Amigos/amigas, ayer culminó la intervención exquisita
de nuestro amigo José Colmenares. Queremos agradecer el bello gesto del
profesor, el detalle, de regalarles a los participantes un CD con las obras
completas de Foucault, como parte de una política de distribución de la
información para nutrir las discusiones. El jueves 7 de noviembre continuará el
calentamiento, en la Casa de los Gobernadores de Mérida, con la participación
del querido Pedro Alzuru. El Dr. Pedro es profesor jubilado de la ULA, fue
director del Doctorado en Filosofía, del Centro de Investigaciones Estéticas y
de la Galería La Otra Banda. Discípulo de Mario Perniola y Michel Maffesoli,
con una extensa obra publicada; de una delicada y rigurosa formación en el
pensamiento contemporáneo, ha dedicado varios trabajos, ensayos y seminarios a
la obra de Michel Foucault. Es un honor su participación e incorporación en
este esfuerzo colectivo.
Como parte del calentamiento -para los sendos
seminarios sobre Lanz y Foucault que se realizarán a finales de noviembre e inicio
de diciembre en Mérida- en la plataforma de internet, les invito a leer a
continuación dos artículos de Rigoberto Lanz, a propósito de la Ley de
Educación Superior, publicados en El Nacional, en la columna A Tres Manos, en
dos momentos del mismo año, enero y noviembre del 2011.
UNIVERSIDAD: PROPONGO
Rigoberto Lanz (A Tres Manos, enero 2011)
“...hay
una contradicción lógicamente insuperable
en
la realización de mi reforma. Uno no puede reformar
las
instituciones sin haber reformado previamente los espíritus;
pero
tampoco podemos reformar los espíritus sin haber
reformado
previamente las instituciones”.
EDGAR
MORIN: Mon Chemin, p. 272
Que saquemos de la discusión lo que no puede—o no
debe—formar parte de una Ley de Estudios Universitarios. Queremos discutir de
todo, pero sólo algunos asuntos son pertinentes. Hay demasiada materia
legislada (y por legislar) Mejor es concentrarse al máximo en pocos asuntos
esenciales. Hay otras vías para atender cuestiones operacionales y de gestión
(reglamentos, etc.)
Que no nos
empeñemos en “ganar” la discusión. Se sabe que finalmente en el texto se dirán
unas cosas y no otras, que nada de eso es inocente, que todo está cargado de
presuposiciones, intereses y convicciones. Una Ley no es la suma de todo eso.
Tampoco un simple forcejeo burocrático para
inclinar una votación a favor o en contra. Gente de carne y hueso hará
su trabajo de “traducir” lo que el debate refleja. Ese no es un asunto “neutro”
ni de mera técnica legislativa. Que nadie se pase de listo queriendo engatusar
al otro.
Que hagamos
el máximo esfuerzo—de verdad—para que el clima de debate no derrape en
trifulca. Las pasiones y los arrebatos son parte de una cierta idiosincrasia.
Ese no es el problema. El asunto se complica cuando las ideas están sustituidas
por los gruñidos. Ello ocurre con mucha facilidad, por eso hay que ejercer una
acción deliberada y firme en este terreno.
Que sepamos
distinguir la discusión verdadera de los falsos debates. Mucha gente está
pendiente principalmente del protagonismo mediático sacando cuentas
politiqueras. No tienen ideas que promover pero sí intereses políticos que
interponer. Al mismo tiempo, hay gente
de variados sectores que tienen cosas de
decir, no importa si son amigos o enemigos del gobierno. Hay que poner atención
en aquellos interlocutores válidos que piensan de modo diferente.
Que los
fundamentalismos se queden en el ámbito privado de cada operador. No hay nada
que pueda encararse desde posturas dogmáticas o bajo la óptica de un
voluntarismo maximalista. La política funciona de otra manera. Las diferencias,
conflictos y antagonismos existen previamente. No hace falta que se produzca un
debate sobre la universidad para que nos enteremos que existen profundas
divergencias. Esa disparidad de enfoques no va a desaparecer porque hagamos una
discusión civilizada. Expresar un punto de vista es muy importante. Pero que
cada quien asuma responsablemente los límites de este debate, es decir, que no
se maneje la ingenuidad de que “todo estará representado”.
Que
desdramaticemos esta discusión y coloquemos en parámetros manejables y
discernibles lo que en verdad está en juego. Una ley no es una revolución (por
muy radical que parezca) El mundo no se acaba si el texto dice esto o aquello.
No digo que todo da igual. Digo sí que apliquemos una cierta dosis de realismo
en medio de las naturales y saludables aspiraciones utópicas.
Que la
universidad que resulta de la aplicación de una nueva Ley estará sometida a una
larga transición en donde se juega en
verdad lo que cambia y lo que parece que cambia. No hay que empeñarse pues en
un acto único. El mejor camino es posicionar un clima constituyente que ponga
en tensión todos los días cada práctica y cada discurso. Ese no es un asunto
parlamentario sino el ejercicio efectivo de una soberanía instituyente que dota
de nuevos contenidos el quehacer del
mundo académico.
