martes, 11 de marzo de 2014

DIÁLOGO, SU NECESIDAD



EL DIÁLOGO: SU NECESIDAD
-        ¿Jonatan, aún con el desastre que sucede en el país puedes seguir creyendo en el diálogo?
-        La apuesta por el diálogo no es un asunto de fe. Es una manera de entender la vida. El otro puede cerrar sus puertas, pero mi opción es tocar la puerta. En el diálogo hay consensos, disensos, acuerdos -aún con interpretaciones e intereses distintos del por qué se hacen-, hay acuerdos para posponer temas o proposiciones, por ejemplo, en fin… En el diálogo nada está establecido a priori. Sus efectos se producen a corto, mediano y largo plazo. Un ejemplo extraordinario en América Latina, es la experiencia salvadoreña. El FMLN, compite en unas elecciones, elabora argumentos que su población acoge y otros rechazan… Eso era impensable en la época de Arnulfo Romero. Dejaron las armas, para tomar la palabra, para entrar en el juego democrático. Hoy están dentro de un juego democrático, más allá que los árbitros puedan cantar falta o no sancionar una falta por sus preferencias políticas, eso sucede en cualquier parte del mundo. El asunto grave es cuando el árbitro deja totalmente su posición y se incorpora en el juego, ayudando ex profesa y públicamente a su equipo, negando abiertamente cualquier acción del otro. Allí hay una ruptura del juego. Eso ha sucedido con la Defensora del Pueblo y la Fiscal.
-        Pero, ¿con quién se puede dialogar, si todos piensan igual y funcionan bajo un mismo libreto?
-        Yo no sé. El arte del político es saber discernir cuándo, con quién y cómo dialogar. No siempre el vocero es el mejor dialogante y, otras veces, el mejor dialogante es quien dirige. En Venezuela no hay que perder de vista que quiénes están obligados, constitucionalmente, al diálogo son los parlamentarios. De allí que me preocupa, en este momento, en el día de hoy, lo que está sucediendo al interior de Un Nuevo Tiempo, no sé del por qué y mucho menos si son buenas o malas razones, la decisión personal de dos diputados Gaviria y Marquina que renuncian a sus filas. Aunque se respeta sus decisiones personales, la sabiduría jesuítica, lo resume con una máxima de acción: en tiempos de tormenta no hacer mudanzas, recomendaba San Ignacio. ¿Qué descomposición hay allí? ¿Cómo afectará esa descomposición al diálogo y a las toma de decisiones que necesariamente se deben dar en el seno de la Asamblea? Ojalá sean responsable, ese partido y sus militantes, con lo que acontece en el país. Hay otros actores quienes han dirigido las movilizaciones que también son unos interlocutores validados por todos para representarnos. Y con respecto al gobierno, prefiero citar las palabras de un dirigente de América Latina como Lula que salió reseñada hoy en El Universal: “El país está pasando por un período de turbulencia: no es fácil sobrevivir a la pérdida de un líder como Hugo Chávez y creo que Maduro se equivocó al no hacer más para iniciar el necesario diálogo con la oposición.” (EL Universal, 1-4)
-        ¿Pero con quién se dialoga, todos se comportan de la misma manera?
-        Te dije que allí reside la pericia de los dirigentes. Sólo los que están en el terreno pueden calibrar eso. Porque he tenido experiencia política, poca o mucha, respeto muchísimo a quienes están en el terreno. Ese es su oficio, es su arte, es su responsabilidad, es la vida que escogieron. Te cuento una experiencia. Yo duré muchos años contratado en la Universidad. Cuando me abrieron concurso de oposición lo hicieron para la categoría de asistente. Ya era doctor. Era dirigente político universitario. El país como la universidad estaban en convulsión. Me había enfrentado duramente, dentro de mi Facultad, a los grupos afectos al gobierno. En mi jurado estaba el dirigente principal por parte de los sectores que apoyaban al gobierno, puesto que había sido candidato a decano, el profesor Luis Damiani. Me preparé lo mejor que pude. Pero asistí al acto cargado de prejuicios, pensando, a partir de la vivencia de los días anteriores, donde habíamos tenido confrontaciones públicas, que el profesor, seguramente, me pasaría factura, actuaría en ese acto académico como un dirigente político donde él tenía el poder. Lo cierto del caso, para grata sorpresa de mi parte, en ese momento, el profesor pudo discernir con precisión, su rol académico de su rol político. Se comportó, a mi juicio, excelente, brillante. Tanto que compartió en mi hogar la celebración de ese día, sin ningún tipo de problemas.
La anécdota tiene por intención mostrarte que en esta circunstancia, el asunto es cuál persona es capaz de asumir responsablemente, esto es responder por sus actos, frente al otro, sin dejarse llevar por esas trampas donde se mira al otro desde el prejuicio, desde baratos clisé que se usan para no ver, para no hablar y para proceder como si se fuese Dios. La democracia es pólemos, conflictos, su arte está en saber procesarlos. Eso no se aprende en la Universidad, sino en la vivencia del encuentro con el otro, en la experiencia de saberse falible. Es la experiencia que conduce a un tipo de saber práctico que encamina a comprender que nadie posee la verdad de los asuntos, que cada hecho siempre es un tejido de interpretaciones y que en los diálogos hay opacidades que permanecen, asuntos que se aclaran y decisiones convenientes que tienen por finalidad minimizar costos individuales y colectivos como maximizar los beneficios.  El diálogo, obviamente, tendrá sentido si los acuerdos y desacuerdos conducen a mejorar la situación antes del diálogo. Quedar igual o peor, es el fracaso no del diálogo sino de los dialogantes. Reflejarían su poco nivel político, esto es,  su incapacidad en el arte de la política.
-        Bueno… no sé si tu experiencia pueda generalizarse. Porque tú ves cómo actúan…
-        Yo no puedo hablar por los otros. Lo que indico es que la actitud dialógica en el ámbito político es la única vía que evita la lógica de la guerra. Y el fin de toda guerra se inicia, necesariamente, por mesas de diálogos. La diferencia entre hacerlo al inicio o hacerlo al final, es la contabilidad de muertos y heridos.

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