lunes, 28 de septiembre de 2020

¡YA BASTA!... SOMOS MUCHO MÁS

                                             ¡YA BASTA!... SOMOS MUCHO MÁS

Jonatan Alzuru Aponte

 

¿Cómo lograr que las palabras expresen la más profunda tristeza? ¿Qué metáfora utilizar para hacer sentir al otro, la vergüenza que uno siente? ¿Cómo hacer llorar a las palabras? Sí, tristeza, vergüenza y llanto me produjo la discusión en las redes sociales, protagonizada e iniciada por un rector de una universidad histórica y principalísima de Venezuela y un reconocido periodista; seguida, continuada y maximizada por personas que sufren y padecen las atrocidades del despotismo venezolano.  

La tristeza profunda, la vergüenza infinita, el volcán de dolor y el respeto a esa comunidad académica de primer orden y a todos los que nacimos en aquella tierra de araguaney, cují y frailejones; de guacamayas y cóndor; de sonrisas con olor a papelón y almendrones, me paralizan la lengua y las manos: no puedo nombrar a la universidad ni a los actores involucrados en la discusión en las redes sociales a propósito de los servicios públicos en Venezuela.

Una mañana de septiembre, un sector de Caracas, amaneció sin luz. El periodista reporta el caso en sus redes. Quien ejerce el cargo de rector le comenta que no se alegra; pero que al fin le llegó la igualdad a la capital. ¡Qué espanto! El mensaje era claro:  el sufrimiento terrible que padecen por la falta de servicios públicos quienes viven en los estados del interior del país, le llegó a la capital.  Y allí empezaron los dimes y diretes… Mi estómago bailaba y mientras más leía convulsionaba.  ¡No! Tampoco recrearé ninguna de las opiniones. ¡No! por Dios que no. Por respeto a todos los que sufren en cada milímetro de aquella tierra, por respeto a todos los que sufren en la distancia de aquellas tierras, por los que padecen en la diáspora, por respeto a mí mismo.

Por cierto, ese día, ese mismo día, mi hermano mayor me enviaba una foto de su nueva cocina. Cuatro ladrillos, como soldados en batallón, uno frente al otro, y en su cielo, una rejilla como la que antaño se usaban para celebrar el asado, la parrilla, el sancocho en un río, a mitad de una montaña virgen; pero allí estaba él, sin celebración alguna. Era su cocina para la comida diaria, a leña. Sí, cocina su comida a leña (como miles), en un país cuya reserva de gas natural probado, es más de 190 billones de pies cúbicos que lo ubica en el octavo en el mundo. No vale comprar cocina eléctrica, porque tampoco hay luz a diario.  ¡No se horrorice ni se espante! Ni dramatice, ni se estruje el cerebro para comprender lo que sucede… Es muy simple:  la miseria venezolana es una política de estado que da rédito a la clase social despótica gobernante. En fin…  

Al final de ese día tenía un único deseo: Gritar… un grito inmenso del tamaño de un tsunami, con una fuerza telúrica incapaz de ser registrada ni por el sismógrafo más potente; lanzar un grito, como se lanza el último suspiro, como un eco seco, in crescendo, como un repicar de tambores en un amanecer de San juan… No gritarle al mundo sino a nosotros mismos… como un vómito invertido…  ¡Ya! ¡Ya! ¡ya basta!  ¡Ya basta! ¡Basta! ¡Ya Basta, basta!

¡Basta! Ya basta, ya basta….

La lógica despótica ha transformado de forma acelerada a la sociedad venezolana en un gran campo de concentración; donde sus prisioneros pelean entre sí, para sobrevivir; donde hay zonas, oficios y sectores que, dentro de esa profunda mariginalización sociocultural, vivencian, como un espejismo, algún tipo de privilegio… ¿privilegio? Sí, claro que sí… incluso entre la miseria más infrahumana, hay algunos que pueden comer más sobras que los otros. Algo así como quien vive en el campo de concentración de mesonero y puede robar de vez en cuando un bocado de pan…

Y, entonces, recordé el poema de Primo Levi:

 

“Ustedes que viven seguros

En sus cálidos hogares

Ustedes que al volver a casa

Encuentran la comida caliente

Y rostros amigos

Pregúntense si es un hombre

El que trabaja en el lodo

El que no conoce la paz

El que lucha por medio pan

El que muere por un sí o un no

Pregúntense si es una mujer

La que no tiene cabello ni nombre

Ni fuerza para recordarlo

Y sí la mirada vacía y el regazo frío

Como una rana en invierno

Piensen que ésto ocurrió:

Les encomiendo estas palabras.

Grábenlas en sus corazones

Cuando estén en casa, cuando anden por la calle

Cuando se acuesten, cuando se levanten;

Repítanselas a sus hijos.

Si no, que sus casas se derrumben

Y la enfermedad los incapacite

Y sus descendientes les den la espalda.”

A ratos he pensado que es inútil escribir sobre el país… que de nada sirve escribir sobre la política venezolana… que todos aquellos que opinamos, simplemente, lo que hacemos son masturbaciones mentales en malos días de insomnio… a veces pienso que quizás la escritura es solo para drenar o por el puro afán egótico de mostrar que quizás uno leyó dos líneas más que otro…  pero…

Pero, hay otros días… Un día  como hoy por ejemplo, que me cuestiono sobre mis genes culturales y de pronto, en medio  del asco de mí mismo, el azar me muestra otra cara del perfume… y recuerdo a tantos e inmensos creadores, desde humildes campesinos como Juan Félix Sánchez, arquitecto que transformó la rudeza de lo feo en la expresión más sublime del silencio sagrado de la belleza, tiznado de oración, que cabalga con la magia de la laguna… me brotan de los tuétanos pensadores de estirpe, como el filósofo y poeta, Alberto Arvelo Ramos, que no fue un director de cultura de una universidad de la provincia, sino el director de la cultura venezolana… y, entonces, sin saber qué hacer, porque la piel se me confunde con látigo y gelatina… Deseo escribir, para gritar… para llorar… para invitarlos a que juntos nos miremos en el espejo y digamos ¡Basta! ¡ya basta!... Somos mucho más…   

 

 

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