miércoles, 19 de marzo de 2014

ENTRE POLÍTICA Y GUERRA



LA CONVIVENCIA: entre política y guerra
El ámbito propio de la confrontación política es el espacio público. En nuestra época ese espacio se mueve desde las redes sociales hasta la calle donde se vive. Siempre, en ese campo, hay ideas y prácticas opuestas, diversas, heterogéneas. No se trata de una idea contra otra idea, una concepción del mundo contra otra concepción del mundo, sino múltiples concepciones, múltiples ideas y múltiples prácticas diversas y opuestas. Las acciones encarnan esas ideas o concepciones del mundo cuyo problema central es cómo y de qué manera compartimos los espacios públicos, en otras palabras, cómo y de qué manera convivimos, cómo vivimos junto a es otro diferente a mí.
Hay ideas o concepciones que agrupan a comunidades y sus prácticas, sus acciones diarias, se desprenden de ese compartir visiones de cómo vivir, de cómo relacionarse con los otros. La forma y manera de cómo se procesan las diferencias, las ideas opuestas, las concepciones del mundo, es un asunto capital en cualquier colectivo, comunidad, pueblo, nación, continente. Porque las acciones de cada persona, grupo o comunidad, no esta regida, solamente, por la concepción o idea del mundo, sino también por las pasiones, los intereses. Cada práctica, individual o colectiva, es fruto de un tejido complejo de racionalidad, concepciones, emociones, pasiones, condiciones económicas, etc. Cada acción es una amalgama multifactorial. De allí que la convivencia siempre es una confrontación agónica, donde hay momentos de placer, de tranquilidad y otros de profunda virulencia, eso es constitutivo de la experiencia política en el espacio público.
La clave para procesar las diferencias es el diálogo crítico, para con uno mismo y para con el otro, trenzado por las configuraciones de normas, escritas o acordadas, por instituciones legitimadas por los diferentes actores sociales para que procesen, de la mejor manera posible, los desacuerdos. Obviamente, en ese espacio siempre existirá un residuo mayor o menor, de asuntos donde no existen acuerdos; sin embargo, la apuesta, permanente, para la convivencia, es tratar de alcanzar acuerdos mínimos,  para convivir. Convivir, vocablo que se utiliza como oposición radical, a la  guerra.
El límite de esa experiencia es cuando un grupo o comunidades, por las razones que sean, asumen que aquellos que no comparten su mirada, tampoco deberían compartir el espacio público. Allí no se trata de una confrontación política, sino  la creación de un muro, unos diques, donde el otro, no puede entrar, más aún, donde el deseo mayor es la muerte simbólica y literal del otro; la expulsión del otro del espacio público que se considera propiedad de los que comparte una idea o concepción del mundo. Ese paso es la coyuntura para el desate de una guerra.
 Las guerras tienen una lógica distinta a la confrontación política.  Allí las prácticas sociales dependerán de la evaluación que se hace para maximizar el poder en contra del enemigo hasta eliminarlo, en todos sus sentidos, y, a su vez, se trata de defenderse de tal manera que el enemigo realice el menor daño posible al grupo de aliados. En la lógica de la guerra, no se procesan las diferencias, no se buscan espacios de acuerdos, de negociación, de conciliación, no se interpela por el cómo vivir juntos, sino cómo vivir sin ese otro, en el menor tiempo posible.
Venezuela en este momento está en límite, en la frontera, entre la confrontación política y la lógica de la guerra. El mayor enemigo para todas las partes, para todos los venezolanos no está en el exterior, no está en la acera contraria, no está en el grupo opuesto, está en el cuerpo de cada quien. El mayor enemigo son las pasiones y emociones, porque ellas determinan la actitud de las personas, en momentos críticos como el que vivimos, para abordar las diferencias. La indignación, la rabia, el dolor, la angustia, aunado a los deseos de cómo se quisiera vivir, son una bomba atómica para reventar el delgado hilo entre confrontación política y guerra.
La ceguera para pensar que no existen espacios posibles donde convivir con el adversario, es el deseo encarnado en ideas, de un desate, como un tsunami, de las pasiones y emociones. No pensar, no configurar un lenguaje, ni actuar en función de la construcción de ese espacio y, por el contrario, asumir tal proposición como un imposible, es la actitud para dar el paso de la confrontación política a la guerra. La guerra se conoce como se inicia, pero nunca se sabe cómo se desarrolla y es impredecible cómo culmina.
El aliado de la guerra, el enemigo, a combatir está en el cuerpo de cada uno de nosotros. Es verdad que la mayor responsabilidad está en todos y cada uno de los decisores desde el presidente de la república hasta el responsable de la dirección de un gremio o un partido político. También es una verdad práctica que el mayor peso en el ámbito político, en cuanto  a la responsabilidad de pasar el límite de la confrontación política a la lógica de la guerra, son las personas que dirigen las instituciones que arbitran el juego democrático, el poder moral. Pero también es cierto, desde un ámbito práctico, que cada persona en el lugar que se encuentre política, social, económica, institucionalmente, contribuye con sus acciones o no, a impulsar a su comunidad a pasar el límite entre confrontación política y guerra.
Para combatir al enemigo interno hay que tener mayor aplomo, mayor contundencia, mayor coraje, que para combatir las ideas y las prácticas de los otros. Porque se trata de derrotar en sí mismo, las pasiones y emociones. Se trata de gobernar ese caudal de emociones y pasiones, para actuar con prudencia en cualquier ambiente. El día de mañana cada quien se mirará al espejo y podrá evaluarse, pero será tarde muy tarde. Cada día que pasa, ya pasó y es inmodificable. El futuro es una total incertidumbre, sólo nos queda la responsabilidad con el estricto presente, para en lo posible y en los límites de cada quien responsabilizarse para detener a un país que trota, corre, y está a punto de cruzar la frontera para anidarse en el mundo de las guerras.
Jonatan Alzuru Aponte.

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