadores, eso es demasiado pedir, por lo menos, como turistas a Colombia, caminen las calles de Cúcuta y observen las plazas, el terminal de pasajeros, sus calles y podrán palpar, observar y si tienen afán, hasta puede entrevistar a cientos de familias venezolanas viviendo a la intemperie; no es el éxodo del burgués, sino de aquellos que ya no pueden ser funcionarios, no pueden dormir tranquilo y les cuesta sobrevivir en su patria. Visiten la iglesia La Dolorosa, dirigida por los sacerdotes Sclabrinianos, que atienden diariamente a 200 venezolanos en condiciones de miseria y abrieron un pequeño comedor para 60 niños, acompañen a los de Caritas a repartir las 5000 comidas diarias a las familias hambrientas de Venezuela, caminen por la invasión “La fortaleza”, donde hay familias de colombianos retornados, familias mixtas y venezolanos sobreviviendo que son atendidos por el Centro Misionero cuya comunidad religiosa, mantienen un comedor  a partir de las donaciones que le dan los pequeños comerciantes de Cúcuta. Si hacen el recorrido papal, verán replicada esa realidad.

Ojalá que los intelectuales de CLACSO asumieran la famosa tesis once sobre Feurebach de Carlitos Marx: “Los filósofos (– esos ascéticos, los científicos sociales, como diría Nietzsche-) no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.”


Ojalá que aquello que no comprenden los de CLACSO, pueda ser un motor del pueblo venezolano y que la transformación no dependa de una verdad revelada en la Biblia Constitucional,  sino en el compromiso solidario con los más pobres entre los pobres, para desterrar de Venezuela, el hambre, la miseria y la opresión, éste es el mandamiento del amor, como canta el sacerdote venezolano Miguel Matos SJ. 

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