EL DIÁLOGO: SU
NECESIDAD
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¿Jonatan, aún con el desastre que sucede en el
país puedes seguir creyendo en el diálogo?
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La apuesta por el diálogo no es un asunto de fe.
Es una manera de entender la vida. El otro puede cerrar sus puertas, pero mi
opción es tocar la puerta. En el diálogo hay consensos, disensos, acuerdos -aún
con interpretaciones e intereses distintos del por qué se hacen-, hay acuerdos
para posponer temas o proposiciones, por ejemplo, en fin… En el diálogo nada
está establecido a priori. Sus efectos se producen a corto, mediano y largo
plazo. Un ejemplo extraordinario en América Latina, es la experiencia
salvadoreña. El FMLN, compite en unas elecciones, elabora argumentos que su
población acoge y otros rechazan… Eso era impensable en la época de Arnulfo
Romero. Dejaron las armas, para tomar la palabra, para entrar en el juego democrático.
Hoy están dentro de un juego democrático, más allá que los árbitros puedan
cantar falta o no sancionar una falta por sus preferencias políticas, eso
sucede en cualquier parte del mundo. El asunto grave es cuando el árbitro deja
totalmente su posición y se incorpora en el juego, ayudando ex profesa y
públicamente a su equipo, negando abiertamente cualquier acción del otro. Allí
hay una ruptura del juego. Eso ha sucedido con la Defensora del Pueblo y la
Fiscal.
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Pero, ¿con quién se puede dialogar, si todos
piensan igual y funcionan bajo un mismo libreto?
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Yo no sé. El arte del político es saber
discernir cuándo, con quién y cómo dialogar. No siempre el vocero es el mejor
dialogante y, otras veces, el mejor dialogante es quien dirige. En Venezuela no
hay que perder de vista que quiénes están obligados, constitucionalmente, al
diálogo son los parlamentarios. De allí que me preocupa, en este momento, en el
día de hoy, lo que está sucediendo al interior de Un Nuevo Tiempo, no sé del
por qué y mucho menos si son buenas o malas razones, la decisión personal de
dos diputados Gaviria y Marquina que renuncian a sus filas. Aunque se respeta
sus decisiones personales, la sabiduría jesuítica, lo resume con una máxima de
acción: en tiempos de tormenta no hacer mudanzas, recomendaba San Ignacio. ¿Qué
descomposición hay allí? ¿Cómo afectará esa descomposición al diálogo y a las
toma de decisiones que necesariamente se deben dar en el seno de la Asamblea?
Ojalá sean responsable, ese partido y sus militantes, con lo que acontece en el
país. Hay otros actores quienes han dirigido las movilizaciones que también son
unos interlocutores validados por todos para representarnos. Y con respecto al
gobierno, prefiero citar las palabras de un dirigente de América Latina como
Lula que salió reseñada hoy en El Universal: “El país está pasando por un
período de turbulencia: no es fácil sobrevivir a la pérdida de un líder como
Hugo Chávez y creo que Maduro se equivocó al no hacer más para iniciar el
necesario diálogo con la oposición.” (EL Universal, 1-4)
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¿Pero con quién se dialoga, todos se comportan
de la misma manera?
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Te dije que allí reside la pericia de los
dirigentes. Sólo los que están en el terreno pueden calibrar eso. Porque he
tenido experiencia política, poca o mucha, respeto muchísimo a quienes están en
el terreno. Ese es su oficio, es su arte, es su responsabilidad, es la vida que
escogieron. Te cuento una experiencia. Yo duré muchos años contratado en la
Universidad. Cuando me abrieron concurso de oposición lo hicieron para la
categoría de asistente. Ya era doctor. Era dirigente político universitario. El
país como la universidad estaban en convulsión. Me había enfrentado duramente,
dentro de mi Facultad, a los grupos afectos al gobierno. En mi jurado estaba el
dirigente principal por parte de los sectores que apoyaban al gobierno, puesto
que había sido candidato a decano, el profesor Luis Damiani. Me preparé lo
mejor que pude. Pero asistí al acto cargado de prejuicios, pensando, a partir
de la vivencia de los días anteriores, donde habíamos tenido confrontaciones
públicas, que el profesor, seguramente, me pasaría factura, actuaría en ese
acto académico como un dirigente político donde él tenía el poder. Lo cierto
del caso, para grata sorpresa de mi parte, en ese momento, el profesor pudo
discernir con precisión, su rol académico de su rol político. Se comportó, a mi
juicio, excelente, brillante. Tanto que compartió en mi hogar la celebración de
ese día, sin ningún tipo de problemas.
La anécdota
tiene por intención mostrarte que en esta circunstancia, el asunto es cuál
persona es capaz de asumir responsablemente, esto es responder por sus actos, frente
al otro, sin dejarse llevar por esas trampas donde se mira al otro desde el
prejuicio, desde baratos clisé que se usan para no ver, para no hablar y para
proceder como si se fuese Dios. La democracia es pólemos, conflictos, su arte
está en saber procesarlos. Eso no se aprende en la Universidad, sino en la
vivencia del encuentro con el otro, en la experiencia de saberse falible. Es la
experiencia que conduce a un tipo de saber práctico que encamina a comprender
que nadie posee la verdad de los asuntos, que cada hecho siempre es un tejido
de interpretaciones y que en los diálogos hay opacidades que permanecen,
asuntos que se aclaran y decisiones convenientes que tienen por finalidad
minimizar costos individuales y colectivos como maximizar los beneficios. El diálogo, obviamente, tendrá sentido si los
acuerdos y desacuerdos conducen a mejorar la situación antes del diálogo.
Quedar igual o peor, es el fracaso no del diálogo sino de los dialogantes. Reflejarían
su poco nivel político, esto es, su
incapacidad en el arte de la política.
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Bueno… no sé si tu experiencia pueda
generalizarse. Porque tú ves cómo actúan…
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Yo no puedo hablar por los otros. Lo que indico
es que la actitud dialógica en el ámbito político es la única vía que evita la
lógica de la guerra. Y el fin de toda guerra se inicia, necesariamente, por
mesas de diálogos. La diferencia entre hacerlo al inicio o hacerlo al final, es
la contabilidad de muertos y heridos.
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