CONVERSACIÓN DE CAFÉ
Jonatan Alzuru Aponte
A Enzo Del Bufalo.
-
¿Por qué no hablas?
-
Porque no quiero persuadir, ni
convencer y mucho menos, polemizar.
-
Es importante tu palabra.
-
Sí. Siempre y cuando trate del
tema que tú quieres y digas lo que deseas; además, eso sí, de la forma como lo
deseas.
-
¡No! Por favor, habla de lo que
tú quieras.
-
Lo que yo deseo es hablar de lo
que hago; de ello he hablado. Ahora, estoy de regreso, me incorporo a un espacio
donde no puedo hacer nada. Entonces, no puedo hablar de lo que hago, puesto que
no hay nada que hacer.
-
Pero tú das clase; y...
-
Las clases son mi espacio para
el performance de lo que hago. Allí explico lo que hago. Pero allí no se puede
hacer. Es una experiencia como resultado de un hacer. Es una comunidad de
diálogo de lo que hizo el maestro que entusiasma, seduce, estimula al discípulo
a su hacer.
-
Pero… ¿es un asunto de dinero…?
-
Ojalá fuese solo de dinero. Hay
una voluntad de aniquilamiento, en el mejor de los casos, contra sí mismo. Es
una estrella que sigue mostrando su luz, pero dejó de existir hace años; hace
rato que se extinguió, porque construyó la bomba y se la incrustó entre sus
vísceras.
-
Pero se lucha contra el
gobierno y tal vez....
-
Sí, lo sé. Y es justo. Jamás me
había sentido tan explotado. Hace unos días recordé los Manuscritos económicos filosóficos de Carlos Marx y pensé en el trabajo enajenado. El enajenado
es incapaz de percibir cuando lo explotan y, por el contrario, ama al amo que
le da de comer mientras lo esclaviza. Allí yo soy radical; estoy absolutamente
de acuerdo contigo, en su importancia. Pero, y te pido por última vez que me
escuches, porque no volveré hablar; porque te amo, te suplico que me escuches.
Yo no hablo de eso. No me interesa aunque sé de su importancia; es que yo no quiero
hablar de asuntos importantes. ¡No me entiendes! Me parece que lo importante es
nimio en mi circunstancia; Lo estúpido, pasajero y baladí es mi asunto. Trato
de asuntos sin importancia. Tal vez… no
lo sé, estamos en la misma circunstancia, aunque no lo sepas… solo tal vez.
-
¿No es vital, la condición económica?
-
Hay guerra cuando hay soldados
y generales. Pero no hay ni generales ni soldados en mi espacio. Ojalá se
hiciera la guerra o se construyera la paz, dos acciones opuestas pero que
conforman momentos del vivir, prácticas constitutivas de la subjetividad. Pero
esas prácticas no existen. Son simulacros.
Acá no hay sujeto; por lo tanto, no hay ni guerra ni paz.
-
No entiendo.
-
Pensando tanto en el otro, nos
olvidamos de nosotros mismos. Se negó con tanta fuerza al otro que terminamos
negándonos a nosotros mismos. Quien vive de la negación del otro, se hace
esclavo de su negación. Es un muerto que camina. Hegel no era venezolano, sino
alemán; es una verdad de perogrullo, pero marca unas distancias… desde el
idioma hasta la época.
-
¿Y?
-
La afirmación de sí, pasa por
amar lo que nos constituye, nuestros deseos. Más aún, no es tanto lo que se desea sino la voluntad
de desearlo que se manifiesta en prácticas diversas. Pero no hay deseos. Es la tierra de Ilóm.
Recuerdas aquello del Gaspar Ilóm deja
que a la tierra de Ilóm le chamusquen la ramazón de las pestañas con las quemas
que ponen la luna color de hormiga vieja… Allí está el análisis científico
del asunto.
-
Eres pesimista.
-
Ni optimista ni pesimista, me
hago cargo de lo que acontece. Y quizás para tu gusto –que para hablar franco, me
sabe a un bledo- tergiverso lo que acontece como toda fotografía; que siempre
es una versión, porque no existen los hechos sino interpretaciones de
acontecimientos en pugnas; y en este caso, la versión dominante es que estamos
vivos y luchando; y eso funciona... como
toda ficción, para bien o para mal. Pero yo estoy… habito en otro mundo; la otra
versión me es indiferente; yo habito la tierra de Ilóm, como quien fue a buscar
a un tal Pedro Páramo; esa versión, en la que habito, me la cuento a mí mismo,
aunque me chamusque las pestañas.
-
¿Qué acontece?
-
La crónica de una muerte de un
muerto anunciada por un muerto. Es Comala. El pueblo de fantasmas, distópico,
descrito por Juan Rulfo.
-
¿Quién será el difunto?
-
Los difuntos están transitando
por las calles, beben ron y hacen bellos discursos.
-
Hablas como en metáfora,
críptico. Típico de un filósofo.
