EL DISLATE DE PRESENTAR LA FILOSOFÍA
Jonatan Alzuru Aponte (03-5-2015)
Era de tarde. Un sol inclemente. Estaba en su
biblioteca llamada Babel. Al parecer, con el nombre, quería hacerle un homenaje
al creador de las bibliotecas. Sentando en su escritorio, labrado en madera al
estilo Luis XV, encontró el enigmático libro, La filosofía en Borges, descuidado e impúdico en uno de sus bordes.
Su autor fue un profesor muy famoso quién se caracterizaba por descoyuntar a
sus interlocutores en la prensa nacional. Siendo estudiante escuchó su voz, la
del pensador Nuño, sin entender por qué reían los asistentes a la conferencia
que se dictaba en el aula 217 de la Escuela de Filosofía de aquella Universidad;
ésa, la que siguió el rigor medievalista de entender como su destino a los
libros y a las bibliotecas; donde la vida, no el vocablo vida sino la vida, era
un concepto, una palabra como el ser, una curiosidad más del laboratorio del
pensar y nada más… el término vida solo
era escuchado, a veces, cuando por fortuna, una contingencia deslizaba la
palabra vida en alguna página extraviada de algún oscuro tratado de filosofía
alemana. Desde aquél entonces, sabía que algún día tenía que enfrentarse con
aquella risa, la del ponente Nuño y la de los estudiantes y profesores asistentes
a la conferencia en el aula 217. La risa como destino, como desafío, como
descuadre de la diferencia y la repetición.
El libro La Filosofía en Borges de Juan Nuño,
resaltaba en la mesa porque era de una exquisita extravagancia. Valga una
curiosidad bibliográfica o de dislate político tal vez; el libro fue impreso en
un extraño país, donde todos estaban profundamente educados y no existía ni un
ser humano sin saber leer y escribir, pero jamás habían visto una hoja de
papel; quizás por su afán ecológico eran incapaces de cortar un árbol para
producirlo; porque en ese mundo, en ese país extraño, nada de la tierra era
considerado como materia prima para producir; o, tal vez, precisamente, por lo
contrario, porque detestaban profundamente a la naturaleza y era indigno
extraer algún producto de ella; aunque algunos inquisidores hablaban de la
brujería de los poderosos en la transformación de un tal oro negro en billetes
verdes que por arte de magia nadie es capaz de tener ni de mirar, porque según
dicen, era un privilegio de los poderosos, de los magos alquimistas, poseer
aquellos papeles verdes, que era el único tipo de papel existente en el país
extraño que ninguno de sus mortales veía; dicen que, al parecer, la secta
dirigente consideraba pecado tan solo ver, oler o sentir el oro negro o el
papel verde. De allí lo extravagante o el dislate político de la edición de un
libro en aquel país. Lo cierto del caso es que el libro estaba allí y fue
publicado en ese país, donde no existía el papel, y donde emulaban, hombres y
mujeres, todos, como un coro de ángeles, a la pequeña Venecia del siglo XV,
porque su nombre era su destino.
Vio el libro y resonó aquella escena cuando tenía
veinte años escasos, cuando no entendió la risa que provocaban las palabras de
Juan Nuño y recordó que no tuvo la dicha ni la desdicha de participar en sus
clases y sabía, además, que su destino era cumplir la Maldición de Tántalo.
Estaba destinado atrapar lo inatrapable, comerse aquel manjar, imposible de
asir.
Abrió con rigor milimétrico, suave y estrictamente
disciplinado, el libro, y en la hoja señalada había una nota amarillenta,
escrita quizás por el editor o tal vez por el propio Nuño, jugando una vez más
con las imposibilidades de lo real que decía: Cumplo con el deber de informarle que debe presentar el texto que tiene
entre sus manos siguiendo la recomendación de Pierre Menard, como usted sabe,
él afirmaba que “censurar y alabar son operaciones sentimentales que nada tiene
que ver con la crítica.” Debe afinar su ojo con precisión y aclarar, lo que dijo el autor de la Filosofía
-(quisiera decirles que eso me extrañó en la nota; no decía el autor de La
Filosofía en Borges, sino de la Filosofía, en mayúscula; tal vez fue un olvido,
pero también… no sé… o tal vez es una posibilidad para mostrar que aún cuando
todo está dicho siempre es posible crear, porque el autor de la nota de
inmediato citó un fragmento de Nuño a propósito de Borges… ese estilo me hizo
sospechar que quizás fue Borges el autor de aquella cita, porque Juan Nuño era un
filósofo y, por lo tanto, incapaz de jugar con las temáticas filosóficas como
