BOCETOS DE MI PAÍS
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El asunto del cultivo
Kant inicia su famoso libro, Crítica de la razón práctica, estableciendo
dos ámbitos del hacer. Lo que llama Máximas como aquellas reglas prácticas que
son consideradas por las personas y las utiliza como valederas para el ejercicio
de su voluntad y aquellas Leyes Prácticas que se asumen que son valederas para
toda persona, para todo sujeto racional. Esos dos ámbitos se configuran en las
personas en sus interacciones con los otros, aunque no sea consciente de ellas,
de las reglas o de las leyes, pero sus conductas responden a la apropiación de
esa vivencia educativa que se inicia en el nacimiento y culmina con la muerte.
El sistema vital se configura por
los hábitos, las costumbres, la relación con las organizaciones humanas -lo que
Hartmut Kliemt llama instituciones sociales (Kliemt, 1986, Las instituciones morales)-, donde se habita; en nuestra época, global
y localmente. El cuerpo se hace por la práctica y las costumbres. El cuerpo se
configura como ethos; palabra griega
que alude de manera simultánea al carácter y a las costumbres, hábitos de las
comunidades a las que se pertenece, reitero, en nuestra época, global y
localmente o para usar el neologismo de Ulrich Beck, nuestro ethos se configura
glocalizadamente. “Este ethos no es un
mero adiestramiento o una acomodación, y no tiene nada que ver con el
conformismo de la mala conciencia, sino que precisamente es afirmado por la
phrónesis, la racionalidad responsable; advertencia: allí donde uno posee esta
racionalidad. No es un don natural. Uno se reconoce en el intercambio con sus
iguales, en la vida en común, en la sociedad y en el Estado, en las
convicciones y en las decisiones comunes, y eso no es en absoluto conformismo, sino
que es lo que integra justamente la dignidad de la conciencia y de las
convicciones humanas. (Gadamer, 1993, Elogio
de la Teoría, 65-66)
El pensar sobre estas prácticas,
del hacer de nuestros cuerpos en lo cotidiano, desde Aristóteles es propiamente
el terreno del pensar político. Ese pensar político es lo que la tradición ha
llamado una filosofía de la praxis; siendo el asunto del gobernar,
precisamente, la columna vertebral de dicho pensar. Gobernar en su doble ámbito
como gobierno de sí mismo y como gobierno de los otros.
Y el asunto del gobernar es el
centro neurálgico, porque la autocomprensión de ese ethos, la autocomprensión de nuestras prácticas, de
lo que hacemos, la autocomprensión de
nosotros, donde transcurre nuestra vida, es una práctica, la autocomprensión, cuya
vocación, horizonte, es apropiarnos de nuestra cultura. Expresado en una idea:
El amasijo práctico lo autocomprendemos con el vocablo cultura. Término que
alude desde Cicerón al cultivo del hombre, símil de la agrimensura, del cultivo
de la tierra, del esfuerzo del hombre por sembrar y cosechar su cuerpo de una
manera que se considera útil para vivir con los otros y que por eso mismo, se
acrecienta cuando ese arte de sembrar y cosechar se comparte con los otros,
porque cada individuo al apropiarse de la experiencia, no la reitera
automáticamente sino que la recrea, incorpora su propio acervo que se configura
en su tránsito de vida; nutre, aporta con su saber práctico, en el compartir
con los otro, modalidades del sembrar y cosechar; la riqueza es el encuentro de
experiencias diversas que se funden y configuran nuevas experiencias.
La manera de sembrar, la pericia
en el trato con esa tierra que es el cuerpo es la sabiduría práctica, la phrónesis,
la virtud por excelencia de la política, que siempre se enriquece con la participación
de ese otro diferente. Ese saber práctico es otra manera de aludir al asunto
del arte de gobernarse y gobernar que se inicia en la tierra familiar, cruzada
por múltiples tierras glocalizadas.
Cuando Rafael Castillo Zapata, se
interroga por el asunto de cómo hacerle frente a la desintegración de nuestra
cultura, no está aludiendo, solamente, al asunto burocrático de quién dirige
una institución, una alcaldía, una diputación o la gerencia de algún poder
público. La interpelación que podríamos titularla, Venezuela como problema,
supone la percepción de un desgarramiento, un terremoto de la tierra corpórea, una
fractura del ethos que nos constituye. Es una metáfora que apunta a una
desdichada existencia, a un cuerpo roto y, de manera simultánea, la
interpelación es una invitación a responsabilizarse frente al mal tiempo de la
cosecha, responsabilizarse frente a prácticas erráticas de cómo cultivar, de
cómo cultivarnos, glocalizadamente.
Se trata de colocarnos frente al espejo y
mirar nuestras propias roturas con la intención de tejernos de nuevo. Ese nuevo
tejido siempre tendrá las marcas deshilachadas de su pasado; conservará las
huellas de su tránsito, pero será distinto. No es un pasado que vuelve, sino
una nueva aventura por hacer. Es una creación que aun no existe, pero que no
tiene un punto inaugural, sino que se monta en el devenir como recreación. Es
la apuesta de vida frente a la desdicha.
Caracas, 30 de julio de 2013
Jonatan Alzuru Aponte
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