OPINIÓN
PÚBLICA Y LA POLÍTICA REAL
@jonatanalzuru67
Dedicado a todos los que adversan a Nicolás Maduro.
Los que
participamos en las redes sociales o en los medios de comunicación de masa,
desde el intelectual más brillante hasta una joven adolescente, que emite su
opinión, en cualquiera de los tonos, agresivo, con templanza, bien redactado o
atropelladamente, acertada o fuera de tiesto… Todas esas opiniones, si no están
articuladas a movimientos sociales o políticos, siempre, siempre, son mensajes
en botellas lanzados al mar. Por lo tanto, no tienen consecuencias inmediatas
en la toma de decisiones de los políticos; de allí que no inciden,
directamente, en la política en ninguna de las esferas, nacionales o
parroquiales.
Una
extraordinaria opinión en las redes sociales o en los medios de comunicación,
para quien la emite, a lo sumo, le genera adhesiones circunstanciales de quien
la conoce, hasta que realice una opinión considerada desacertada o destemplada.
La adhesión o no, a la opinión no genera efectos políticos, si sus lectores,
receptores, no están articulados a organizaciones políticas. Y, aún así, que
quien la reciba se convenza de la opinión y la desee articular porque es
militante o dirigente de un partido o movimiento político, la dinámica interna
de la organización lo conduce -dígase, sus debates- a considerarla, dependiendo de la conveniencia,
en el mejor de los casos. De allí que molestarse o alegrarse por una opinión
política de un participante de las redes o de los medios -que puede ser
natural- debe tenerse claridad,
conciencia del alcance de esa opinión en términos de los desarrollos prácticos de
las políticas.
Una opinión, en
el ámbito público, de un político de liderazgo nacional o parroquial, siempre,
siempre, tiene efectos buenos o malos, con costos o beneficios, no solo al
interior de su organización sino en el desarrollo de la política del grupo a
quien lidera, bien sea nacional o parroquial; y, también en las reacciones de
quienes lo adversan, interna o externamente. Porque, justamente, al ser líder,
su opinión genera prácticas, comportamientos, formas de relacionarse con los
otros. Si su opinión no genera efectos prácticos, simplemente no es un líder ni
nacional ni parroquial.
La importancia
de la opinión pública para el político es que la puede utilizar (son
instrumentos de trabajo), al igual que las encuestas, para analizar no solo sus
prácticas sino de las acciones de sus adversarios. Su habilidad consiste en
discernir dentro de los millones de mensajes lanzados al mar, cuáles le son
útiles y cuáles no. De allí que un buen político lee prensa o está atento a las
redes sociales (contrata analistas del discurso en los massmedia) de los
autores que él considera pertinente, sobre todo, de quiénes lo critican para evaluar
las razones y los por qué. De los
análisis, aunado a otras variables, los debates internos, externos, encuestas,
opinión de asesores, discierne y mantendrá su táctica o la varía, dentro de su
estrategia general de trabajo.
La solicitud a
quien opina en el ámbito público, para que se transforme en político, dígase
que ejecute lo que opina, es errada. Porque la política es una práctica que
requiere no solo de formación teórica, de análisis, sino y sobre todo, de prácticas,
de acciones que le dan experiencia. Es una vocación que requiere de experiencia,
de trabajo práctico en organizaciones políticas.
Los que
opinamos, somos ciudadanos afectados, por las decisiones de los políticos, bien
o mal. Y podemos dar cuenta de sus efectos. Es como un paciente que padezca las
malas prácticas de un doctor y no pueda dar su opinión, sobre él, porque no
estudió medicina o no pueda expresar las bondades de un médico que lo curó bien
por no saber de medicina. A diferencia de la opinión hacia el médico que sus
beneficios o costos son individuales (y los beneficios colectivos son limitados
a un sector de la población); para el político la opinión pública es un
instrumento de trabajo que le genera utilidad individual y al actuar en
consecuencia, maximiza las utilidades colectivas.
El médico se
formó en la teoría y en la práctica, ésa no es una virtud, es la condición
mínima de su vocación. La condición mínima del político nacional o parroquial
es recorrer calles, promover ideas, organizar en función de lo que él considera
que debe hacerse, en todos los sentidos, para confrontar a otro, aliarse en una circunstancia, mejorar una
zona, una alcaldía, un país y al hacer esto siempre pone en riesgo su propio
ser: ése es su trabajo, su vocación, su oficio.