si fuesen un cuento de Borges; la otra posibilidad era que la hija o el editor
hubiesen intervenido el libro de Nuño, para que quien lo leyese no encontraran
al frío epistemólogo sino al novelista, al exquisito creador de ficciones
filosófica y el autor de la nota, entonces, la hija de Nuño o el editor,
citaban del libro, en su nota, precisamente, lo que ellos habían insertado en
el ensayo del filósofo al mejor estilo de la hermana de Nietzsche con el libro
póstumo, la Voluntad de Poder, que se le atribuye al pensador alemán… Esa
posibilidad, que me gustaba por lo deliafiallesca, la descarté de inmediato;
porque un amigo bibliotecario, contrastó la edición con la mexicana y la española
y, efectivamente, Nuño había escrito eso que citaba quien escribió la nota en la hoja amarillenta…
Asunto que generará un gran problema a los estudiosos de la crítica filosófica
o literaria; porque aquella cita que aparecía en la nota, y era fidedigna del
autor Juan Nuño, implicaba que el libro dejaba de pertenecer de forma inmediata
al conjunto de libros configurado por críticos, filósofos, pensadores que
escriben sobre creadores; la cita excluía al libro de esa categoría; porque a
partir de ella, de la cita, el libro, más bien, se transformaba en una
narración donde su autor era un creador que interviene la creación de otro creador,
para configurar su propio mundo… pero no les distraigo porque la nota dentro
del texto es el mandato de mi vida y en realidad es lo que debo comunicar)-
Repito, la nota decía: Debe afinar su ojo
con precisión y aclarar lo que dijo el
autor de la Filosofía; de inmediato el autor de la nota cita al libro de
Nuño: “De ahí que hablar es incurrir en
tautologías… Indefectiblemente, el relato de Borges sobre la Biblioteca, y aún
este pobre comentario, se encuentran en la Biblioteca de Babel” (p.89)
Borges describe una biblioteca que contiene su ficción
y Nuño se sabe dentro de aquél universo “y
aún este pobre comentario, se encuentran en la Biblioteca de Babel”, por
ello sabe que su comentario es pobre, porque no puede decir nada que no esté
dicho y sin embargo lo realiza porque que cabe la posibilidad, quizás remota,
pero posibilidad al fin y al cabo, que la obra de Borges y su comentario
copulen como un evento prescindible, como el Quijote de Cervantes para Menard…
y… desde esta perspectiva, lo que escribe Nuño es una ficción atrapada en otra
ficción… pero…
Siempre hay un pero… Nuño está dentro y fuera de la
biblioteca, sostengo yo, a pesar del criterio del autor, porque él tenía el don
reservado a los dioses, el de la ubicuidad; da cuenta de la biblioteca desde
adentro, experimentándola; y desde afuera, contemplándola… de allí que es
imaginable que fuese él quien escribiera la nota, el mandato dentro del libro
que me obliga a presentarlo; porque en su libro no se limita al juego
epistemológico de explicar las condiciones, posibilidades y límites de lo
escrito por Borges, sino que elige la ficción como otra posibilidad de su propia
existencia, de la función de su discurso y la nota bien cabría en ese juego de
ficción.
El primer mandato era presentar el libro sin afirmar
nada nuevo. En segundo lugar, no podía
ni juzgar ni alabar. Pero la nota no quedaba allí, sino continuaba de la manera
siguiente: Estimado amigo –cuando leí
aquella palabra, amigo, quedé paralizado porque efectivamente no fui amigo de
Nuño, porque la única vez que lo vi no entendía lo que hablaba, ni por qué reían los que estaban a mi
alrededor; incluso, aquella vez dudé que estuviese hablando español, o quizás
quería decir, castellano o venezolano… sabía que eran palabras, me sonaban
iguales a otras, pero juntadas y expresadas con el énfasis en las diéresis y
en los silencios de los puntos y
coma, me condujeron a pensar o quizás a imaginar
que lo que hablaba era griego o latín o una jerga de un romancero español del
siglo XVIII… por otra parte, Borges no ha sido amigo mío ni siquiera en los
sueños, porque soy del Caribe y mi hablar es ligero y tengo la lengua llena de
escorpiones como me dijo el poeta Márquez; además, me bautizó Marco Aurelio y
con el único que soñé fue con Aristóteles; tales razonamiento me condujeron a
una explicación común pero loable, yo era amigo del editor y fue él quien me
dejó las pautas para la presentación del libro en aquella hoja amarillenta. La
certidumbre es la condición de la ataraxia. Me tranquilicé. Seguí leyendo.