Que logremos
desmontar la lógica corporativa en la que cada sector ya tiene su agenda, sus
demandas y sus pautas de negociación. Es clarísimo que la universidad no es una
comunidad de “iguales”. Sería pura demagogia creerse en serio que es lo mismo
un obrero, un empleado, un estudiante o un investigador. Preciso será
visualizar un espacio común más allá de los intereses pragmáticos.
Hacerlo bien
no es imposible...intentemos que esta vez funcione.
UNIVERSIDAD:
LAS PROFESIONES MANDAN
Rigoberto Lanz
(A Tres Manos, 6/11/2011)
“Cuando
menos una norma tiene chance de ser respetada,
más
nos obstinamos en reafirmarla”.
ZYGMUNT
BAUMAN: L´ethique a-t-elle une chance dans un monde de consomateurs?
p.42
Desde hace ya mucho hemos
planteado el asunto crucial de una pérdida de sentido del ámbito universitario
como espacio de creación de saberes. En su lugar se ha impuesto
imperceptiblemente la idea de una universidad consagrada—casi—exclusivamente a la docencia, es decir,
a transferir habilidades y destrezas sobre campos profesionales. Esto último,
para colmo, tampoco es que se haga con mucho brillo. Todo parece indicar que
allí también el monopolio de la acreditación profesional está condenado a
mediano plazo (cada vez hay más agencias de formación, mecanismos de acceso al
conocimiento y maneras de aprender para el trabajo que no pasarán por estas
vetustas instituciones)
El texto de la Ley de Educación
Universitaria está montado sobre una idea de universidad bastante anacrónica:
enseñar profesiones. Ese lugar común está instalado en la izquierda y en la
derecha. Funciona como imagen de lo que obviamente se hace en las
universidades: dar clases. Hace rato ya que se perdió el rastro del espacio
académico como lugar de creación de conocimiento, como ámbito de aquilatamiento
de la conciencia crítica, como ágora de una cultura democrática siempre en
discusión, como un inmenso laboratorio de experimentación intelectual donde lo
que cuenta es la capacidad para inventar. Todo este ideario se fue arrinconando
con el tiempo hasta llegar a este
tremedal en el que el reparto disciplinario es lo que cuenta. Las alusiones
retóricas a la “investigación” y a la “extensión” funcionan como cobertura discursiva de una realidad que va
por otro lado. Desafortunadamente la Ley está impregnada de esta imagen. Toda
la apelación al acceso y a la democratización está montada en el supuesto de
esa universidad que recibe a todos para obtener un título.
Allí entran en implosión dos supuestos
simultáneamente: la creencia de que la universidad “forma” para el mercado
laboral (cuando en verdad el mundo del trabajo va por otro lado) y la otra
creencia según la cual la universidad está hecha para que “los muchachos
estudien” (cuando en verdad esta debería ser una función accesoria del mundo
académico) Así las cosas, el legislador no ve más allá de esta imagen deprimida
de lo que significa esa idea de
universidad, por ello aparece tan mal planteado el asunto de la producción de
saberes y sus implicaciones en todo el tinglado de la nueva organización. El
asunto de fondo es plantearse lo que significa otro modo de pensar; si
se toma en serio lo que significa el paradigma transcomplejo, entonces las
consecuencias en el terreno jurídico tienen que ser explícitas, visibles.
Ya es un avance que la taxonomía
disciplinaria que se repartía el territorio universitario en “Facultades” y “Escuelas”
esté deliberadamente suplantada. Pero me temo que esos fantasmas regresen por
la puerta trasera y se cuelen de nuevo en gazapos y ambigüedades. Me parece
claro que la cuestión de lo que estamos entendiendo por universidad está
gravitando fuertemente en lo que termina plasmado en cada artículo de la Ley.
Esa visión de la universidad “formadora de profesionales” es una poderosa
caricatura que está en los tuétanos del ciudadano común, también en
legisladores que no tienen experticia en estos complejos asuntos (quiero
recordarles que en estos campos hay Maestrías, Doctorados y Post-Doctorados que
en algo ayudarían)
El pensamiento conservador también está en
la izquierda. En nombre de la “revolución bolivariana” hay disparates teóricos
a granel. Eso ha ocurrido así en todas partes del mundo. Nada de raro tiene
entonces que a propósito de la Ley de Educación Universitaria aparezcan estos
residuos ideológicos.
Una Ley no elimina un debate que es
permanente y sobre el que no hay mucho margen para el consenso. Lo que ocurre
es que hay una gran diferencia entre un texto de opinión de cualquier persona y
un texto que es Ley de la República. De allí los cuidados y precauciones que
debemos tener. Los buenos argumentos (Habermas) sirven para tratar esos
desacuerdos. (Rigoberto Lanz, 2011)
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