CRISIS,
FRACTURA ÉTICA Y SALIDA POLÍTICA
Jonatan
Alzuru Aponte
Hay que votar en las
regionales, listo. El gobierno y la oposición se vuelven a encontrar. Se han
reunido de forma abierta y clandestina, sin ningún resultado para la población,
a lo sumo beneficios parciales a individualidades, casa por cárcel o régimen de
presentación. Los puntos de la agenda por parte de la oposición hasta ahora, al
parecer, son los mismos o, por lo menos, es lo que se escucha. Todos
importantes y valiosos. Pero esperemos que no se limiten a los puntos que se
planteaban incluso antes de marzo del presente año y el debate arranque por la
raíz. En la situación actual, un acontecimiento estructural, de raíz, es la
Asamblea Dictatorial Constituyente. Asumir ese acontecimiento como que no pasó
nada sería un ingrediente más al deterioro ético que cada día sufrimos los
venezolanos, vivan en Venezuela o en el exterior.
Un éxito, sin duda alguna, del
gobierno ha sido el deterioro ético de nuestro pueblo, de nuestras
instituciones; es un éxito porque al deteriorar éticamente a una población se
domina con mayor facilidad por un lado y, por el otro, genera las condiciones
para una corrupción generalizada que imposibilita, ata de manos, en las
negociaciones a aquellos que los adversan.
El vocablo ético alude, en
nuestro contexto, a la eticidad sustancial, dígase, a las costumbres, hábitos,
formas de actuar en la vida ordinaria de los sujetos entre sí, de los sujetos
con las instituciones, de las personas en las instituciones y de la forma cómo las instituciones se relacionan
entre sí y deciden asuntos que afectan para bien o para mal a los ciudadanos.
El deterioro de los servicios básicos
agua, luz, gasolina, aunado a la falta de alimentos y medicinas, de forma
sistemática y sostenido en el tiempo, tiene el efecto social que lo ciudadanos,
las personas, empezando desde los sectores más pobres hasta las clases altas,
empiecen a vivir tratando de sobrevivir. Es una lógica de campo de concentración
generalizada políticamente. Esto significa que la población lucha por
satisfacer sus necesidades básicas, al existir pocos bienes y servicios, la
vida ordinaria se transforma en un campo de batalla de todos contra todos, para
alcanzar el mínimo bien para satisfacer las mínimas necesidades y sobrevivir.
La sobrevivencia pasa desde
comer en la basura, acaparar comida y ser incapaz de compartirla ni siquiera
con un familiar, irrespetar la fila y colocarse por encima de los demás, donde
venden comida o medicinas, maltratar al hijo porque comió un poco más de lo que
se establece para todos como lo mínimo, vender el cuerpo por un poco de comida hasta
robar al vecino, al amigo, a la familia, medicinas, alimentos o bienes para
comprar lo mínimo.
En términos de la teoría
política clásica tal situación se describe como el estado de naturaleza. Ese estado de guerra de todos contra todos,
se replica en aquellos que tiene algún tipo de poder o status social, de allí
que el clima se hace propicio para corromperse, venderse. Cada quien lucha de
cualquier manera para sobrevivir individual y, de tener posibilidades, comunitariamente,
privilegiando a sus familiares y amigos más cercanos. Mientras se prolonga en
el tiempo tales prácticas, el deterioro institucional y la descoyuntura social
es mayor. La cohesión social y los
valores para una mínima convivencia, se deterioran. Esa guerra en la vida
ordinaria produce una desconfianza de todos contra todos. Esa es la mejor
condición para que los déspotas consoliden su poder.
Aunado a lo anterior, la falta
de una ética normativa institucional mínima, maximiza la arbitrariedad de las
personas. “Hago lo que me da la gana porque sé que no existe sanción”. Y toda
sanción que exista dependerá no de los actos, sino de la solidaridad mecánica o
no que se tenga con el poder. De allí que un corrupto se siente a sus anchas,
si y solo si, está con el poder. Eso que sucede en el ámbito político se
replica en todas y cada una de las instituciones de nuestra Venezuela. No
importa la arbitrariedad del director de un colegio, de una clínica, de una
universidad, de un partido político, de una asociación civil, de un condominio
y, a veces, hasta de una comunidad religiosa, porque al final de las cuentas
todo sigue, todo es válido, todo se olvida, nada se sanciona; porque en un
estado naturaleza lo que importa es la sobrevivencia.
El cálculo político
actualmente no se trata de abstención o votación. Esa discusión es
verdaderamente pedestre; tampoco de negociación, diálogo o no. Son falsos
dilemas. Se trata de cómo utilizar todas las formas de luchas ciudadanas,
comunitarias, articuladas con los países aliados internacionalmente para
impedir que el gobierno se mantenga en el tiempo y de cajón votar forma parte
del equipaje.
.
Una política planteada como
“paso a paso”, no solo generan más muertes, no tan escandalosas como en las
protestas, porque los muertos por el hambre y por la falta de medicinas no
llenan titulares como héroes sino que se representan en cifras sin biografías,
sino también, produce una situación que cada vez se hace más compleja de
revertir, el deterioro de la eticidad. Además,
el deterioro de la eticidad es directamente
proporcional a la probabilidad de permanencia de la dictadura, a mayor
deterioro, mayor probabilidad de permanencia en el ejercicio del poder del
déspota. Por lo tanto, es imprescindible recortar el período presidencial de
Maduro. Obviamente, una negociación que tenga esa finalidad no se logra, ni
siquiera es posible plantearla en la mesa de diálogo, sin no existe una fuerza
que respalde esa propuesta; la fuerza de
los negociadores la posibilita la ingobernabilidad del país, aunado a la
presión internacional.
Toda negociación que no tenga
ese punto en la agenda, lo que hace es maximizar el tiempo de estadía del
gobierno en el ejercicio del poder.
La ingobernabilidad se logra a
través de la protesta y la insurrección; esa fuerza es la que permite una
negociación porque minimiza, por supuesto la asimetría entre el gobierno y la
oposición.
Para detener mínimamente la
descomposición ética se requiere que dentro de las instituciones, en los partidos
políticos y en las comunidades, hombres y mujeres, sean capaces de asumir con
coraje, prudencia, honestidad, pero
sobre todo con valentía, no solo denunciar
a los opuestos, sino a cualquier aliado, amigo, familiar cuyas acciones
contribuyan a ese deterioro; sin limitarse a la denuncia sino que se produzcan
prácticas ejemplarizantes para la ciudadanía, para las instituciones, para la
sociedad, los delitos no tienen por qué asimilarse, son responsabilidades
individuales y tienen costos; peor que el silencio es la falta de decisión para
corregirlos. No hacerlo es contribuir a la configuración de una sociedad de
cómplices; es como permitir la expansión de la podredumbre. Dice el adagio
popular: “prefiero solo que mal acompañado”.
Testimonio ético, protesta,
insurrección, negociación y elecciones es una ruta que apuesta a menos muertes,
menos sangre y menos sufrimientos para los venezolanos. Y se transforma en piedra
angular para una reconstrucción de nuestra sociedad, sin exclusiones
ideológicas, en unión nacional desde la diferencias sociales, políticas, y
religiosas. .
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