Estimado
amigo, su labor en la presentación del libro es mostrarle a los asistentes que
usted no dirá nada nuevo, no alabará ni juzgará como recomienda Menard y
justamente allí estará la diferencia; fundamente su afirmación en la proposición
del creador de La Filosofía… otra
vez eso del creador de la filosofía; ahora pensaba en el irresponsable del editor
con esa nota… el muy incapaz no dice el creador de la Filosofía en Borges, sino
el creador de la Filosofía… ¡Coño! Dije… casi con la performatividad de la
interjección del pueblo Vasco amamantado en Higuerote, si leen esta nota los
alemanes seguro cogen tremenda arrechera, porque tanto esfuerzo que hizo Kant,
Hegel, Schopenhauer, Nietzsche, Heidegger… para escribir notas a pie de páginas
de los presocráticos o de los griegos en general, siendo bondadosos con el
pueblo de Hitler y Habermas… y éste, el irresponsable editor, en estos
chaparrales, escribe esos dislates, como que Nuño es el creador de la
Filosofía, dando posibilidad a los incautos lectores a imaginar… que es posible
pensar en el lenguaje deformado del latín, en esta cosa que le llaman el idioma
de Cervantes; porque si así fuese… entonces… si es posible pensar es posible
crear y tal vez, quizás, solo tal vez, cabría la remota posibilidad que Nuño
fuese el creador de la Filosofía… ¡No!...¡Por Dios!… Me bañé con agua fría,
como recomendaba el manual de psiquiatría de comienzos de siglo.
Horas después seguí leyendo la nota, releí nuevamente
el inicio del párrafo que me perturbó: Estimado
amigo, su labor en la presentación del libro es mostrarle a los asistente que
usted no dirá nada nuevo, no alabará ni juzgará como recomienda Menard y
justamente allí estará la diferencia; fundamente su afirmación en la
proposición del creador de La Filosofía donde afirma que, cita, cita a Juan
Nuño, sí a Juan Nuño, al filósofo, repito donde
afirma que: “aun dentro de la más ajustada y exacta repetición (tautología
literaria), es posible escribir precisamente lo mismo sin incurrir en el pecado
reiterativo… Decir lo mismo, esto es, asumir plenamente la condición
tautológica del lenguaje en general y, en particular, de nuestra cultura, para
decirlo de manera tal que resulte distinto.” (p. 95-97) Finalmente, le sugiero que se esfuerce por realizar lo que hice. Fui
yo quien le indicó a la baronesa la influencia de Nietzsche en la obra del
señor Menard; obviamente, Borges al
escribir su cuento no tuvo alternativa que manifestarlo y Nuño de reiterarlo.
Lo hicieron porque ambos están condenados en la caverna; de allí que los
autores hispanos, de alguna manera, participen del antiplatonismo nietzscheano
siendo platónicos. Fíjese bien, el creador de la Filosofía describe al
argentino como si fuese un reflejo de sí y el creador de Ficciones procura no
nombrar al madrileño Nuño -que se refugió en un país cuya vocación era volverse
premoderno, aceleradamente, por el puro gusto de llevarle la contraria al
tiempo- pero sus rostros se confunden en cada letra, se desdibujan y configuran
en otros… Ambos pensadores habitan la caverna y, por lo tanto, están “resignado
-como escribe el novelista, es decir, el filósofo- a morar entre la decadencia sensorial.” (p.
162) De allí que el filósofo Borges y el literato Nuño, lo que relatan no es
otra cosa que la condición humana, demasiado humana, de vivir.
Lo más plausible de la nota, en la hoja amarillenta, es
que culmina con dos citas consecutivas, sin ninguna idea, oración o párrafo que las ligue. Están las citas sin
religar; la primera tomada de la Filosofía en Borges de Juan Nuño: “No es que haya nada que agradecer a la
perspicacia del comentarista el logro de un nuevo matiz, la captación de alguna
idea difícilmente perceptible…” (p. 256) y la segunda de Otras Inquisiciones de Jorge Luis Borges:
“Tal es, en palabras de su inventor, la
doctrina idealista. Comprenderla es fácil; lo difícil es pensar dentro de sus
límites.”
A veces, suelen añadir, casi al vuelo de pájaro, quienes
cuentan la anécdota del presentador del libro La filosofía en Borges de Juan
Nuño y el impacto que tuvo al leer la nota que le ordenaba presentarlo, que no
realizó la prescripción después de leerla. Más bien, pidió asilo en una ermita
y permanece en silencio; otros dicen que llegó a la Feria del libro, vio a la
muchedumbre y salió corriendo y lo atraparon en Macuto, cerca del lugar donde
alguna vez había un castillete, y está en Bárbula, imitando a un tal Armando
Reverón; algunos afirman que está buscando una caverna a las orillas del río Guaire,
otros dicen que nunca leyó el libro y se hizo monje tibetano. La otra versión,
quizás la más fantástica e inverosímil, la escuché por boca de mi abuela
Palmenia de Aponte, quien afirmaba, con acento yaracuyano, que el muérgano se presentó
en la Feria del libro, un domingo cualquiera, tal vez un tres de mayo, no hizo
la presentación y leyó la nota amarillenta; haciendo una narración, como si él fuese
el autor de aquel relato.
Nota: El texto fue leído el 3 de mayo de 2015, en la Feria del libro que se realiza en la Plaza Altamira de Caracas, como presentación del libro "La Filosofía en Borges" de Juan Nuño, editado por Bid & Co.
No hay comentarios:
Publicar un comentario