En Venezuela
hemos tenido ejemplos muy práctico de qué sucede cuando alguien que opina y su
razonamiento es acertado o aceptado por una comunidad y, de inmediato, cree,
erróneamente, que tiene la pericia para dirigir la política nacional; eso ha
sido ha sido un verdadero desastre, aunque
tengan buenas intenciones, eso no está en discusión; empresarios, dueños de
medios, comunicadores sociales hasta militares, los costos no han sido solo
para los venezolanos, sino para sus vidas privadas.
Los errores en
decisiones para un político de vocación, son una fuente inagotable de
aprendizaje; quizás muchísimo más que sus aciertos. Porque la política es una
práctica como el deporte; el entrenarse evaluando el error pasado y trabajando
en él, maximiza sus victorias.
Quien se dedique
a estudiar no a las teorías, sino las biografías, específicamente, la forma
cómo políticos que consolidaron poder y lo conservaron por un tiempo, para bien
o para mal (en este estudio específico lo relevante es cómo consiguió y
consolidó el poder; no cómo lo usó en el tiempo; ésa es otra discusión), cómo tomaron
decisiones durante su vida, de personajes tan disímiles, como Lenin, Gandhi,
Mandela, Chávez, Obama, Fidel, Hitler, Bolívar, Churchill o Napoleón, entre
otros, podrá percatarse cómo le sacaron provecho práctico a los errores. Aprendieron,
de sus errores, para articular, consolidar y acrecentar su poder. Y, si tiene
entrenamiento el lector, para extraer lo idéntico en lo diverso, podrá
configurar máximas de acción que han sido comunes, dentro de esa multiplicidad
de personajes con ideologías distintas y de contextos históricos diversos.
Justamente, por
ese tipo de análisis, es que Nicolás Maquiavelo, su obra (y fundamentalmente El Príncipe), ha
sido capital para el desarrollo de las prácticas políticas de izquierda y de
derecha en el mundo moderno. Es una lectura obligatoria para cualquier político
parroquial o nacional. Para expresarlo con estricta precisión: el gran teórico
del conservadurismo norteamericano Leo Strauss, escribió el texto “Meditaciones
sobre Maquiavelo”, en su instituto se formaron los principales asesores y
políticos que han conducido la política de EEUU y todavía, están en las esferas
del poder. Del lado de la izquierda, un filósofo con militancia política que
tuvo una gran influencia en los partidos latinoamericanos de izquierda, desde
finales de los sesenta, quizás, hasta la actualidad, a través de su discípula,
la intelectual chilena, Marta Harnecker, Louis Althusser, escribió el texto “Maquiavelo
y nosotros” y su admiración era tal, que en su último escrito, “El porvenir es
largo” considera que la obra de
Maquiavelo, tenía muchísimo que dar en el ámbitos de las prácticas políticas
para los siglos venideros.
Venezuela está
viviendo una situación sumamente delicada para todo el pueblo. Un dirigente,
que piensa en sí mismo, en esta circunstancia, es aquel que coopera con el
otro, para salir de la crisis, ¿Dije bien? Vuelva leer la afirmación que recién
hice. Quien cree que pensar en sí mismo es actuar en solitario, en esta
circunstancia específica, está cavando su propia tumba política; ni siquiera
sabe pensar en sí mismo.
El argumento de
mi afirmación se soporta en lo siguiente: Lo que está en juego, en esta
circunstancia, es la vida misma de la nación; la paz o la guerra, dígase, una
violencia armada maximizada. En una guerra nadie está exento de morir o en un
golpe de estado, como lo han advertido,
diversos y opuestos, dirigentes políticos. La condición mínima para la paz democrática y
el desarrollo económico y social, es la vida. De allí que pensar en sí mismo,
significa resguardar la vida, en lo
posible; y ello supone, la construcción de alianzas para la paz, mínimamente, posible…
Apostar por la
vida (dígase contra todo golpe de estado), en la actual circunstancia, requiere
pactar y respetar los acuerdos. Solidificar, consolidar y acrecentar las
alianzas, con el objetivo, clarísimo, de minimizar, al extremo, el poder de
económico y de fuego de quienes están atrincherados en el gobierno, para poder
desplazarlos. Luego, será otra la historia.
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