SE NEGOCIA CON PODER
Jonatan Alzuru Aponte
Si uno lee las redes sociales,
artículos de opinión y declaraciones, sobre lo acontece en Venezuela, haciendo
un juego de ficción, que se desconoce cuál es la disputa política y se hace el
esfuerzo por comprenderla; lo que saltaría a la vista es una guerra verbal,
discursiva, en distintos tonos y estilos, de todos contra todos, asumiendo
desde cada parcela que se tiene la verdad, que representan al país y que son
inclusivos. Desde cada trinchera se formulan tácticas y estrategias disímiles o
similares con exclusión del otro. Desde los líderes hasta el ciudadano de a pie
que hacen vida en estos espacios.
Lo terrible políticamente de ese
paisaje es que, en esa trama, el déspota se difumina y aunque no acrecienta su
poder, esa dinámica social, se transforma en una condición para mantenerse y
aprovechar para incrementar su represión selectiva y, a su vez, trazar líneas
de desestructuración de las pocas instituciones que débilmente sobreviven.
Si no se atiende este asunto con
la urgencia y la seriedad política necesaria (coherencia entre discurso y
acción), para articular un movimiento de movimientos contra el opresor,
cualquier acción será inútil. Peor aún, si se acuerda con el opresor una
solución electoral, sin resolver la unidad dentro de la diversidad, con
acuerdos mínimos en tácticas y estrategias, entre los principales
interlocutores, así como partidos y movimientos sociales, aunque el apoyo
popular del déspota sea mínimo, tendrá una condición favorable para perpetuarse
y, peor aún, con embadurnamiento de legitimidad.
La responsabilidad que el déspota
continúe en el poder y avance en sus propósitos no reside, exclusivamente, en
su apoyo internacional de Rusia y China, ni en los cagatintas que habitan en el país y en América Latina,
ni en las mafias con charretera que lo asisten, sino en gran medida por la
ausencia de una política de confrontación articulada entre los diversos y
opuestos actores que dirigen los distintos fragmentos sociales en los que se ha
convertido la oposición venezolana, aunado a la desmedida lógica de atacarse unos y otros, hasta intentar que desaparezcan
de la escena pública.
La tragedia es una ausencia de
voluntad de poder. Quien desea el poder, en el sentido más instrumental y más
egoísta, utiliza los mejores medios para alcanzar su fin. Y el mejor medio para
liberarnos de la opresión y asumir el poder en Venezuela, pasa por tener un
discurso, una táctica y una estrategia coherente (discurso, toma de decisiones
y acciones) que coaccione por la buena práctica hasta quien disiente de la
política que se impulsa. Condición para articular a todos (dígase los que
consideran ilegítimo, ilegal y despótico a quienes ejercen el poder) en una
dirección para lograr el objetivo.
Quienes piensan que tomar
decisiones en instituciones, en partidos o en movimientos sociales o políticos,
en el contexto venezolano (migajas), es preservar cuotas de poder, carece de
pericia, experiencia y teoría, a propósito de qué tratan los ejercicios del
poder. Es un súbdito. Quien desconozca la capacidad que ha tenido el régimen
despótico para manejar acertadamente las coyunturas y las confrontaciones
políticas, hasta ahora, carece de sentido de realidad y, por lo tanto, es incapaz
de autoevaluarse, rectificar y buscar solidez en las acciones que conduzca al
derrocamiento del despotismo.
Quienes, siendo dirigentes,
consideran que el problema de nuestra debacle como movimiento contra el
despotismo es causado por quienes opinan en las redes, evaden la
responsabilidad de la dirección política y lo peor, ignoran un asunto básico
del ejercicio político: la acción y el discurso consistente que la explica dado
por quien la propone. Los líderes, lo son, porque su palabra genera acciones.
Las acciones y no el discurso es lo que configura la práctica política, dígase,
su eficacia o no.
Creer que se está en la misma
situación que enero, febrero o marzo, con respecto a la lucha contra el
despotismo, es cegarse. El despotismo ha logrado legitimarse como interlocutor
válido, internacionalmente. De forma simultánea, desestructuró en la práctica a
la Asamblea Nacional, a través de la prisión y el exilio. Y genera situaciones
particulares para que se desvíe el centro de atención, de atacarlos para
derrocarlos a defender particularidades, como es el caso de las
universidades. Si no se defienden se
pierden y si se coloca toda la energía en ese asunto, se desvía el foco.
Golpear al régimen es transformar
eso particular, las universidades, en una bandera para el objetivo central, el
desplazamiento del poder. Es una acción
(defender y avanzar en la re-institucionalidad universitaria) que, si el
liderazgo la evalúa, podría ser un extraordinario detonante para incrementar
acciones de calles tratando de alcanzar objetivos concretos.
El mejor momento para sentarse a
negociar la salida con un déspota es cuando está débil, porque es el momento
para incrementar los costos para ellos y disminuir sus beneficios hasta hacerlo
insignificante; se negocia cuando se tiene poder de acción con eficacia y
eficiencia. Pero eso supone acrecentar la confrontación interna contra el
déspota y, para ello, la condición sine qua non, es la consolidación de un
acuerdo mínimo de tácticas y estrategia entre la dirigencia (opuesta y diversa)
para impulsar un movimiento de movimientos.
De lo contrario, seguiremos hundiéndonos en un fango construido por el
despotismo y alimentado por nosotros mismos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario