ELECCIONES
PARLAMENTARIAS Y FORMAS DE LUCHA
Jonatan
Alzuru Aponte
Me levanté
temprano y leí la reflexión de Isnardo Bravo en las redes sociales, a propósito
de las elecciones parlamentarias. En resumen: desea votar e irá a votar en las
elecciones parlamentarias; pero considera que ha sido un error que un mínimo
porcentaje de los diputados que participarán en la contienda se elijan por
primarias y al resto por consenso. Además, él considera que muchos de
los candidatos que se postularán, por
consenso, no ganarían unas primarias, dígase, no son representativos. Según el
razonamiento, todos deberían ser electos por primarias. Y la explicación que
elabora del por qué no fue así, lo reduce a lo siguiente: es por un problema de
no pensar en Venezuela sino en sí mismo. Toda la interpretación la realiza como
una voz de un venezolano de la masa, de un venezolano de a pie.
Quisiera elaborar mi opinión desde el mismo estatus, un
venezolano de a pie. No conozco cómo ni por qué se realizó el consenso; ni
tampoco cuáles fueron los criterios para determinar a unos y no a otros. Puesto
que no milito en partido alguno, ni en ningún movimiento social.
Considero en primer lugar que el razonamiento de Bravo
es digno de considerar por parte de la Mesa de la Unidad, no tanto para
modificar el mecanismo, ya se hizo; sino para diseñar una campaña que modifique
ese sentimiento en los potenciales electores. Es una condición sine qua non; si
se entiende las elecciones como una formas de lucha del pueblo frente al poder,
entre otras. Es lo primero que debe
considerarse para el diseño global de la campaña.
Antes de estudiar el caso específico, creo que es relevante
realizar algunas consideraciones generales con relación a las formas de lucha
de los movimientos sociales y políticos de la oposición frente al poder.
Ha sido un error consecuente, repetido, reiterado por
parte de nuestros diversos y distintos líderes de la oposición, durante estos
quince años, criticar formas específicas de lucha. Generando como consecuencia que
se ilegitime en la población, absurdamente, esa forma de lucha. Quedando cada
vez menos formas de lucha para enfrentar al poder. Justamente, esa lógica
favorece, en grados superlativos, a quienes están en el poder, quienes desean
mantenerlo y acrecentarlo. Porque el otro, la oposición, por su propia torpeza, ha ido
desechando las armas constitucionales y civiles que tienen para enfrentar las
decisiones del poder que considera arbitrarias y que además, les representa más
costos que beneficios. Sin percatarse que el problema no ha sido la forma de
lucha en sí misma, sino cómo se han implementado y de qué forma se han asumido.
(Por cierto, hay formas de luchas legítimas y quizás no legales; desconocer una
ley, de forma pública y notoria porque se considera que atenta contra el
pueblo, ha sido bandera de miles de movimientos sociales en el mundo;
obviamente quien lo hace debe asumir, con honor, las consecuencias que implica
tal acto, frente a las respuestas del poder).
El paro, la huelga, la acampada, la guarimba -(utilizada
por los piqueteros en Argentina o los cocaleros en Bolivia)- o el voto son
formas distintas de luchas. Lo primero que fortalece una forma de lucha es la
responsabilidad por parte del movimiento o partido político de su conducción,
evaluación de sus costos y beneficios, tanto frente a todos aquellos que los acompañaron
como de aquellos quienes detentan el poder y sus respuestas proporcionas o no
al respecto. Responsabilidad es la
práctica de responder por qué se hace, cómo se hace y cuál es la finalidad de
aquello que se plantea y ejecuta. Son totalmente torpes y estúpidos,
políticamente hablando, quienes plantean una forma de lucha con una
finalidad en el ámbito público, pero que
es un simulacro para otro fin. La razón es muy elemental, quien detenta el
poder al develarle el objetivo real a su oponente, no solo ilegitima la forma
de lucha sino que además, los seguidores se sienten engañados. Eso desarticula
cualquier movimiento social o político. Lo segundo, entonces, es el objetivo específico
de la forma de lucha que sea evaluable y explicar cuándo ha de suspenderse esa
forma y por qué; eso es vital. La confianza aun en el fracaso es un componente
sustancial para amalgamar a los movimientos políticos y sociales. Eso no
significa que no sirva esa forma de lucha; sino que por tales y cuáles
circunstancia no funcionó. Y ha de explorarse otras o volverlo intentar de
forma planificada.
Quien tiene seguridad en sí mismo, en su forma de lucha
y tiene voluntad de poder, es capaz de morir por su idea y su práctica; pero
además, seduce, convence al otro, a quien no cree, que ésa es la vía apropiada
para alcanzar los objetivos. Quien grita fraude y su práctica no es acorde con
su declaración, ilegitima esa forma de lucha, se irrespeta a sí mismo y
desarticula al movimiento porque se pierde la confianza. Allí hay que tener
coraje y valentía para asumir en la práctica la denuncia que se hace. De lo contrario,
es preferible callar.
El lenguaje e interpretación en política genera
prácticas y formas de actuación muy concretas. Seamos claros y precisos.
Pensemos en nuestra historia política contemporánea. El difunto presidente, más
allá que usted estuviese o no de acuerdo con su mirada, él utilizó una de las
formas de lucha de más alto riesgo social, a saber: la realización de un golpe
de estado y falló. Intentó un golpe y
asumió, responsablemente, las consecuencias. Insistió en la misma forma
de lucha y volvió a fracasar. Luego pensó la abstención como forma de lucha y
no le funcionó. Finalmente opta por el voto como forma de lucha. Y convenció a
Tirios ya Troyanos que ésa era la forma y que su proyecto era el adecuado para
transformar a Venezuela. El contenido argumentativo de su propuesta en nuestro
contexto es irrelevante, estoy evaluando sus prácticas. Se planteó una reforma
constitucional y perdió y asumió. Sin embargo, como tenía voluntad de poder y
creía que ése era el camino y no otro; jugó para desarrollar en la práctica lo
que no pudo logra por la vía electoral. Pensaba en sí mismo, que su idea era
cómo debería ser Venezuela, para bien o para mal.
La dirigencia o un sector importante de la oposición se
plantearon, también, un golpe de estado y se logró. Más allá que usted afirme
que Chávez renunció, lo que no puede evadir que el acto de Carmona disolviendo todos los poderes, juramentándose ante sí
mismo, no era un golpe de estado. Luego de la retoma del poder, nadie de los
perdedores asume el golpe. Se planteó en un momento la abstención, pero nadie
asumió de forma pública notoria el error del acto. Los más osados dicen que
tomaron esa decisión porque lo quería el pueblo. Lo que habría que decirle, a
quien sostiene semejante sandez es
retírese y que las encuestas dirijan. Luego se opta por la lucha electoral y se
canta fraude; pero no se actúa en el plano político, en las masas,
coherentemente. Se plantean formas de lucha como la guarimba por vías abstractas,
una anónima en un video, dirigiendo la forma de lucha, sin objetivo preciso y
de forma desarticulada, con los dirigentes acusándose entre sí de traidores.
Una mesa servida para un rotundo fracaso.
Estamos en un año electoral. Es la ruta. Para
expresarme en el lenguaje del fallecido presidente, allí es la batalla. En ese
camino el gobierno lo inicia con buen pie, paradójicamente, en medio de una de
las crisis económicas más horrorosas que ha vivido nuestra patria. Y lo hace
con la utilización de su lenguaje. Aun sin cuestionar la palabra del Jefe del
Estado que existe una conspiración para la realización de un golpe de estado,
asunto que nadie, ni chavistas ni antichavistas, se pueden pronunciar,
verificándolo o negándolo, a menos que formen parte de los cuerpos de seguridad
del estado o de la fiscalía y de hacerlo estaría viciando el proceso… Pero tal
acto, el de la conspiración, lo equiparan con una acción cívico militar que de
suyo debe ser evidente, aviones que lanzan bombas y caen, militares disparando,
heridos… que fracasó; la estrategia lingüística está en equiparar una
conspiración con un intento de golpe de estado.
Acción lingüística que tiene un efecto claro en la
población potencialmente afecta a la oposición; porque hace un año los líderes
de la oposición se acusaron entre sí,
evaluando las formas de lucha, de la intencionalidad de la acción, esto es, de
la preparación de un golpe de estado. De allí que la acción lingüística está
dirigida por un lado a amalgamar a sus potenciales votantes, frente a un
enemigo que pretende subvertir de forma violenta el país y, de manera
simultánea, fractura al movimiento opositor al generar la duda. Dejarlo en
limbo es lo más conveniente para el gobierno en la batalla electoral. Porque
evidenciar la conspiración, de ser cierta, implicaría el arresto de oficiales
activos, generales o coroneles o tenientes que estarían en conexión con el
civil arrestado. Tal acción lingüística con una represión dura y selectiva de
las manifestaciones motoriza la abstención del pueblo opositor.
Desde éste análisis es que puedo pensar la acción
concreta realizada en la Mesa de la Unidad. Antes de juzgar lo errado o
acertado del mecanismo de elección de los candidatos debemos, los venezolanos
de a pie, de la oposición preguntarnos y preguntarle a la Mesa de la Unidad, si
ese mecanismo fue de consenso, entre todos y, fundamentalmente, los líderes
visibles, dígase Enrique Capriles, María Corina Machado, Leopoldo López y
Antonio Ledezma; así como de todos y cada uno de los Secretarios Generales de
los Partidos. De ser la respuesta
afirmativa, ellos estarían cumpliendo lo que el pueblo opositor ha dicho, ha
deseado, que se pongan de acuerdo. Se pusieron de acuerdo en cuáles circuitos
realizarlo por consenso y en cuáles realizar primarias. Ahora bien, como es una
forma de lucha, el asunto no es de popularidad o no al interior del movimiento
opositor; sino cómo se garantizan la mayor cantidad de curules en la Asamblea.
Y en algunos sectores unas primarias pueden dividir más que amalgamar. La forma
de ponerse de acuerdo, donde no hay primarias, es un complejo proceso de
negociación; porque cada partido considera sus candidatos y debe ceder o no,
frente a las peticiones de los otros. Ese regateo político es complejo y duro,
nada fácil porque no se trata de un cuerpo militar donde el general dice éste y
punto.
Justamente, una buena campaña debe maximizar la
importancia y lo relevante que significa consensuar entre diversos y opuestos
actores políticos para la escogencia de los candidatos a las parlamentarias y
mostrar que los consensuados contarán con el respaldo de todo el movimiento
opositor; al ser la mayor cantidad los que se eligen por consenso, entonces, la
campaña debe priorizar este aspecto, por encima de las primarias.
Finalmente, considerando todos los aspectos anteriores,
el asunto medular se trata de los discursos, del lenguaje que tiene que
conectarse con los sufrimientos de las grandes mayorías, con los más pobres. No
es posible ni aceptable, por ejemplo, que el gobierno acuse a los más pobres de
la crisis económica. Esto lo hace de manera sistemática cuando sostiene que los
buhoneros, los de la economía informal, acaparan y venden más caro, lo que le
han llamado el bachaqueo en la ciudad. Si los más pobre tuviesen un empleo
digno, no tuvieran tiempo para pasar horas y horas haciendo cola, para luego
vender los productos. Las colas se han transformado en el empleo de los más
pobres. Y los ricos que están en el poder haciendo negocio con el dólar,
mantienen un lenguaje fariseo.
Es un año electoral, mantener a toda costa la paz, es
la condición de la derrota de quienes están en el poder. Pero deseos no preñan.
Hay que preparar la campaña.
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