-
Quizás, no lo sé. No estoy
seguro a quién te refieres con ese nombre que identifica una práctica. El
filósofo, no el profesor, vive para desarrollar su instinto. Solo hace una
mueca para señalar el agua y ya. Seguramente ríe y sigue caminando. Cuando arde
la casa no hace un discurso, no se interroga por el ser, ni indaga en las
causas primeras; llama a los bomberos. El filósofo es quien tiene una
interrogación como obsesión y no piensa en nada más sino en su obsesión, pero
no deja de comerse un bocado de pan y bebe vino y vuelve a sus andanzas con
ligereza obsesiva; con la misma liviandad que es capaz de dar latigazos a los
hombres, para sacarlos fuera de sí, como a los mercaderes del templo; es aquél
que toma agua como un camello, brinca como mono, piensa como pereza y corre
como chita. Y yo, por el contrario, lo que hago es darte una palabra repetida,
porque me la exiges, porque te quiero, aunque sé que no tengo nada que decir.
No me refugio en el silencio, es mi terremoto.
Tú me dirás.
-
¿Cómo interpretas todo este
torbellino político?
-
No quiero seguir
repitiéndome; ya te lo he dicho.
-
Tal vez, no sé… podrías ser más
específico, pienso publicar la conversación.
-
Un personaje del exquisito
drama, publicado en 1992, titulado “La
genealogía de la subjetividad”, escrito por el extraordinario narrador
venezolano Enzo Del Bufalo, lanza una sentencia que quizás resume todo lo que
yo pueda decir. Afirma: “(…) el dolor y
la culpa siguen siendo instrumentos constituyentes de la memoria social;
aunque, en sustitución de los antiguos, instaura sus propios sistemas de
crueldad y terror para seguir inscribiendo en la carne viva los signos de la
subjetividad.”
-
No entiendo.
-
Yo lo creo importante, para…
-
Enzo no es narrador, es
economista. Permíteme corregirte.
-
La mayor obra de ficción
narrativa, entregada en fascículos, del occidente moderno es aquello que se
llama Teoría Económica. Los idiotas, aquellos que no piensan en el bien común, viven
atados, religados, místicamente, a sus abstracciones; creyéndose que caminan
sobre el agua, mientras se fagocitan en la tierra. Enzo narra la eficacia de
esa ficción en las prácticas sociales. Es un gran novelista.
-
¿Acaso desvalorizas…?
-
No. La ficción es poderosa. Las
cruzadas, los rescates de los lugares santos, durante el siglo XX que, por
cierto, ese siglo no termina de morir en nuestro continente, están marcados por el sino de esa ficción y de
forma enajenada, como unos locos en un sueño que no saben que sueñan, el hombre
se hizo ser en la abstracción, se hicieron como angelitos; por eso han
florecido los infiernos. Esa enemistad profunda consigo mismo. La ficción es
eficaz, puede conducirte a la princesa encantada o a las manos del lobo. La
inocencia es creer que la ficción es la verdad y que se está en la verdad y no
en la ficción o viceversa; allí empieza el terrorismo de lo abstracto.
-
Cada vez entiendo menos lo que
hablas.
-
Porque cada vez piensas grueso,
en grande, en abstracto.
En el espacio microfísico, en la
alcoba, en el aula de clase, en la comunidad donde habitas con tus vecinos, es
donde se inicia y culmina el aniquilamiento del cuerpo. Pero también es el ámbito de la subversión
contra el Dios de la Razón que se materializa en el poder del libro como rector
de la vida cotidiana. El mercado y la revolución, el liberalismo y el
socialismo, son los frutos del barco guiado por los libros. Pero, como para ti,
ese mundo pequeño, trivial y sin importancia, como la alcoba, el aula, los
vecinos, está explicado; y ya tus razones son las suficientes, entonces, dejas
de interesarte. Te ocupas del estado como debe ocuparse un político de oficio,
pero sin el oficio, ni la vocación; sino renegando de esa práctica mientras la
ejerces como un simulacro; pero pidiendo respeto, exigiendo respeto, -y te lo digo en clave de trabalenguas- simultáneamente,
por lo que haces que no deseas hacer. Más aún, molestándote por aquellos que no
respetan tu hacer que no es otra práctica, sino hacer lo que no deseas hacer,
pero que tienes que hacer aunque no tengas pericia ni vocación y detestes a todos
aquellos cuya vocación y oficio es lo que tú haces sin querer. Pero se
entiende. No ves alternativa; por eso tu asumes responsablemente, la irresponsabilidad
de jugar al como si; pero cínicamente lo haces, como quien juega a la ruleta
rusa pero sin balas… De allí que tú asunto es conocer el gobierno de los otros
y no el gobierno de ti, porque eso está claro y transparente y por ello eres
indiferente.
-
Ahora, pareces un predicador.
-
Te predico, entonces, una
sentencia Nietzscheana, la número ochenta, que la encontrarás, en ese libro
proscrito, Más allá del bien y del mal;
dice el santo o el demonio alemán, es irrelevante el calificativo en nuestro
caso: Una cosa que queda explicada deja
de interesarnos. ¿Qué quería decir aquél dios que aconsejaba: ¡Conócete a ti
mismo!? ¿Acaso esto significaba: ¡Deja de interesarte a ti mismo! ¡Vuélvete
objetivo!? - ¿Y Sócrates? ¿Y el hombre científico?
-
¿Qué me quieres decir?
-
Yo no. Ya lo dijo Nietzsche.
Simplemente repito el aforismo. Pero para comprenderlo, para interpretarlo, tienes que rumiar como una
vaca. Tomemos el café e inundémonos de silencio.
Caracas, 30 de octubre 2015.
No hay comentarios:
Publicar un comentario