OJALÁ
Jonatan
Alzuru Aponte
Ojalá que la cúpula de CLACSO (El
Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales) fuesen intelectuales de
izquierda, tuviesen una mirada materialista tanto de la historia como de las
realidades latinoamericanas y, sobre todo, la venezolana; y no, como lo son, unos
conservadores de un idealismo trasnochado cargado de conceptos que se
desvanecen en el aire, a favor de la explotación del pueblo venezolano.
Ojalá es un documental
biográfico de producción cubano-española, realizado en el 2012, donde se
reconstruye la vida del cantautor cubano Silvio Rodríguez, uno de los
fundadores de la Nueva Trova Cubana. En él, Silvio Rodríguez para graficar cómo las condiciones materiales de existencia
pueden transformar las visiones del mundo “de manera peligrosa”, sobre todo,
para aquellos artistas que como él, que son íconos de la
revolución. Coloca un ejemplo muy práctico. Relataba cómo fue el impacto de
pasar en la vida diaria, de esperar a que
llegue el agua y cuando llega calentarla para bañarse con una olla, hasta abrir la
regadera en un hotel y sentir el agua caliente; en la entrevista dice el
trovador, que a partir de allí puede comprenderse lo que le puede suceder a un
artista; la intención en el documental era mostrar la fortaleza que deben
tener los revolucionarios para asumir la vida en la patria, bloqueada por
décadas, y no transformarse en un traidor que busca aguas calientes en otras
tierras.
El gobierno de Maduro
comprendió bien esa lección del pueblo cubano, fundado en aquella premisa de
Marx que las condiciones materiales de existencia determinan la conciencia
social. De allí que se dedicó a transformar las condiciones materiales del
pueblo. Pero no nos escudemos en abstracciones; valga un botón de la vida
diaria de los venezolanos. Venezuela es unos de los países del continente con
más riqueza hídrica, teniendo una de las plantas hidroeléctricas, en una época,
más moderna de América Latina, el Guri con capacidad para dar energía a otros
pueblos. Los servicios de agua y luz están en manos del gobierno; no tienen
competencia privada, ni es posible que los traidores vendidos al imperialismo
yanqui decidan sobre ella, ni la perturben de forma permanente durante cuatros años; sin
contar con la cantidad de represas existentes en todo el país. Los explotadores del pueblo, transformaron a
Venezuela, sin embargo, en cuatro años en un país que pareciera que fuese limítrofe con el desierto
del Sahara.
Los que viven, por ejemplo, en
la ciudad capital, en los Chaguaramos, en sus colinas, muy cerca de la
Universidad Central de Venezuela, zona que antiguamente formaba parte clase
media, habitada por profesionales, pequeños y medianos empresarios, nos
habituamos a la práctica que describe Silvio Rodríguez, un racionamiento de
agua permanente, puedes abrir el grifo dos días a la semana, del resto estas en
el Sahara. Aunado a esa práctica social, se suma la crisis alimentaria y de
medicamentos, provocada de forma exprofesa al expropiar industrias, haciendas
productivas, cadenas de supermercados y arruinarlos; eso ha tenido por objeto
que la población se transforme en aquello que aprendió el joven Marx de su
maestro Hegel, en esclavos, cuya fórmula de existencia la resume el filósofo del
idealismo en alemán en: “Dormir, vivir, ser funcionarios”. Lo que Marx llamó el
trabajo enajenado. Trabajar para vivir en una condición material mínima, muy
semejante a la existencia de los animales que no son capaces de transformar el
entorno sino que se adaptan, para alimentarse, guarecerse de las tempestades hasta
morir. Y, como bien saben los explotadores del poder transformador del
ejercicio intelectual, entonces, acompañan esa trasformación de las condiciones
materiales de existencia con una política sistemática para arruinar a los
centros de producción del conocimiento, proletarizándolos, un profesor
universitario gana entre 15 y 20 dólares mensuales. Obviamente, esa política de
proletarización de la clase media, conduce a las clases bajas a una
transformación galopante en marginales, lo que Marx llamaba el lumpen que
dentro de la teoría de Marx estaban imposibilitados para cualquier
transformación social.
Ojalá que los científicos
sociales de la cúpula de CLACSO, salieran de sus acomodados y antisépticos
laboratorios abarrotados de papel, letra y de aldea global; ojalá se despeguen del televisor
y sus canales TvSur o CNN y decidieran dar un paseo no como investigadores, eso
es demasiado pedir, por lo menos, como turistas a Colombia, caminen las calles
de Cúcuta y observen las plazas, el terminal de pasajeros, sus calles y podrán
palpar, observar y si tienen afán, hasta puede entrevistar a cientos de
familias venezolanas viviendo a la intemperie; no es el éxodo del burgués, sino
de aquellos que ya no pueden ser funcionarios, no pueden dormir tranquilo y les
cuesta sobrevivir en su patria. Visiten la iglesia La Dolorosa, dirigida por
los sacerdotes Sclabrinianos, que atienden diariamente a 200 venezolanos en
condiciones de miseria y abrieron un pequeño comedor para 60 niños, acompañen a
los de Caritas a repartir las 5000 comidas diarias a las familias hambrientas
de Venezuela, caminen por la invasión “La fortaleza”, donde hay familias de
colombianos retornados, familias mixtas y venezolanos sobreviviendo que son
atendidos por el Centro Misionero cuya comunidad religiosa, mantienen un
comedor a partir de las donaciones que
le dan los pequeños comerciantes de Cúcuta. Si hacen el recorrido papal, verán
replicada esa realidad.
Ojalá que los intelectuales de
CLACSO asumieran la famosa tesis once sobre Feurebach de Carlitos Marx: “Los
filósofos (– esos ascéticos, los científicos sociales, como diría Nietzsche-)
no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se
trata es de transformarlo.”
Ojalá que aquello que no
comprenden los de CLACSO, pueda ser un motor del pueblo venezolano y que la
transformación no dependa de una verdad revelada en la Biblia
Constitucional, sino en el compromiso
solidario con los más pobres entre los pobres, para desterrar de Venezuela, el
hambre, la miseria y la opresión, éste es el mandamiento del amor, como canta
el sacerdote venezolano Miguel Matos SJ.
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